RTVE
La catedral de Nuestra Señora de París (Notre-Dame) es un referente del arte gótico, epicentro histórico de la capital y el kilómetro cero de las carreteras francesas. Recuperar uno de los monumentos más visitados de Francia y todo un icono de la cultura europea ha sido un propósito nacional. No se conoce el nombre del primer arquitecto de Notre-Dame, pero su proceso de reconstrucción tras el incendio de 2019, organizado desde el Elíseo y supervisado por el arquitecto Philippe Villeneuve, ha sido profusamente documentado y apoyado económicamente por más de 340.000 donantes de más de 150 países, incluidas algunas de las mayores empresas de Francia.
«Está a la vez reparada, reinventada y reconstruida», proclamó con orgullo el presidente francés, Emmanuel Macron, el 29 de noviembre en la visita final previa a la inauguración, junto a parte de los trabajadores que han intervenido en la restauración (más de 2.000 en total) y de los donantes que han financiado la obra, presupuestada en 700 millones de euros y que ha recibido 840 millones en donaciones. Este es el camino por las fases de un gigantesco proyecto.
La purificación de la piedra
El fuego, originado durante los trabajos de restauración de la catedral, destruyó la cubierta de madera de Notre-Dame, mayoritariamente construida en el siglo XIII. La aguja, que se alzaba a 96 metros de altura, terminó partida en dos y el símbolo añadido por el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc en el siglo XIX cayó. Una mitad impactó contra las bóvedas abriendo un enorme agujero; la otra, atrapada en el andamio que la rodeaba, se desplomó hasta el suelo.
Cuando las llamas se apagaron, la catedral quedó cubierta por un denso manto de ceniza tóxica. Las vigas calcinadas se habían mezclado con las partículas de los metales derretidos, principalmente plomo, cubriendo el interior de la catedral de una gruesa capa de polvo negro bajo la cual ha resurgido la piedra caliza blanca.
Los primeros 20 meses tras el incendio se dedicaron a la retirada de escombros y a consolidar la construcción para poder acometer luego la restauración a partir de mediados de 2021. Una de las tareas más importantes para estabilizar Notre-Dame fue asegurar los 28 arbotantes exteriores que sostenían las bóvedas, que amenazaban con colapsar y derrumbar el edificio con ellos. Un trabajo fundamental que llevó seis meses, entre mayo y noviembre de 2019.
Retirar los andamios de la restauración fue otra complicación añadida. El fuego los había destruido y se habían quedado fundidos, retorcidos y amalgamados por las llamas. Buena parte de ellos, entre 50 y 75 toneladas, suspendidos en el aire por encima del crucero o sobre las bóvedas, a 40 metros sobre el suelo. Se definió un protocolo de desmantelamiento, pero se interpuso el confinamiento por la pandemia del coronavirus, y estas tareas tuvieron que retrasarse hasta junio de 2020.
Los andamios no se habían montado apoyados sobre el tejado, y eso fue clave, porque de haberse caído habrían arrastrado todo el edificio con ellos. En total, había que retirar 40.000 piezas de metal, unas 200 toneladas, y separarlas de los restos del templo, que se querían conservar para la reconstrucción o para el legado arqueológico de la catedral. Se construyeron sendos andamios a cada lado del antiguo para reforzar los restos y poder desmontarlos, y después más andamios para revisar la mampostería, ganar acceso a las bóvedas para consolidarlas y posteriormente abordar su recomposición.
Durante mucho tiempo, Notre-Dame fue por dentro y por fuera un laberinto de metal de múltiples pisos tras los cuales no era posible ver los muros de la catedral. Al acabar esta fase de los trabajos, ya era posible acceder a las partes internas del templo y desarrollar un trabajo de gran complejidad y sin precedentes: instalar un paraguas temporal y consolidar y limpiar las bóvedas.
Una flecha al cielo de París
Uno de los momentos más dramáticos del incendio que sufrió Notre-Dame la tarde del 15 de abril de 2019 fue el derrumbe de la icónica aguja de la catedral, que apuntaba orgullosa al cielo a casi cien metros de altura y que se precipitó incandescente, llevándose consigo la bóveda del crucero y parte de las del transepto.
