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RTVE une a madres gallegas y andaluzas que lideran la lucha social contra la droga
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Como el narcotráfico, el sufrimiento de las familias también ha viajado de norte a sur
PorELISA CARDENAL (Vigo / Vilagarcía de Arousa) RTVE
«Mi hijo tuvo problemas con las drogas y los porros, le daba a todo. Pero ya por desgracia no existe, hace 19 años que se murió. Yo he sufrido mucho«. Ese dolor, cuenta, la empujó a ayudar a otras madres para que no pasen por el mismo sufrimiento que pasó ella. Forma parte de la Asociación de Familiares de Enfermos Duales (AFEDU).
Salvador salió del colegio con diez o doce años, «yo veía que otros niños no hacían lo que él hacía». Esta madre gaditana intentó mil veces que su hijo dejara de consumir, buscó ayuda de profesionales, pero «no había manera». Y mientras su casa se convertía en un infierno, su entorno le daba la espalda: «Uno de mis hermanos decía que mi hijo era un vicioso, que estaba bien que se hubiera muerto. Y así pasé esos años, con ese pesar».
El desconocimiento sobre el peligro que traen consigo las drogas había impulsado a otras madres a luchar contra el narcotráfico cuarenta años antes en Galicia. La Operación Nécora sacudió allí los cimientos del tráfico de drogas, pero antes de que llegasen las grandes redadas, ya estaban ellas. Sin recursos, sin protección. Mujeres que, mientras cuidaban de sus familias, se plantaban frente a los narcos en las calles del centro de Vigo, señalando los locales donde vendían la droga y poniendo muchas veces su vida en riesgo. No tenían miedo. No había obstáculos. Formaron parte de Érguete (en gallego, «Levántate»), una asociación que se convirtió en símbolo de resistencia.
«Fuimos las primeras en enfrentarnos, porque el pueblo no se enteraba. Decían: ¿Qué hacen esas locas ahí?«. Quien habla es Dora Carrera, una madre de las que aquellos días llenaban las calles en una lucha que pretendía romper el silencio de toda una sociedad. Hoy, a sus 92 años, se sorprende cuando le preguntamos por aquellas imágenes que ya son archivo documental, pero que hace décadas abrían el Telediario. «Teníamos una fuerza que aún no me lo creo. Pero yo estaba ahí gritando. Gritando por mi hijo«.
Dos costas distintas. Una misma herida.
La historia se repite, solo que en distinto puerto. Los kilómetros que separan la ría de Arousa de las aguas de Cádiz se vuelven insignificantes cuando descubrimos todo lo que tiene en común la lucha de estas madres separadas en el tiempo y el espacio. Las ponemos en contacto por videollamada porque muchas ya son mayores para viajar, y en ese sentido, sí, las distancias pesan.
«Hola, somos Dora, Tonina y Asunción. De las pocas madres luchadoras que quedamos ya. Nos alegramos de veros. Seguro que estaréis luchando también, ¿a que sí?» Asunción pregunta con respuesta incluida. No se le escapa ni una. Antes de ponerles el micrófono y encuadrar a las tres en el sofá, ella, curiosa, ya había ojeado a través de la pantalla a sus nuevas aliadas gaditanas: «Tienen cara de luchadoras, como nosotras«.
«¿Tenéis hijos afectados por las drogas?» Dora no ha terminado de hacer la primera pregunta y desde Cádiz todas asienten con la cabeza: «Sí, aquí cada una ha tenido un familiar diferente«. Ya conocíamos la historia de Juana, pero hay muchas más: la muerte de un hijo es una de las heridas que, por desgracia, la mayoría comparte.
«Yo me pongo en el lugar de todo el que esté en esta situación que hemos pasado nosotras. Cuando falleció mi hijo, quedé tan abatida que no volví a levantar cabeza y de eso han pasado años». Asunción cuenta que por la noche, antes de irse a dormir -y sin que la esperanza de que una nueva mañana le dé una ligera tregua- en su mente continúa dándole vueltas. «Sigo estando bastante fastidiada. Cuando hago cualquier cosa durante el día lo estoy pensando… lo debo tener ahí grabado».
Pero ese recuerdo pervive con otros. Las protestas, las canciones que aún hoy tararean, las escobas con las que simulaban «barrer la droga de las calles» o las sábanas de hospital sobre las que escribían sus reivindicaciones: «No teníamos un duro para más», cuentan mientras se ríen. Y lo hacen sin reparo, porque a pesar del sufrimiento que vivieron, hoy se sienten orgullosas de haber despertado a la sociedad. «Conseguimos hablar con jueces y policías, les pedíamos que escucharan nuestra voz».
