Un día en prisión: la filosofía contra el miedo a salir de la cárcel

Filosofía en la Prisión es un proyecto de la Universidad Rey Juan Carlos que busca ayudar a los presos a través de la reflexión y la psicología

CADENA SER

Ya son más de 7 años desde que la policía fue a buscar a Alfonso a su casa. Desde entonces está en la cárcel y lo que más le asusta es volver a ser libre. «Cuando llevas mucho tiempo sin pisar la calle, claro que te da miedo, cuando entramos aquí el mundo se detiene para nosotros, pero fuera la vida sigue». Es un miedo muy común entre las personas encarceladas, que cambian su lenguaje, que sus manos olvidan lo que pesa un vaso de cristal y que a veces pierden la capacidad de imaginar un futuro. Cuando salga, a Alfonso le gustaría montar un canal de radio cristiana, pero mientras tanto, acude a los talleres de Filosofía en la Prisión, un proyecto de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) que busca fomentar la reflexión, tanto en los internos como en los funcionarios.

Los talleres se hacen en Ocaña 1, una prisión en Toledo que da cabida a cerca de 450 presos. La sesión de hoy está dedicada a hablar sobre el miedo. Primero es el turno de los internos. Los profesores encargados de dirigir el taller cruzan el patio antes de llegar al salón de actos. Ocaña es una cárcel antigua, se construyó hace más de 300 años, y no tiene la estructura típica de las cárceles modernas, organizadas en módulos. Se parece más a una corrala, cuadrada, con un patio en el centro donde los presos andan en círculos. El salón de actos, es un lugar sin ventanas, iluminado con luces frías y donde los techos altos generan un eco que se come la voz de los ponentes. En el escenario están los tres profesores encargados del taller. Tres docentes, tres disciplinas: filosofía, psicología y derecho.

Durante las sesiones se busca que los internos participen. Emliano, que no llega a los 30, y que viste con ropa ancha, rompe el hielo: «La vida es como una película de miedo, siempre hay suspense de cómo será más adelante, eso es lo que hace el miedo. Miedo a fracasar, miedo a quedarse solo, miedo a cosas que puedan pasar en el futuro, y eso, a veces, lleva a hacer locuras». Durante los talleres abordan diferentes aspectos del miedo, como el mecanismo psicológico, su origen y su función evolutiva.

Samuel, Delia, Marta y Najua durante el taller sobre el miedo con los presos / Karim Agharbi

«Hay algo que impresiona mucho, que es la profundidad en la introspección de los internos», asegura Marta Albert, jurista, profesora titular de Filosofía del Derecho en la URJC y promotora de Filosofía en la Prisión. Lo que empezó como un street law con sus alumnos – una actividad típica de Estados Unidos, que consiste en llevar el derecho a la calle – acabó como un proyecto estable que empezó en 2017 y que más tarde incorporó a la psicología para que los talleres se pudieran abordar desde diferentes perspectivas. Entre los temas que ya han tratado están la justicia, la libertad, el amor y la verdad.

A qué le teme un preso

Cuando les preguntan por sus miedos, algunos internos hablan del temor a ser condenados, otros de la incertidumbre sobre qué va a ser de sus hijos y Alfonso, que ya ha pasado esa fase, tiene miedo sobre su siguiente etapa. «Tengo miedo a llevar el curriculum a una empresa porque creo que no me van a contratar; la tecnología no es la misma, los trabajos no son los mismos, la ciudad no es la misma…» asegura Alfonso, dejando su frase sin terminar, suspendida. Otros, como Emiliano, dan pistas sobre su vida: «Cuando era niño se cayó nuestra casa. Y ver a mi madre sufriendo por aquello me ayudó a superar el miedo a perder algo a lo que mis padres le dedicaron tanto esfuerzo; ahora, con mi edad, estoy orgulloso de haberles ayudado en lo que he podido».

