El equipo azulgrana regresa a casa dos años y medio después, ante 45.157 espectadores, y con Lewandowski como primer goleador de un nuevo tiempo.

Barcelona – Athletic / Javier Borrego / AFP7 / Europa P / Europa Press
Francisco Cabezas LA OPINIÓN
Antes del festival, con las gradas del imponente Camp Nou aún vacías y dos horas antes de que el Barcelona diera buena cuenta del Athletic, Joan Laporta se apoderó del silencio. Salió al palco, sacó el teléfono móvil de su abrigo –aun bajo el sol, hacía un frío de narices– y, con una sonrisa que no se le acababa, comenzó a tirarse ‘selfies’. Intentaba el presidente capturar la mejor luz, la mejor perspectiva, con o sin grúas de fondo. Y levantaba el mentón como si fuera la estatua de un dios en un Olimpo de sillas azul y grana. Seguro de estar muy cerca de concluir ese viaje homérico que le llevará a trascender.
Regresó el Barça al Camp Nou –por delante Spotify, que para eso paga lo suyo–. Lo hizo dos años y medio después de la última vez, con uno de retraso. Qué más da. Porque la alegría, la emoción y las lágrimas de quienes acudieron (45.157 espectadores), desde los socios con pase de temporada hasta los turistas que abrieron de par en par la billetera, se lo llevaron todo. Quedaron así ocultos en los barracones que aún presiden la entrada al estadio las penurias de los trabajadores, los desencuentros con el Ayuntamiento y los «imponderables»con los que el Barça siempre defendió a la constructora turca Limak.
El estadio, en cualquier caso, lució precioso y ruidoso pese a que el gol sur todavía no pueda ser ocupado –los 62.000 espectadores llegarán en enero– y que aún esté a medio construir la tercera gradería, desde donde algunos operarios, con sus cascos, se pusieron a ver el triunfo de los futbolistas de Flick.
Antes de todo eso, el Barça regaló a dos de sus socios más antiguos, Juan Canela Salamero y Jordi Penas Ibarri, el honor de ser los primeros en tocar el balón. En tiempos de apariencias, fue un detalle bonito por parte del club. Ellos también estuvieron en la inauguración del viejo Camp Nou de Francesc Mitjans en 1957. El corazón del Camp Nou latía de lo lindo, de orgullo, con la interpretación del Cant del Barça por parte del Cor Jove de l’Orfeó Català, pero también de rabia, por la presencia de un Athletic Club.

PI STUDIO LA OPINIÓN
La rivalidad se ha ensuciado en los últimos tiempos, especialmente desde que Nico Williams jugueteó con vestirse de azulgrana el pasado verano. La hinchada barcelonista le abucheó durante la hora en que estuvo sobre el césped.
La roja a Sancet
Antes de que la tarde se embarrara de mala manera, especialmente después de que a Sancet se le cruzaran los cables y cazara a Fermín –el árbitro José María Sánchez Martínez no vio claro que tenía que expulsarle hasta que acudió al monitor del VAR–, los futbolistas del Barça se habían esmerado en vivir el mejor amanecer posible en su regreso. Y uno de los que más los disfrutó fue Robert Lewandowski, que pudo lucir el brazalete de capitán en una jornada tan simbólica ante las bajas de Ter Stegen, De Jong y Pedri y la suplencia de Araujo. Pasará al imaginario azulgrana como el primer goleador del nuevo Camp Nou.
Habrá quien se quede con aquellos momentos en que Lewandowski parece lento, ausente y rodeado de críos, en un mundo que, poco a poco, ya no es el suyo. Pero es el polaco un delantero centro con tanto oficio que podría seguir haciendo lo mismo hasta que le diera la gana, rematando balones o lavadoras. Un martillazo con la derecha sirvió para inaugurar la fiesta, apuntándose al guateque el portero Unai Simón, que no estuvo al tanto de que el delantero podía rematarle al palo corto.
Joan Garcia, que volvía a la portería del Barça tras superar su lesión –Raphinha lo hizo al final–, vio desde el otro lado del océano como el portero titular de la selección española volvía a fallar en el 2-0. Unai Simón puso la mano blanda al disparo de Ferran Torres. Aunque el origen hubo que ir a buscarlo a la asistencia monumental de Lamine Yamal, que aun limitado por la pubalgia, continúa siendo determinante.
Flick pudo disfrutar de lo lindo porque, excepto en cinco minutos del primer tiempo en que los bilbaínos fallaron tres ocasiones –dos Unai Gómez, una Nico–, todo le salió de fábula. Desde la inclusión de Gerard Martín como central junto a Cubarsí, hasta la de Eric Garcia en el mediocentro, clave éste en el 3-0 ofrecido a Fermín en el inicio del segundo acto. Laporta, aún entretenido en el antepalco, se lo perdió. No así el 4-0, otra vez de Ferran Torres, con el que se cerró la tarde.
Pero no pasa nada. En días así, lo mejor no es mirar al escenario, ni siquiera a la pirotecnia, sino a la grada. Allí donde nacen los recuerdos.