Montjuïc vuelve a cantar y a saltar con el tanto definitivo del polaco y la reaparición del mágico Pedri
Joan Domènech
Montjuïc volvió a cantar y a saltar. Con motivos. Volvió la Liga al feudeo de Fútbol Club Barcelona, volvieron las victorias, volvió el fútbol. Volvió Lewandowski a marcar. Volvió a perder el Athletic, sin ganar en Barcelona desde 2001. Y nada de todo eso pareció rutinario. En gran medida, porque se estrena una nueva temporada, un nuevo Barça, un nuevo proyecto y porque se insinúan indicios de cambio en el césped. El Gamper no existió.
Uno de esos cambios residen en que también ha vuelto Pedri, fabuloso futbolista que ocupó el vacío que él dejó con sus reiteradas lesiones, ese pequeño genio que con su aire de indiferencia y sus medias caídas ejerce la influencia que le da la gana. Y de ganas anda sobrado, después de tanto tiempo tumbado en la camilla.
Ese Pedri pletórico estuvo en la trastienda de un triunfo mínimo que debió ser más holgado. Podría decirse que también se ha recuperado para la causa a Robert Lewandowski, aunque el polaco nunca ha dejado de marcar goles. Se le necesita ya sólo para culminar las acciones de ataque, cada vez más irrelevante en las demás, y acertó para transformar el gol decisivo, tardío pero suficiente, después de rematar dos veces a los postes y de soltar una volea al cuerpo de Álex Padilla, el tercer portero del Athletic.
Pescó en Valencia y pescó en Montjuïc, y Montjuïc, con la cuarta mejor entrada de siempre (contada la pasada campaña, por supuesto, con 46.448 espectadores) rescató el cancionero popular y festivo. Una detrás de otra se encadenaron las tonadillas para celebrar el regreso de todo aquello soñado.
Con los cánticos de “Barça sí, Laporta no” en el minuto tres y los de “independència” en el 17 se había certificado cuando aún lucía el sol el regreso de la hinchada azulgrana local, la que anima, y que protesta y que reivindica en el único espacio donde puede expresar su opinión ante la deriva del club. Los gritos emergieron antes de que el equipo generara motivos de manifestación positiva. Apenas un mágico pase de Pedri a Raphinha por encima de la defensa que exigía una acrobacia gimnástica digna de su compatriota Rebeca Andrade, oro olímpico en suelo.
Con el gol de Lamine Yamal, poco después, el fondo del pebetero se puso a cantar. Rabioso, su amigo Nico Williams reaccionó de inmediato buscando un tiro parabólico que se marchó fuera, sin encontrar una cabeza como la de Lekue que ayudara a despistar al portero.
El sainete de Olmo
Nico fue levemente silbado al ser presentado e intensamente silbado en sus intervenciones por la sensación de peligro que despertaba cada vez que recibía el balón. Encaró con mucha confianza e insistencia a Koundé, a quien tardaba en socorrer Pau Cubarsí, porque debía estar pendiente del otro Williams, Iñaki, que empezó de delantero centro.
Pedri entró por Marc Casadó para acompañar a Marc Bernal en la posición de mediocentro. Fue la única novedad respecto al once de Valencia; entrará en los libros de misterio la identidad del jugador que habría sido sacrificado para que debutara Dani Olmo. Pero el asunto de las inscripciones en el Barça, más que a la novela negra, pertenece al género de los sainetes, también representado, y mejor, por el actor Hugh Grant, que se pondrá la camiseta antes que Olmo.
Fermín, ovacionado
Pedri fue muy académico, más que Casadó, y tardó en despegarse de Bernal y avanzar unos metros para dar fluidez al ataque conectando con un Raphinha abnegado, tal vez sabiéndose amenazado por Olmo. La amenaza real era Fermín, que se presentó en Montjuïc con sus dos medallas de oro. Entró el campo ovacionado, acaparando todas las expectativas de éxito. Pedri tenía el mapa del partido, indetectable para los bilbaínos.
El peor árbitro de la Eurocopa (un partido y para casa que lo mandaron) ayudó a despertar el espíritu de la Liga, el valor de los puntos, en una jugada continuada con dos penaltis, uno en cada área, de los que no pitó ninguno y el VAR le llamó para que señalara uno. El primero, claro, de Cubarsí a Berenguer, tan flagrante como el de Vivian a Lewandowski. Mientras Gil Manzano miraba lo que no había querido ver -hizo el conato de llevarse el silbato a la boca-, De la Fuente, el preparador de porteros se acercó a Ter Stegen a aconsejarle infructuosamente. Sancet le engañó. Gil Manzano pitó el final sacando dos tarjetas amarillas de golpe.