El taller termina y, tras los aplausos, Emiliano se retrasa. Sabe que los funcionarios le están esperando, pero quiere tener una conversación personal con Delia Manzanero, la profesora titular de Filosofía Moral, Política y Social que se ha encargado de dirigir el taller:

— Como yo no tengo visita y estoy tirado aquí en el patio, ¿habría una posibilidad de pedir un libro? — pregunta Emiliano.

— Claro, ¿qué tema te interesa? — contesta Delia.

— Algo sobre el tiempo.

Si algo le sobra a una persona que está en la cárcel es tiempo para pensar. Delia decide recomendarle «Muertos sin sepultura», de Jean Paul Sartre. «Es una obra que nos recuerda que no hace falta un certificado de defunción para estar muerto en vida, como no hace falta estar enfermo para sentir que uno no tiene salud» y Delia prosigue «es un libro que nos habla de que es imprescindible dotar de un sentido a nuestra existencia, aunque estemos presos».

Delia Manzanero dirige el taller sobre el miedo con los funcionarios de la prisión de Ocaña / Karim Agharbi

La prisionización

Después, es el turno de los funcionarios. Los profesores pasan los controles de la prisión y entran a una parte del edificio donde se relajan las medidas de seguridad. La sala donde van a hacer el taller tiene ventanas, el suelo y todos los muebles son de madera, las conversaciones son distendidas y la directora de la prisión, Zoraida Estepa, ha traído magdalenas recién hechas para los presentes. Delia toma la palabra y comienza comentando lo que ha visto en la sesión con los internos: «Todos comparten el miedo a que cuando salgan no le estén esperando su familia o sus amigos, y tienen miedo a no tener recursos con los que salir adelante cuando estén en la calle». Termina con un estudio de psicología social que «afirma que el 60% de los presos que salen en libertad repiten las mismas pautas de cuando estaban presos».

Zoraida asiente, aparte de ser la directora, es psicóloga, conoce el fenómeno y le pone nombre: prisionización. «Por eso, uno de los programas más importante que tenemos», cuenta Zoraida «es el de adaptación a la vida en libertad. Por ejemplo, aquí las tazas no pesan, así que cuando salen de permiso y piden un café y sienten que el cristal del vaso pesa, les impresiona». Los funcionarios aseguran que son capaces de reconocer en la calle, por su forma de andar, quien ha estado en prisión, y por supuesto por su forma de hablar. «El taleguero es el lenguaje que usa la gente que ha estado en la cárcel» comenta Zoraida. Y entre todos empiezan a enumerar términos: el «chabolo», que es la celda; «chapar», que es cerrar el chabolo; «irse de cunda» que es cambiar de cárcel o «chinarse» que es cortarse.

Los talleres funcionan

Samuel Fernández, profesor de psicología social en la URJC, ha sido el encargado de dirigir varias sesiones y hace un balance muy positivo del proyecto: «Yo sí que siento que después de varios talleres llegan con mayor grado de reflexión, algunos te escriben textos contándote lo que sienten, o lo que piensan, otros te piden libros o diapositivas. Y creo que eso es un indicador de que los talleres funcionan». Durante la sesión con los presos ha intentado animarles a que salgan de un papel pasivo en su vida y pasen a querer tomar las riendas: «La libertad se expresa en el acto que llevas a cabo con cada cosa que te pasa» afirma en el silencio de los internos que le escuchan, «el mundo emocional es un arte y todos tenemos el deber de desarrollar esa capacidad, para poder reescribir nuestra historia».

Alfonso, asume el miedo a salir, lo acepta, pero también sabe que lo único que puede hacer «es enfrentarlo». «El ser humano es miedoso por naturaleza, pero el miedo es malo, es como una cárcel que nos impide hacer lo que queremos hacer, que nos obliga a conformarnos con lo que no estamos a gusto, por eso lo que tenemos que hacer es abrirnos y enfrentarnos a él».