Fossores, los únicos frailes del mundo que viven en los cementerios velando muertos y acompañando a sus vivos

  • Nacieron en Guadix, Granada, el año 1953 y son la única orden religiosa dedicada al cuidado de las necrópolis

  • A día de hoy son cinco Hermanos Fossores de la Misericordia y atienden los camposantos de Guadix y Logroño

Fossores, los únicos frailes del mundo que viven en los cementerios
Santiago Riesco Pérez  RTVE

El cementerio de Guadix está a las afueras, aunque no tan lejos como su estación de tren. La capital europea de las cuevas amanece en otoño con un sol limpio y brillante que se refleja cegador sobre el muro blanco que rodea el camposanto. La verja de la puerta principal está abierta de par en par. En las jambas, de ladrillo naranja, se lee en vertical con letras de forja: “HH Fossores”, en la izquierda, y “de la Misericordia”, en la derecha. Una cuesta de asfalto flanqueada por cipreses invita a entrar. Sólo se oye el piar de algunos pájaros.

Arriba está la casa cueva de los únicos frailes del mundo cuya misión principal es el cuidado de los cementerios y el acompañamiento a las familias en duelo. La puerta también está abierta. El timbre suena como el de cualquier portero automático; desde dentro responde una voz profunda y amable con un acento andaluz distinto al granadino. “Pasen, adelante, pasen”.

Es el hermano Hermenegildo García Oliva, nacido hace 80 años en El Campillo, Huelva, “en la zona de Riotinto”, justifica el fraile su deje. Lleva 59 años de vida religiosa y ha vivido en casi todas las comunidades y cementerios donde ha estado presente esta singular orden religiosa: Jerez de la Frontera, Huelva, Vitoria, Pamplona, Felanitx (Mallorca), Logroño y, sobre todo, en Guadix, donde nació el carisma fúnebre de los hermanos sepultureros.

Despacho improvisado en el pasillo de la casa cueva de los hermanos fossores
Despacho improvisado en el pasillo de la casa cueva de los hermanos fossores. BERGUÑO FERNÁNDEZ

Un cementerio concurrido

Varias mujeres limpian las tumbas ante la cercanía del 1 de noviembre, fiesta de Todos los Santos, y del día 2, conmemoración de Todos los Difuntos. El zumbido de un motor suena por encima del piar de los pájaros. “Es la hormigonera”, aclara el fraile sin perder la sonrisa. Están ampliando el cementerio con otro centenar de nichos —”poquitos porque el terreno no da para más”—.

En la necrópolis accitana, al fondo de una calle ancha con nichos a uno y otro lado, nos mira un Cristo del Perdón modelado en terracota. “Es un regalo de los fundadores de los desaparecidos comedores sociales de Emaús en Guadix y Baza”, explica Hermenegildo. “Lo tenían en un colegio de Málaga y nos lo han regalado”.

Una mujer limpia una lápida en el cementerio de Guadix
Una mujer limpia una lápida en el Cementerio Municipal San José de Guadix. BERGUÑO FERNÁNDEZ

El jefe de obra, Ramón, viene a preguntar por la cinta de carrocero. “La han debido de coger las del ayuntamiento que están pintando en la otra parte”, dice el fraile en referencia a las tres operarias municipales que están dando una mano de pintura en otra zona del cementerio. El camposanto es un ir y venir de gente.

Un matrimonio que andará por los sesenta años saluda al pasar cerca del fraile. “Buenos días, hermano”. Hermenegildo los conoce bien. Les acompaña desde hace año y medio. Son Antonio y Mercedes que perdieron un hijo en un accidente de moto. El hermano escucha a todos los que vienen al camposanto a visitar a sus difuntos. Mercedes y Antonio lo hacen a diario. «No pasa un día sin que vengan a ver a su hijo», apunta el fossor.

Tumbas de la necrópolis accitana
Tumbas de la necrópolis accitana. BERGUÑO FERNÁNDEZ

Suena el móvil en el bolsillo de su hábito y se disculpa porque le reclaman. “Esta tarde tenemos un traslado, traen los restos de un difunto desde Alicante y tengo que prepararlo”, dice mientras se despide levantando la mano.

