Treinta y dos años de reinado (1252-1284) dan para mucho, pero los de Alfonso X fueron especialmente fructíferos en el ámbito cultural.
El sucesor de Fernando III el Santo no quiso transcender espiritualmente sino de manera intelectual, y para ello dedicó su vida a la creación de una extensa obra literaria que a día de hoy todavía sorprende a estudiosos y expertos.
Alfonso X fue un hombre del Renacimiento antes del propio Renacimiento; un rey entregado al conocimiento en unos años oscuros donde ciencia y magia iban cogidas de la mano. Como todos los reyes de la época, cumplió con sus funciones monárquicas y las múltiples extravagancias aparejadas a ellas.
Sin embargo, entre grandes hitos históricos, como la conquista de Cádiz, y una excelente capacidad reproductora (tuvo dieciséis hijos de seis mujeres distintas, once de ellos con su esposa la reina Violante de Aragón), tuvo tiempo para cultivar su mente e intelecto.
De hecho, el monarca fue el artífice y director de un gran trabajo que sirve de reflejo de la época en la que vivió y que, además, sentó las bases de muchos de los estudios que se llevaron a cabo siglos después de su muerte.
La obra de Alfonso X y su conocido escritorio real destaca principalmente por la parte literaria, jurídica e histórica, pero sus intereses no se quedaron ahí. El rey está considerado como uno de los pioneros en el teorizar sobre el juego, ya que su Libro de los juegos, centrado principalmente en el ajedrez pero también en los dados, es el primer tratado sobre juegos que se conoce.
El rey de Castilla fue también un innovador en el campo de la astronomía, a menudo mezclada con la astrología, y en su honor hay un cráter lunar bautizado con el nombre de “Alphonsus”. Las Tablas alfonsíes recogen la colocación exacta de los cuerpos celestes que se veían en Toledo (lugar de nacimiento de Alfonso X) en el momento en que fue nombrado rey (1252) y sus posteriores movimientos; la idea era formar una guía práctica que permitiera calcular la posición de los distintos planetas que se conocían, así como del sol y la luna.
Uno de los libros más curiosos de Alfonso X es El Lapidario, una obra en la que se abordan diferentes aspectos de la medicina, mineralogía y astrología. Esta obra recoge las propiedades curativas de las piedras y su efecto en función de la posición de los astros.
Por tener, Alfonso X tiene hasta libros sobre cetrería, pero lo cierto es que lo que le ha valido una estatua en la puerta de la Biblioteca Nacional es su gran aportación a la lingüística e historia españolas, y al desarrollo de la legislación en Europa.
Hay que dejar claro que la obra que se le atribuye a Alfonso X no fue, ni mucho menos, escrita por él en su totalidad. Al rey se le considera artífice pues era él quien concebía y estructuraba la idea y quien se encargaba de dar las directrices para su desarrollo. El Sabio se ganó el sobrenombre por haber tenido la habilidad de saber rodearse de un excelente grupo de expertos, científicos, poetas, magos, traductores y eruditos de varios orígenes y disciplinas que formaban parte de lo que pasaría a la historia como Escuela de traductores de Toledo.
Con todo, el monarca también creó su propia obra inspirado por su madre, la erudita Beatriz de Suabia. De su puño y letra son las famosas Cantigas de Santa María, una obra lírica escrita en galaicoportugués y considerada como una de las más importantes producidas en esa lengua.
Alfonso X y sus colaboradores hicieron una importante labor de recopilación y traducción de textos, como los cuentos de Calila y Dimna. Muy interesado por la lengua, el rey se rodeó en la Corte de trovadores que utilizaban diferentes idiomas y dialectos, entre los que destacan el occitano, catalán, galaicoportugués o el francés.
Entre los escritos en prosa de Alfonso X, son de especial importancia aquellos de carácter jurídico e histórico. Los dos volúmenes de la Estoria de España y los cinco de General Estoria convierten al rey en el mayor cronista de la España medieval.
En cuanto a los textos jurídicos, la labor del monarca reside en aunar los fundamentos de distintos derechos que existían en la época y sentar unas bases legislativas que todavía tienen influencia en nuestros días. En este sentido destacan las Siete Partidas, código jurídico que se aplicó en el Reino de Castilla pero que tenía un carácter universal.
Además de su obra como poeta, lingüista, historiador o legislador, la aportación de Alfonso X al “saber” también se mide con hechos, como su apoyo a las instituciones académicas. Gracias a él, la Universidad de Salamanca fue la primera en tomar ese título y es bajo su reinado, en 1255, cuando el Papa Alejandro IV da validez universal a los grados estudiados allí, convirtiéndola oficialmente en la primera universidad de España.
Puede que Alfonso X no fuera tanto un sabio como un estudioso empedernido que se dedicó a dar sentido al conocimiento que se tenía en la época. No fue un creador o un inventor sino un excelente organizador, dotado no tanto de inteligencia como de una gran paciencia y constancia, así como de una visión clara de cuál era su función. En el caso de Alfonso X el Sabio, el saber sí ocupa lugar. Un lugar mayúsculo en la Historia de España.