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La catástrofe provocó un insólito enfrentamiento en la dictadura por el retraso de las ayudas
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Sigue la última hora de las inundaciones provocadas por la DANA
PorESTEBAN RAMÓN RTVE
Hay consenso de que fueron más víctimas, pero ninguna certeza pese a que la cifra de 300 ha sido repetida como un eco (o fake ) de la época. Tras la Guerra Civil, en las entonces fértiles orillas del Turia, muchos represaliados, especialmente castellanos, levantaron infraviviendas en riberas. Los poblados chabolistas no solo ofrecieron menos resistencia a la crecida de 1957, sino que estaban habitados por población no censada. Ni se encontraron a todos los desaparecidos, ni todos los cadáveres contabilizados fueron identificados.
Tampoco es fácil precisar la cantidad de agua caída. El meteorólogo Víctor Alcober, basándose en un trabajo del Centro Meteorológico valenciano de 1958, calcula que equivale a la lluvia de tres años en Valencia o la de un año en Londres.
Para muchas cosas, eran otros tiempos, como el menor tráfico en las carreteras. En el mismo cruce de la actual A-3 con el barranco del Poyo, las primeras lluvias de la riada de 1957 se llevaron un coche que circulaba en dirección Madrid. De los cuatro pasajeros, aparecieron dos cadáveres; los otros dos, nunca.
El método para identificar víctimas era crudo: en la puerta de los juzgados se exponían fotografías de los cadáveres y los familiares se acercaban a verlas. Lo cuenta el escritor, periodista y cronista de Valencia, Francisco Pérez Puche, que en sus investigaciones accedió al sumario judicial sobre la gran riada.
Diez días después de la riada, el 24 de octubre, el general Franco visitó la ciudad para saludar a los damnificados. “Lo llevan a escenarios que ya están limpios y ordenados y dice que para Navidad no debe de haber barro”, relata el cronista a RTVE.es.
Estos días se ha recordado cómo la tragedia alumbró una nueva cuidad, desviando el cauce del Turia desde el centro de Valencia hacia una enorme infraestructura en el límite sur que ha conjurado el peligro de futuras crecidas. Pero la reconstrucción de la ciudad se produjo tras un insólito enfrentamiento, por lo público dentro de la dictadura, entre el entonces alcalde de Valencia, Tomás Trénor, y el Gobierno de Franco.
3.000 soldados para ‘la batalla del barro’
Como en 2024, la población afectada sacó a la calle sus muebles y toneladas de barro lo cubrían todo. El entonces director del periódico Las provincias, Martín Domínguez, acuñó el nombre de la Batalla del barro, sobre todo por la presencia de 3.000 soldados en la ciudad centrados en la limpieza.
Las clases en los colegios, que se convirtieron en cobijo para refugiados, se suspendieron durante un mes, mientras los niños alucinaban con la maquinaria estadounidense, enormes excavadoras y volquetes, procedentes de las bases militares estadounidenses de España. “Hubo una estructura muy eficaz: las comisiones falleras”, cuenta Pérez Puche. “En la ciudad había 300 clubs que organizan una falla, pero también se organizaban para limpiar barrios”.
Pero mientras el barro desaparecía, el dinero prometido por Franco no llegaba. “Ahora están riñendo, pero en ocho días hay fondos del estado disponibles; en el 57 tardaron ocho meses,”, explica Pérez Puche. En diciembre, a través de un primer decreto, se compromete un primer paquete de ayudas que sin embargo queda estancado todavía en Madrid.
El discurso prohibido del alcalde
Tanto Martín Domínguez como Tomás Trénor (a la sazón Marqués del Turia) eran monárquicos, juanistas, y, sin llegar a ser antifranquistas, no eran acérrimos del régimen. El periodista comenzó a publicar en Las Provincias una serie de artículos titulados ‘En caliente’ en los que sorteaba la censura para señalar la inacción.
Las fallas de 1958 actuaron como primer catalizador del descontento. Domínguez elevó su tono aprovechando el discurso de proclamación de la fallera mayor en el Teatre Principal, que fue retransmitido por radio: Valencia, la gran silenciada. Cuando enmudecen los hombres… ¡Hablan las piedras!
Pero fue otra vez el agua la que desbordó los ánimos. En junio de 1958, una nueva riada inunda el marítimo. En el pleno municipal del 20 de junio, el alcalde Trénor pronuncia una queja directa: «¿Por qué no pudo hacer también el Estado una cosa ágil, como nosotros, para atender lo que era tan urgente y necesario?”.
El entonces gobernador provincial de Valencia era Jesús Posada Cacho (padre del ministro del PP y expresidente del Congreso, Jesús Posada), que maniobró para que el discurso de Trénor permaneciese en las sombras. Sin embargo, Domínguez hace una reseña del discurso. “Es más dura, más breve y más atómica que el propio discurso. Y Joaquín Maldonado, otro monárquico, presidente del Ateneo mercantil, lo edita y se vende como churros entre los socios del Ateneo”. Alrededor de 1.000 ejemplares circulan entre la burguesía y estudiantes, como “una forma de hacer vida política cuando la vida política no existe”, define el cronista.
El dinero acaba llegando, aunque los protagonistas del enfrentamiento son sancionados. Al marqués del Turia le destituyen como alcalde el 8 de octubre, a punto de cumplirse el aniversario de la riada. “No le dan opción de llevar la senyera el 9 de octubre y dar un discurso a los pies de la estatua del rey Don Jaime”. El ostracismo es profesional, que no social, para un miembro de una familia de la alta burguesía. “Se va a su fábrica de cerveza en el Turia y preside poco después la Casa América de Valencia”.
A Las Provincias le recortan el cupo de papel. Con menos páginas, el periódico sufre el castigo, empieza a padecer económicamente, y el propio Martín Domínguez decide irse para fundar su propio diario entrado en la agricultura. Silenciado, pero no olvidado.