En la capilla de ladrillo ubicada en el corazón del camposanto también hay movimiento. Bajo la reja que hace las veces de suelo, en la cripta, están enterrados los cuerpos de los fossores difuntos, fundador incluido. Dos de ellos han muerto este último año. Fray Alberto falleció en agosto a los 79 años. Y en octubre se cumplió el primer aniversario de fray Rafael, que murió a los 87. Suena música clásica. Esta puerta también está abierta. Dentro hay un religioso barriendo y otras tres personas colocando telas y velas.

Un novicio, una viuda y un matrimonio

El hermano Vícente López es venezolano. Tiene 39 años y es el religioso más joven de la orden de los fossores. Está terminando su año de noviciado. Es licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, habla varios idiomas y tiene un doctorado en Psicología. Viene de una congregación franciscana en la que vivió entre colegios y misiones durante dos décadas.

El novicio Vicente López tiene 39 años y es natural de Venezuela.
El novicio Vicente López tiene 39 años y es natural de Venezuela. BERGUÑO FERNÁNDEZ

Conoció el carisma fúnebre por internet y pidió ingresar en los fossores para dedicarse —en lo que denomina su “madurez espiritual”— a “la oración y la contemplación”. El hermano Hermenegildo le dijo que “tenía demasiados títulos” para ser fossor. El tiempo pasó, él esperó. Y aquí está. Encantado barriendo la capilla, exhumando cadáveres, haciendo reducciones de restos para reutilizar nichos, fabricando rosarios en sus ratos libres y preparando la comida de cada día.

Conchi Herrera es viuda desde hace dos años y viene a diario a echar una mano a los religiosos en lo que haga falta. “Estaba muy hundida después de lo de mi marido”, confiesa esta septuagenaria. “Me he comprometido y así me obligo un poco a salir, además los fossores son muy familiares”, asegura Conchi, que tiene en este camposanto a casi toda su familia enterrada.

Pedro, fray Vicente, Conchi y Juan Jesús en el interior de la capilla del camposanto
Pedro, fray Vicente, Conchi y Juan Jesús en el interior de la capilla del camposanto. BERGUÑO FERNÁNDEZ

Inma González y Juan Jesús Fernández son matrimonio, tienen tres hijos y también vienen “muy seguido” al cementerio. Inma era la peluquera del hermano Hermenegildo y su marido, Juan Jesús, vino hace años a echar una mano como costalero a la Hermandad de Jesús Resucitado y los dos se quedaron prendados del “alma del cementerio”, de la espiritualidad “que te engancha”, de “la forma de ser tan cercana” de los frailes.

Vienen a misa cada semana y han formado un grupo de oración donde rezan el rosario. “Yo quiero fundar la tercera orden de los fossores para seglares”, revela Juan Jesús con la emoción contenida en los ojos.

Desde los 13 años, en el cementerio

La de Pedro Antonio Martínez es la historia de una resurrección en vida. Su padre trabajaba como empleado municipal del cementerio y a él no le gustaba estudiar. Cuando tenía 13 años empezó a acompañarle en las tareas propias de la necrópolis accitana trabajando codo con codo junto a los fossores.

Ahora tiene 34 años y aquí sigue, aunque sus tareas han cambiado. En lugar de encargarse de enterrar, reducir o exhumar cadáveres, su cometido es atender los 600 olivos de la comunidad religiosa y encargarse del mantenimiento de la casa cueva de los frailes. Electricidad, fontanería, albañilería, pintura… lo que sea menester.

Interior de la casa cueva de los hermanos fossores en el cementerio de Guadix
Interior de la casa cueva de los hermanos fossores en el cementerio de Guadix. BERGUÑO FERNÁNDEZ

“Son mi segunda familia, o la primera, según se mire”, bromea Pedro, padre de una niña de diez años. “Gracias a ellos tengo mi casa y una vida ordenada, que me podía haber echado a perder”, dice recordando los primeros años cuando venía con su padre —ya jubilado— a echar una mano a los frailes en las tareas del camposanto.

Encontramos al hermano Hermenegildo en el pasillo de la casa cueva de la comunidad. Junto al teléfono fijo, en una mesita de trabajo, la agenda, un tablón con avisos, decenas de papeles y el religioso despachando con el móvil y organizando las tareas del Cementerio Municipal San José, que es como se llama oficialmente esta instalación del ayuntamiento de Guadix.

