El reconocimiento tendrá lugar el jueves 3 de agosto, a las 22 horas, en la ‘Catedral del Cante’ dentro de los actos del ‘Día de La Unión’ del Festival
El Festival Internacional del Cante de las Minas pone al flamenco en el foco de las actividades que desarrollará durante las dos primeras semanas de agosto, pero lo hace en una conexión profunda con sus raíces, que hicieron que este género encontrara en la Sierra Minera un estilo propio, plasmado en sus Cantes de Levante. El contacto con la minería creó un legado vivo que se transformó en arte. Fiel a esta memoria, el Festival recuerda, edición tras edición, a aquellos mineros que tanto hicieron por La Unión en las duras condiciones de la época.
Este año el homenaje al minero recae sobre Joaquín Hernández Paredes, que encarna uno de los oficios relacionados de forma directa con la minería para hacer posible la extracción de minerales: fue mecánico de la maquinaria que operaba en las minas. Estuvo desde 1974 hasta los años 90 en empresas como Mineras Rosalerta e Industria y Minerales San Juan, trabajando en este oficio en la mina San Rafael y Ocasión, bajando a las minas a reparar maquinaria y a sacar bombas. No olvida la impresión que le dio entrar por primera vez en una mina, bajando a 300 metros de un pozo a oscuras con el carburo. «A las personas que nunca han visto una mina, siempre les digo que impresiona. Porque tú no te imaginas lo que hay en una mina hasta que no lo ves y estás dentro», afirma. Con la caída de la actividad, y tras haber trabajado para Peñarroya, se fue a una empresa de obras públicas de Cartagena.
De su trayectoria profesional recuerda la calidad humana de quienes le acompañaron en este tiempo, como su primer jefe, Juan Conesa Pérez, y quien se quedó al frente de la empresa tras su muerte: Galo Conesa Vargas. «El tiempo que estuve en las minas estuve bien y tenía unos jefes bastante buenos y responsables. Me sentía querido por ellos y ellos por mí también», indica.
El homenaje a la viuda del minero será en esta ocasión para Ana Balsalobre Nieto. Aún le brillan los ojos cuando habla de su marido, Juan Cortado Balastegui, del que se enamoró desde el primer momento que le vio entrar al bar de su padre. Fueron cinco años después cuando comenzó su historia de amor, entre poesías que le escribía para mostrarle lo que sentía por ella. «No he querido a nadie más que a él. Me tenía como una reina», recuerda, a la vez que lo define como «un hombre ejemplar» que le dio «una vida maravillosa». Su marido empezó en la minería a los 9 años, como uno de esos niños que se encargaban de poner los barrenos, y acabó trabajando como maestro de flotación en el Cabezo Rajao. Su mujer recuerda que en un día de trabajo, un muchacho tuvo un accidente y murió, lo que sumado a la enfermedad por silicosis de su suegro, que también era minero, hizo que cogiera miedo y se fuera a la Española del Zinc, donde estuvo el resto de su vida laboral, hasta que una enfermedad renal se lo llevó en 1981.
Ana recuerda a su marido como un trovero, que escribía poesías y letras que llegaron hasta el Festival Internacional del Cante de las Minas. «Eleuterio Andreu recitó un verso de mi marido», afirma con orgullo; el mismo orgullo que brota de ella al recordar a su hijo Pepe de pequeño leyendo los versos de su marido en Mesa Café.
Todavía tiene presente la pasión de Juan hacia el Cante de las Minas, al que siempre iban en familia. «Nos llevaba al Festival porque era la fiesta más grande del pueblo, más que la de la Patrona», recuerda su hija Paqui, que se emociona ante el reconocimiento a su madre como la ‘Viuda del minero’. «Es un orgullo muy grande que salga el nombre de mi padre», cuenta. Lo complementa Ana, que indica que el premio supone «la felicidad de mi padre y de mi marido».