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Una nueva generación de artistas reinterpreta géneros tradicionales y los mezcla con lenguajes contemporáneos
PorR.AUGUSTO / INFORME SEMANAL RTVE
«El folclore es un poco casa. Es esa sensación de que lo que dices y lo que escuchas es un poco tuyo», resume Carmen Toledo, conocida artísticamente como Karmento. Cantautora albaceteña, se dio a conocer en 2023 tras su paso por el Benidorm Fest, el certamen de RTVE para elegir la representación española en Eurovisión. Hasta aquel escenario -habitualmente dominado por el pop comercial- llevó Quiero y duelo, un tema que sorprendió en la semifinal al clasificarse como segunda favorita del público. «Ahí fue cuando me di cuenta de que había un hambre de reconocimiento, sobre todo de la gente del ámbito rural«, recuerda la compositora, que ya ha publicado tres discos.
Su último trabajo, La Serrana (2024), es un viaje emocional y sonoro por los paisajes de su infancia. «Algo muy característico del folclore mesetario, al menos del castellano-manchego, es la guitarra y ese zurre de las cuerdas, como le llamamos allí». En su música también resuenan tambores y castañuelas, sonidos que, según Karmento, «son parte de mi identidad». Para ella, lo importante no es reproducir formas antiguas, sino reinterpretarlas desde un lugar honesto y presente. «El auge del folclore tiene que ver con la necesidad de volver a la raíz, a algo sencillo y verdadero». Y añade: «El nuevo folclore tiene mucho de pop, de estructuras accesibles. Al final, es música del pueblo, y eso significa que debe poder ser cantada por todos».
La jota como refugio musical
Si hay una manifestación folclórica profundamente popular y extendida en España, esa es la jota. Se canta -y se baila- en Castilla y León, Castilla-La Mancha, Navarra, Valencia… pero, sobre todo, en Aragón. «Musicalmente, la jota es muy viva y divertida, pero también muy intensa. Tiene muchísima fuerza», explica Juanjo Bona, joven cantante zaragozano de 21 años que se ha convertido en uno de los defensores más visibles del folclore aragonés, al que está «ligado desde que era pequeño».
Hasta hace poco, Juanjo participaba en concursos locales interpretando jotas tradicionales, pero nunca se había planteado componer sus propios temas. Todo cambió tras su paso por Operación Triunfo, cuando se enfrentó al reto del primer single. «Mi idea inicial era hacer algo comercial, con letras neutras para que cualquiera pudiera conectar con la canción», recuerda. Sin embargo, las melodías no empezaron a fluir hasta que aceptó que su diferencia era precisamente aquello que había intentado ocultar: «Mi pueblo, mi forma de hablar, todo lo que soy y siempre he llevado por bandera». Así nació Recardelino (2025), su primer disco, un homenaje a las leyendas y tradiciones aragonesas, en el que el pop melódico fluye entre estribillos joteros, castañuelas y bandurrias.
Para Bona – que los próximos 30 y 31 de mayo presenta sus canciones en Madrid, con entradas ya agotadas – el folclore está más vivo que nunca porque responde a una necesidad emocional profunda. «Hay una búsqueda de verdad, pero también un deseo de pertenencia. Yo tuve que salir del pueblo, y muchas veces me sentí muy solo en Madrid. Homenajear mi pasado y mis raíces me da paz».
Rapeando con mandil y botijos
La necesidad de reconectar con las tradiciones ha sido también el caldo de cultivo para el proyecto artístico de Bewis de la Rosa, cantante y coreógrafa de 31 años que se define como «una manchega nacida en Madrid». Su propuesta se articula a través del rap rural, un estilo que, como ella misma explica, «utiliza el rap, un lenguaje urbano en cuanto al sonido, y lo fusiona con partes de folclore«.