La aguja neogótica de Notre-Dame, durante cuya restauración se originó el incendio, se incorporó a la catedral en 1859. El proyecto de los arquitectos Eugène Viollet-le-Duc y Jean-Baptiste-Antoine Lassus tardó 18 meses en construirse y estaba previsto que la reconstrucción tras el incendio de 2019 durase más o menos lo mismo.
Pero antes de llegar a este punto, el Gobierno francés lanzó un concurso para decidir si reponer este elemento tal cual era en su versión neogótica o incorporar una nueva estructura. La búsqueda de propuestas se tradujo en ideas entre lo inusual y lo extravagante: tejado y aguja de vidrio, como vidrieras, con un láser vertical disparado al cielo, un «techo ecológico» en el que el bosque metafórico de las vigas de la cubierta mutaba en bosque de verdad o en granja hidropónica. Tras la presentación de varios proyectos, finalmente ganó la tesis defendida por el arquitecto francés ganador del Pritzker Jean Nouvel, defensor de reconstruirla de forma idéntica al tratarse de una «parte intangible de la catedral».
«Queremos restaurarla tal y como estaba porque pensamos en aquellas personas de todo el mundo que se emocionaron viendo cómo la destruía el fuego y que luego hicieron donaciones», explicaba a Informe Semanal en enero de este año Philippe Jost, representante especial del Elíseo para la reconstrucción de Notre-Dame. «La encontrarán más hermosa aún porque estará completamente limpia», añadió.
Pese a la documentación existente, erigir de nuevo la aguja de Notre-Dame constituía un desafío técnico, puesto que no se ha construido ninguna estructura de esta escala y complejidad desde el siglo XIX. De hecho, los trabajos sobre la plataforma que sirve de base revelaron diferencias entre los planos históricos de Viollet-le-Duc, los de su carpintero Bellu y la realidad.
Se siguió el modo en que se construyó la aguja original, levantando andamios en el interior de la catedral (aprovechando que no había tejado), un enorme andamiaje que crecía a medida que lo hacía la obra y llegaría a elevarse hasta los cien metros de altura. Empleando fundamentalmente técnicas tradicionales, la nueva aguja iguala la altura de la original y se ha reconstruido con madera de roble verde, de árboles de 14 a 18 metros de alto, en tres fases: colocación de la base y el poste central, montaje del tronco o fuste y erección de los pisos abiertos, coronados por la aguja propiamente dicha o flecha.
El momento culminante de este desarrollo ocurrió justo hace un año, el 16 de diciembre de 2023, cuando se coronó la estructura con el gallo dorado diseñado por el arquitecto jefe encargado de Notre-Dame, Phillipe Villeneuve. El original, que quedó demasiado dañado por el fuego, se conservará en el museo de la catedral como testigo del incendio.
Símbolo de Francia y del retorno del día tras la noche para los cristianos, el nuevo gallo tiene unas llamativas «alas de fuego» para «recordar que la catedral puede renacer de sus cenizas como un ave fénix», explicó el arquitecto jefe de monumentos históricos. Guarda en su interior tanto las reliquias que ya contenía su predecesor como un manuscrito con los nombres de 2.000 personas y 250 empresas implicadas en la restauración.
Aunque el descubrimiento de la cúspide de la aguja supuso un clímax en la restauración de Notre-Dame, no acabaron ahí los trabajos. Los elementos ornamentales de madera se han cubierto con una protección de plomo, que los parisinos descubrían día a día a medida que los andamios retirados la revelaban. Cerca de un centenar de placas recubren la estructura, y las aves rapaces, grifos y adornos que la salpican han sido modelados a la antigua usanza: a mano y colocando el plomo líquido dentro de moldes. Las 16 estatuas de más de tres metros de altura que representan a los apóstoles y los evangelistas se libraron del fuego porque habían sido retiradas cuatro días antes para su restauración; ahora lucen con su color original después de pasar por los talleres de los artesanos.
En definitiva, desde que en julio de 2022 llegaron en barco por el río Sena a la Île de la Cité los troncos para la aguja hasta septiembre de 2024, cuando terminó de instalarse la cobertura de plomo, el renacimiento de la flecha de Notre-Dame ha sido la medida del tiempo de la restauración de la catedral.