Compañeros de batalla
Quedamos con uno de aquellos policías justo enfrente de la comisaría de Vilagarcía de Arousa, el epicentro de la Operación Nécora. Es Enrique León, excomisario jefe de la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía Nacional en Galicia. 39 años persiguiendo a quienes quitaban el sueño y la vida de madres e hijos en su tierra querida.
Bordeamos la ría de Arousa en coche mientras nos señala cada punto caliente. Por el camino, ya nos damos cuenta de que lo de Enrique y el narcotráfico es mucho más que vocación. Conoce a cada madre, a cada hijo. A los que viven y los que ya no. Y con la brisa del mar en la cara y la arena en los zapatos nos confiesa que, sin ellas, la Operación Nécora no hubiera sido suficiente para plantar cara al problema. «La labor de estas madres fue fundamental porque contribuyó a dar el aldabonazo para que la sociedad se diera cuenta de que teníamos un grave problema que era muy perjudicial para la salud».
«Hubo un comentario que hizo una de las madres a las que se le murió un hijo y que siempre comentábamos entre los compañeros. Dijo: ‘Bueno, ahora ya sé donde está siempre. No tengo que andar buscándole por ahí, si estará muerto en una esquina. Ahora sé que si quiero verlo voy a ir al cementerio’. Es horroroso. Aquí hubo familias que perdieron a muchos hijos».
Le pedimos que mande un mensaje a las madres que a día de hoy siguen librando esta batalla y escoge este: «Que sigan peleando porque son una parte muy importante de la lucha contra las drogas«. Eso sí, no solas. León para y señala con firmeza: «Pero apoyadas por los poderes públicos, porque esa también es su misión».
Y eso es justo lo que echan en falta en Cádiz. Porque de entre todos los asuntos que están abordando en ese encuentro virtual entre madres, destaca el de la escasez de respaldo. «Lo que queremos son más recursos, pero en la sanidad pública, no en fondos para asociaciones como la nuestra, que colabora como buenamente podemos». Isabel es voluntaria en AFEDU y asegura que los enfermos, como ellas insisten en llamar a los drogodependientes, están ahí: «Es algo que no se puede tapar, se ven en las calles y en el sufrimiento de las familias, la famosa codependencia: familiares que terminan enfermando igual que ellos».
En asociaciones como la suya enseñan a los familiares a actuar y a cuidar al cuidador. A las cuidadoras, más bien, porque el porcentaje mayor es de mujeres (esposas, madres, hermanas). Ya lo vimos en Galicia. Al principio la lucha solo era de las madres. Con el tiempo se unirían los padres también.
Exceso de hachís, falta de recursos
Tonina, de 80 años, pregunta desde Vigo qué es lo más difícil para ellas allí, a casi 900 kilómetros. «En Andalucía estamos como en aquella época estabais vosotras, no hay manera de controlarlo». Lola, la presidenta de AFEDU, también ha sufrido los efectos secundarios de la droga. Lo vivió con una expareja, pero prefiere no dar más detalles. Se centra en alertar de que el consumo de hachís se está banalizando, que no se le da importancia, entre otras cosas, porque la figura del narco se idealiza en series y películas. Es la llamada narcocultura. «Te lo exponen como todo muy idílico, qué bonita la vida del narcotraficante, pero a mí no me hace ninguna gracia una ‘superserie’ en la que salen divinos, monísimos de la muerte y fantásticos. No, no hay poderío, detrás de todo eso hay un montón de miseria».
Las rutas y sustancias han cambiado. Si en Galicia casi todo lo que entraba en los 80 era cocaína y heroína, ahora, a Cádiz llegan narcolanchas cargadas de hachís. Un estupefaciente que, además de adicción, está asociado a serios riesgos para la salud mental.
Y Juana vuelve a recordar que con su hijo Salvador nadie supo verlo. Con ironía y ternura la miran Lola e Isabel, que parecen pensar que las cosas no han cambiado tanto, que ahora tampoco lo verían. «Ni la sociedad está preparada para atenderlos, ni la familia puede, porque no tiene los conocimientos que necesita», es la pena que comparten todas. Y aprovechan para pedir más personal, psiquiatras y especialistas en la patología dual, porque «hasta ahora un adicto es un adicto y un enfermo mental va para otro lado. Pedimos una base de datos común que tramite su mediación y esas cosas, porque ahora, muchas veces, se contradicen».
«Si estáis luchando por el problema, sois unas valientes, no todo el mundo coge ese carguito», sentencia Dora. Intercambian teléfonos, se lanzan besos y se desean suerte. Al fin y al cabo, esta es una lucha que nadie más está dispuesto a hereda