Sobre bases de castañuelas, Bewis rapea sobre los problemas del campo, las costumbres rurales, la precariedad o la despoblación. En sus conciertos, da vida a todo ese universo escénico vestida con mandil y pañuelo en la cabeza, rodeada de botijos y bragas de abuela, en homenaje a las mujeres de los pueblos que han sostenido la cultura popular sin hacer ruido.
Como muchas voces del nuevo folclore, Bewis cree que este auge responde a una inquietud común: «Hemos sentido una crisis de identidad en torno al territorio. Te preguntan de dónde eres… y no sabes ni qué contestar». Para ella, ese vacío identitario es el que ha motivado a muchos artistas a crear. «Mi generación tiene una necesidad real de comprender sus orígenes. De ahí salen canciones. De ahí sale un artista que necesita vomitar todo eso».
Electrificar la copla
También desde una perspectiva híbrida trabaja Rosalinda Galán, artista sevillana que ha hecho de la copla su campo de experimentación. «Quiero volver a poner la copla sobre la mesa y hacerle justicia poética a una música que ha tenido muy mala prensa con el paso de los años», reivindica. Durante décadas, la mal llamada canción española fue asociada al franquismo y a la España más rancia, pero Rosalinda quiere desmontar ese relato. «La copla también fue refugio para mujeres en los márgenes y para el colectivo LGTBI. En sus letras se cantaba al deseo, a los amores prohibidos, a la sexualidad, en una época en la que mucha gente no podía hablar abiertamente de lo que sentía».
En Cállate, su primer single, se escuchan ecos de Estrellita Castro, Marifé de Triana, Lola Flores o Concha Piquer, pero también ritmos tecno y bases electrónicas. «A mí me gustaría que mi copla provocara lo que yo llamo un ‘órdago intergeneracional’. Quiero que en mis conciertos se llore, se sienta y se salte. Me imagino un pogo folclórico, con gente empujándose, peinetas bailando y abuelas cantando».
La ‘folktrónica’ galega de Baiuca
Una línea parecida – el mix entre electrónica y tradición- es la que defiende desde Galicia Baiuca, nombre artístico de Alejandro Guillán. Productor musical y multinstrumentista, hace siete años comenzó a mezclar flautas tradicionales y pandereteiras gallegas con bases de house. Hoy es uno de los grandes referentes de este nuevo folclore electrónico. «Yo no hago música tradicional, me inspiro en ella», matiza. «Lo interesante de la tradición es que pueda salir del pueblo y conectar con otros espacios«.
Aunque lo suyo nace de un contexto local, para Baiuca el folclore apela a emociones universales. Por eso su folktrónica suena y se baila tanto en Galicia como en clubes de Francia, EE.UU. o México. «Si aquí escuchamos música africana o latina, ¿por qué no se va a escuchar la música gallega en el resto del mundo?»
Una filosofía que también comparten Delameseta, dúo vallisoletano formado por la coreógrafa y cantante Lucía López-Enrique y el productor Santi Sierra. Ellos mezclan charros salmantinos con reguetón y autotune. «Las métricas y velocidades del folclore tradicional casan muy bien con la música urbana actual», apunta Sierra. Para Lucía, esta fusión también tiene un sentido físico: «Vivimos en una sociedad que no baila, que piensa mucho pero no siente. Y muchas canciones del folk están pensadas para eso: para bailar con el cuerpo entero».
Una necesidad de volver
El público parece estar respondiendo con entusiasmo a este regreso a la raíz. Por todo el país proliferan los festivales que, de una forma u otra, celebran las músicas populares. Uno de ellos es Folkarria, que en abril celebró su última edición en la Alcarria madrileña.
«Antes no veíamos tanta gente joven interesada por la música tradicional«, cuenta Juanra Campos, uno de sus organizadores. Hoy, los escenarios se llenan de veinteañeros, padres con hijos, abuelos y nietos… todos, bailando juntos. Porque el folclore ha vuelto para marcarnos, a un nuevo ritmo, el camino de vuelta a lo que fuimos. A lo que somos.