El bosque de Notre-Dame
Una catedral es una obra imponente, compendio del genio de la arquitectura y la ingeniería de su tiempo, una exquisita construcción que conjuga el espacio y la luz bajo proporciones inmensas. Pero tiene un punto débil. Se apoya tanto en la piedra como en la madera, y esta fue pasto inmisericorde del fuego que se extendió por Notre-Dame en abril de 2019. Las llamas devoraron sin freno la cubierta y la aguja del templo hasta calcinar el conocido como ‘bosque’, el techo medieval de madera.
Los miles de troncos necesarios para la reconstrucción de Notre-Dame se extrajeron a partes iguales de 175 bosques públicos y privados de Francia. Como hicieron los carpinteros medievales, los responsables de los 35 aserraderos implicados en el proceso han optado por ejemplares relativamente delgados y altos, procedentes de árboles jóvenes en términos de gestión forestal, de entre 60 y 80 años de antigüedad, que además cuentan con certificación de sostenibilidad.
Sobre el tejado, unos 30 carpinteros formados en la técnica antigua y con hachas especiales, algunas copiadas de modelos del siglo XII, trabajaron la madera de roble como hacían los artesanos de la Edad Media. «Cuando solo cuentas con un hacha tienes que tener un plan preciso, no puedes emplear muchas cosas. Yo personalmente creo en la belleza de la sencillez para llegar a cosas complejas», contaba uno de estos profesionales, Valentin Pontarollo, a Informe Semanal.
La renovada catedral estará ahora mejor equipada contra incendios, con herramientas de protección pasiva (como pasadores cortafuegos y el grosor de los listones) y activa, que incluye un sistema de pulverización de agua instalado bajo el techo y en la aguja, que en caso de detección de un fuego detendría inmediatamente la propagación de las llamas.
La reconstrucción de la cubierta de Notre-Dame ha permitido apreciar el ingenio de los constructores que levantaron la catedral entre los siglos XII y XIII. La técnica utilizada para sostener la cubierta, conocida como triangulación, genera estructuras estables e indeformables apoyadas sobre los muros, y su armazón, mediante cerchas, hace que el peso de la cubierta se reparta sin necesidad de reforzar los muros. La estructura en triángulo transforma la pieza vertical central en una columna vertebral que trabaja en tracción. Las dos vigas diagonales que sostienen lateralmente dicha pieza ejercen sobre ella una fuerza de abajo arriba que la mantiene en suspensión.
El maestro carpintero medieval de Notre-Dame hizo distintos experimentos de triangulación en la cubierta hasta dar con una estructura adecuada, y la mayoría de ellos se han respetado en la reconstrucción, gracias también al trabajo de Rémi Fromont, arquitecto jefe de monumentos históricos del Ministerio de Cultura francés, que había estudiado la cubierta de la catedral en sus años universitarios.
Las claves de las bóvedas
Las bóvedas de Notre-Dame que sobrevivieron al colapso quedaron debilitadas por el calor del fuego, por el agua de los bomberos y por la desestabilización causada por las estructuras que cayeron. «Si otras bóvedas iban a ceder, era vital, a cualquier precio, evitar que eso cambiara el empuje de los arcos», recuerda Philippe Villeneuve, arquitecto jefe de monumentos históricos encargado de Notre-Dame de París.
Por lo tanto, era urgente proteger las bóvedas de la nave, el coro y los transeptos. Un enorme andamio de 70.000 piezas, casi mil toneladas de acero, se ensambló en el interior de la catedral, cuyo suelo tuvo que reforzarse para soportar toda la carga. Se aplicó además una capa de yeso por encima de las bóvedas, sostenidas también con cimbras de madera para mejorar su estabilidad.
Lo siguiente fue garantizar el suministro de piedra para reemplazar la que quedó inservible y que fuese semejante a la original. La solución se halló en canteras del norte de Francia, gracias al trabajo de un grupo de expertos en geología, que pudieron determinar de qué lugares procedían las piedras de Notre-Dame.
Los escombros de los arcos y bóvedas repartidos por el suelo tras el incendio se trataron deliberadamente como restos arqueológicos en el proyecto gubernamental de restauración. Se apartaron de la chatarra los restos carbonizados y se clasificaron para intentar reincorporarlos en las obras de reconstrucción. A falta de planos o documentos originales de la catedral, se escaneó toda la mampostería con un dron fotográfico y cámaras 360 para obtener un doble virtual del templo.