Parte de la historia de Guadix

Jesús Lorente, alcalde de los 18.500 habitantes de esta turística localidad —ubicada a 50 kilómetros de Granada y a casi mil metros de altitud— ha recibido en el Ayuntamiento a RTVE. El edil asegura que la presencia de los frailes fossores en el cementerio municipal es «una cosa insólita» y «parte de la historia de la ciudad».

Lorente destaca dos aspectos principales en la labor de estos singulares religiosos, por un lado “el cuidado material del camposanto” y por otro “el acompañamiento espiritual”. El cementerio «está en unas condiciones perfectas, da gusto ir allí». Respecto a la parte espiritual pone como ejemplo su propia experiencia personal. «Desgraciadamente mi padre murió muy joven, con 60 años», explica el primer edil. Recuerda que él tenía unos 25 años y que cuando llegó al cementerio encontró “una mano amiga que te abraza, que te acompaña y que hace un rezo con todos los asistentes», apunta con sencillez y cercanía este enfermero devenido en alcalde.

El alcalde de Guadix, Jesús Lorente, habla por teléfono en la mesa de su despacho.
El alcalde de Guadix, Jesús Lorente, habla por teléfono en la mesa de su despacho. BERGUÑO FERNÁNDEZ

En la actualidad, además de los fossores, el cementerio cuenta con un empleado municipal para atender una media de 14 entierros al mes, unos 170 al año. El alcalde, Jesús Lorente, confiesa a RTVE que la presencia de los religiosos resulta “muchísimo más barato” para los vecinos de Guadix que tener una empresa contratada para el mantenimiento del cementerio y la atención a los servicios fúnebres. Reconoce que “los hermanos nunca han pedido absolutamente nada” y que “hace más de veinte años que no revisamos la aportación municipal”. Lo dice con sentimiento de culpa y asegura que pondrán remedio “para que puedan tener mayores ingresos por parte de la ciudad”.

Superior general de los fossores

Fray Hermenegildo es el prior general de la orden de los Hermanos Fossores de la Misericordia. “Esto no tiene mérito ninguno porque sólo somos cinco, dos aquí y tres en Logroño”, le quita hierro al cargo con humor y sin añorar esa época dorada en la que llegaron a ser 28 religiosos a mediados de los años 50 con el impulso de la novedad. Hoy son tres profesos solemnes en edad de jubilación y dos novicios cuarentañeros procedentes de Colombia y Venezuela.

La orden de los Hermanos Fossores de la Misericordia fue fundada un 11 de febrero —día de la Virgen de Lourdes, la de la gruta— del año 1953 por fray José María de Jesús Crucificado en este cementerio de Guadix —ciudad con más de dos mil cuevas censadas—.

El prior general, Hermenegildo García, con los dos novicios de la orden, Vicente y Josef.
El prior general, el hermano Hermenegildo García, con los dos novicios de la orden, fray Vicente y fray Josef. HH. FOSSORES DE LA MISERICORDIA

“En cada rincón hay una historia”, dice el hermano Hermenegildo paseando entre nichos y sepulturas. “Conozco a las familias, a los difuntos y a Guadix entero porque todo el mundo tiene aquí a alguien enterrado”, apunta este octogenario de 1,85 metros de altura con pelo blanco, sentido del humor perenne y vestido con un hábito marrón “de trabajo”.

Las tres operarias municipales confirman al hermano que han sido ellas las que han cogido la cinta de carrocero que buscaba el oficial albañil. Bromean y ríen entre las lápidas de los difuntos. El sol sigue brillando y la hormigonera ha dejado de sonar. Tampoco se oyen los pájaros.

Y surge una reflexión sobre la muerte y el cambio que se ha producido en los últimos años. “La sociedad está volviendo a tener un poquito más de cercanía con la muerte, a asumirla, a tratarla de un modo más natural, como algo que tiene que suceder”, resuenan las sabias palabras del octogenario religioso de camino a la estación de tren ubicada a las afueras de Guadix. Mucho más lejana que el cementerio.