Uno de los intentos más audaces fue el conducido por investigadores del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS), el equivalente francés del CSIC, que, recurriendo a gemelos digitales de los restos de las bóvedas y a un modelo 3D de 2010, estudiaron la trayectoria de la caída de las piedras para localizar el lugar que ocupaba cada una en los arcos, con una fiabilidad del 80%. Desafortunadamente, las dovelas originales no estaban en condiciones de ser reutilizadas.
No obstante, las heridas abiertas en el techo de Notre-Dame han permitido que los arqueólogos y los arquitectos realicen varios descubrimientos sobre cómo se construyó y han desvelado algunos de los secretos que hacen de la catedral de París una joya singular del gótico europeo.
He ahí los enigmas que explican que Notre-Dame se alzase más alta y esbelta que otras catedrales francesas de su tiempo. Y un ingrediente adicional que ha garantizado la estabilidad de las cúpulas de Notre-Dame durante siglos: el mortero que ensambla sus piedras. Una mezcla de arena, cal y cristales de cuarzo que transmite con eficacia las cargas y ha dado al edificio flexibilidad para resistir las inclemencias del exterior. Investigadores de la Universidad de Lorena tomaron muestras para elaborar una receta de mortero idéntica a la del siglo XIII que emplear en la reconstrucción.
La reparación de todas las bóvedas de la catedral, que empezó con su análisis y consolidación en el verano de 2020, llegó a su fin en junio de 2024, al rematarse las bóvedas del crucero del transepto.
Tesoros rescatados
Más allá de la reforma arquitectónica del edificio, este tiempo también ha servido para la actualización de las obras de arte de la catedral de Notre-Dame, desde las famosas gárgolas y quimeras de su fachada hasta los frescos de las capillas. El calor, el agua, la ceniza y, en especial, el polvo de plomo, fueron agentes muy dañinos para las pinturas, esculturas, tallas, mobiliario y suelos, que han requerido el trabajo a fondo de los talleres de artesanos y restauradores.
De forma inesperada, el incendio ha supuesto una ocasión histórica para devolver al principal templo de Francia todo su esplendor. Un monumento visitado por 12 millones de turistas al año y que acoge las principales celebraciones litúrgicas de París nunca había estado tanto tiempo cerrado al público, lo que ha brindado una oportunidad única no solo para estudiarlo, sino para poder limpiar a fondo y a la vez todo su patrimonio artístico.
Entre esos tesoros recuperados, 22 cuadros de gran formato de los siglos XVII y XVIII, de los cuales destacan los 13 ‘Mayos’, pinturas que el gremio de orfebres y plateros de París regalaba a la catedral cada 1 de mayo desde 1630 hasta 1707 (muchos se perdieron en la Revolución y otros fueron nacionalizados), limpiados para recuperar su color y brillo originales.
Las vidrieras de la catedral de Notre-Dame ocupan una superficie de unos mil metros cuadrados. Aunque ninguna resultó dañada por el incendio, muchas de ellas, ya sucias, quedaron cubiertas de ceniza y polvo. Las 39 grandes ventanas —retiradas en los días posteriores al incendio para permitir las operaciones de seguridad— y las vidrieras de la sacristía fueron limpiadas a fondo en el taller. Las últimas vidrieras restauradas se colocaron de nuevo en noviembre de 2023.
Notre-Dame alberga el mayor órgano de Francia, la gran obra del organero francés Aristide Cavaillé-Coll (1868), que, aunque se salvó de las llamas, sufrió los efectos del calor, el agua, las partículas de plomo que lo cubrieron y estar a la intemperie tras el incendio durante meses. Las primeras tareas de restauración empezaron en 2020 y acabaron en 2024, un minucioso trabajo de desmontado, limpieza, montaje y afinación desarrollado tanto en laboratorio como en el interior de la catedral.
Una vez reparados los elementos estructurales del edificio, se aprovechó también para devolver su magia original a las esculturas decorativas de la catedral. Algunas pudieron reubicarse después de una limpieza. Otras, demasiado gastadas o frágiles, tuvieron que ser esculpidas de nuevo por completo. Entre ellas, algunas de las famosas gárgolas y quimeras del exterior —de inspiración medieval, pero creadas en el siglo XIX— que, al estar hechas de piedra caliza, sufren mucho desgaste y suciedad a causa del paso del tiempo y la polución.
Para hacerlas revivir, se llevaron al taller para emplearse como modelos con los que crear una réplica. Allí se esculpieron 12 gárgolas, un ángel de la resurrección y cuatro de las 52 quimeras creadas por Eugène Viollet-le-Duc; entre ellas, el pelícano, ave que en el bestiario de la Edad Media es una representación alegórica de Cristo.
Todas las obras de arte que pudieron ser evacuadas inmediatamente después del incendio se retiraron para ser restauradas. Algunas sobrevivieron de forma casi milagrosa y necesitaron una rehabilitación menor, como la Virgen con el Niño conocida como Nuestra Señora del Pilar. O el altar y la cruz dorada —obra moderna del escultor francés Marc Couturier— que está detrás del conjunto escultórico de la Piedad y presiden el presbiterio, intactos pese a caer a su alrededor los escombros de las bóvedas y la aguja.
Durante los trabajos de restauración de Notre-Dame, más de 50 investigadores del Instituto Nacional de Investigaciones Arqueológicas Preventivas (INRAP) han realizado un exhaustivo análisis del suelo de la catedral, revelando descubrimientos sorprendentes. Encontraron una red de calefacción de ladrillo que se desconocía. También se ha hallado que la catedral gótica remplazó a una iglesia más antigua, probablemente del siglo IV, y restos de viviendas y talleres del siglo I bajo la plaza, los vestigios más antiguos del lugar. Entre otros hallazgos destacan los fragmentos de una mampara medieval que servía de pórtico del crucero, destruida en el siglo XVIII, y más de 1.000 piezas de esculturas del siglo XIII con policromía original, cuya restauración se completará en 2025.
La investigación también desveló más de un centenar de enterramientos dentro de la catedral, que en su mayoría serían de hombres laicos. Además, se recuperaron del crucero dos ataúdes de plomo: uno pertenece al canónigo Antoine de La Porte (1627-1710), por el epitafio en su féretro, y el otro corresponde a un individuo anónimo del siglo XVI que padeció meningitis tuberculosa crónica. Estos hallazgos amplían el conocimiento histórico y arquitectónico de Notre-Dame, conectando su pasado religioso y social con su imponente legado cultural.
La reconstrucción no ha escapado estos años a la polémica cada vez que se ha planteado introducir un elemento artístico nuevo en el monumento. Por ejemplo, se rechazó una propuesta para proyectar en los muros frases del Evangelio en varios idiomas. O la iniciativa, a un año de la reapertura, de convocar un concurso público para diseñar seis nuevas vidrieras para sustituir unas originales de Viollet-le-Duc que no habían sido dañadas por el incendio. El arzobispo de París, Laurent Ulrich, que bendecía esta iniciativa, argumentaba a su favor que «solo el 8% de las vidrieras de Notre-Dame son de la Edad Media» y que las incorporaciones neogóticas del XIX son, al fin y al cabo, una restauración.
Claude Gauvard, historiadora especialista en la Edad Media de la Universidad de La Sorbona, rechazaba en declaraciones a Informe Semanal que estas propuestas modernizadoras sean motivo de escándalo: «La catedral tiene una historia, y la historia continúa. También puede haber pinturas, esculturas, tapices contemporáneos que podrían adornar la catedral. No hay nada en esta idea que me parezca un escándalo. Es una catedral, tiene vida«.
De hecho, habrá espacio para nuevas obras en la remozada Notre-Dame, que irá incorporando nuevos detalles hasta el año 2030. Entre ellos, tres tapices del artista español Miquel Barceló, con temática del Antiguo Testamento, formarán parte de la nueva decoración interior de la catedral, que se colocarán en la capilla de la nave lateral norte, sobre el muro oriental.
Ilustración e infografía: Pedro Jiménez, Juanma Leralta (*InfografíaRTVE / Evoluciona). Desarrollo: Nacho Díaz, Israel Visedo (*InfografíaRTVE / Evoluciona). Coordinación: Paula Guisado
Fuentes: Rebâtir Notre-Dame; La fabrique de Notre-Dame; Notre-Dame de Paris, le chantier du siècle (canal Arte); Histovery; National Geographic.
Fotos: Rebâtir Notre-Dame (Patrick Zachman -Magnum Photos-, David Bordes, Pascal Tournaire); Associated Press.