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Frente a la diplomacia paciente del presidente chino, Trump desarrolla una política desordenada e imprevisible
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El objetivo del mandatario estadounidense no es confrontar a China, sino alcanzar un acuerdo que beneficie a EE.UU.
PorADRIÁN ROMERO RTVE

«China no necesita negociar: acaban de ver a Trump ceder inmediatamente en la mayoría de sus aranceles y se ha dado cuenta de que no es un negociador reflexivo ni fuerte», observa el miembro del Consejo de Relaciones Exteriores para el Sudeste Asiático, el periodista Joshua Kurlantzick.
La actitud del Gobierno chino es lógica. Sabe que la presión del presidente estadounidense, Donald Trump, no es la antesala a una negociación. Es la estrategia en sí. Cada propuesta arancelaria alimenta la siguiente. Con esta táctica, Estados Unidos ha visto plegarse a sus aliados asiáticos —Japón, Corea del Sur y Taiwán—, pero se ha topado con la rigidez política del gigante asiático.
«Trump cree que China ha estado engañando a su país durante años, y [el presidente chino], Xi Jinping, cree que Estados Unidos está intentando perjudicar su economía», explica el profesor de Asuntos Asiáticos en la Escuela de Asuntos Exteriores de la Universidad de Georgetown, Evan Medeiros. «Tenemos dos líderes que confían en poder soportar más sufrimiento que el otro y ambos creen tener más influencia en las negociaciones, por lo que ninguno está dispuesto a ceder», reitera.
Con aranceles del 145% a los productos chinos, «nos estamos acercando rápidamente a un punto de no retorno«, advierte el profesor distinguido en el área de Economía y Estrategia en la Escuela de Negocios McDonough de la Universidad de Georgetown, Arthur Dong. «La relación entre estos dos grandes Estados comerciales se ha deteriorado hasta provocar una carrera hacia el abismo«, insiste.
Una relación desigual
Desde 2012, Xi Jinping ha adoptado un liderazgo cada vez más populista y nacionalista. Hace años que China dejó de ser el socio discreto que buscaba «esperar con calma y aguardar el momento oportuno», como marcaba la ‘Estrategia de los 24 caracteres’ de Deng Xiaoping. En su lugar, políticas como el ‘Sueño Chino’ o la ‘Iniciativa de la Franja y la Ruta’ pugnan por crear una alternativa al orden mundial occidental.
En este contexto, las tensiones entre Estados Unidos y China no han comenzado con el segundo mandato de Trump. De hecho, su primera presidencia en 2017 no era más que una extensión de las inquietudes sobre China gestadas por Barack Obama. La diferencia era el enfoque. Mientras su predecesor apostaba por una contención estratégica, Trump prefería la reciprocidad.
En 2018, el discurso del entonces vicepresidente, Mike Pence, apuntaba a esta idea de una relación injusta entre ambos gigantes. El mantra, muy similar al actual: Washington como gran benefactor, había abierto sus mercados y, sin embargo, esto había terminado a favor del gigante asiático.
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«China tiene todo tipo de normas y regulaciones, las llamadas ‘barreras no arancelarias‘, que dificultan enormemente la competencia justa de las empresas estadounidenses», revela Medeiros. «Los chinos no están de acuerdo y defienden que todo lo que hacen es conforme a la Organización Mundial del Comercio [OMC]. La realidad es que juegan con el hecho de que todos los países quieren acceder a la economía china y están dispuestos a hacerlo en los términos de Pekín, no en los de la OMC«, subraya.
Durante la era Biden, la estrategia fue similar a la de Obama. El fin era lograr una cooperación a gran escala para aislar, confrontar y generar resistencia a China. Pero para el presidente 45 y 47 —Trump—, las ideas complejas y de teoría geopolítica no son atractivas. Su fin no es otro que alcanzar un acuerdo con Pekín.
Este objetivo no es fácil. La relación de la que Trump presume con Xi difiere de las acciones de su Gobierno. Mientras el mandatario declaraba el miércoles su aprecio por su homólogo chino —»es una de las personas más inteligentes del mundo», defendía—, asesores como el secretario de Defensa, Pete Hegseth, se han mostrado gustosos de intensificar la competencia con China.
De momento, Pekín sigue sin canales alternativos a Trump en Washington con los que dialogar. «En la cultura china, uno de los elementos más importantes, —y quizá Trump no sea consciente de ello—, es el de guardar las apariencias«, recuerda Dong. «Por eso, si uno se acerca a un líder chino, es fundamental no humillarlo para mantener el diálogo».
China prospera en el arte de la paciencia, esperando una transparencia que nunca llega en la política de desorden de Trump. «Por eso, Xi Jinping se muestra reacio a una llamada telefónica, y mucho menos a reunirse con el presidente, porque le preocupa lo que pueda hacer al día siguiente, desde criticarlo hasta tomar alguna medida en contra», refleja Medeiros.
Bajarse del tigre
Xi enfrenta un panorama incierto. Pekín anunció el viernes aranceles del 125% a las importaciones estadounidenses, pero sigue dispuesta a negociar. El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Lin Jian, no dudó en aplicar esta semana la diplomacia de «guerrero lobo» y amonestar la política de Trump, aunque dejó abierta la puerta a que se retractase. Nada de eso ha sucedido y el margen de maniobra se reduce.
«El tiempo no está del lado de China, pues parte de un momento de debilidad económica y recesión«, establece Dong. «Sufrirá desproporcionadamente en esta guerra comercial, pues Estados Unidos [su principal socio comercial] compra mucho más al país asiático», incide.
En cambio, Kurlantzick considera que la relación de rivalidad que China posee con el gigante norteamericano le ha permitido desarrollar una mejor posición para combatir la política de Trump. «Tiene muchos otros mercados de exportación: lleva preparándose para los aranceles desde hace años» reflexiona.
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Por otro lado, el país asiático es consciente de que, si accede a negociar, Trump puede no cumplir con su palabra, o Pekín cumplir con sus demandas. Si no hay trato, los halcones de la Administración podrían endurecer aún más las sanciones. ‘Qí hǔ nán xià’: Xi Jinping «monta un tigre» del que es «difícil bajarse».
«Si el presidente chino cede o muestra alguna debilidad hacia Trump, sería una pérdida de prestigio enorme, no solo para sí mismo, sino también para la percepción que tendría su propio pueblo», comenta Dong. «La reestructuración fundamental que China requiere para reequilibrar la balanza comercial y —quizá— satisfacer a Estados Unidos, le exigiría reorganizar toda su economía de tal manera que sería desventajoso para el sector estatal y, por consecuencia, para el poder de Xi», enfatiza.
Personaje único
Trump no actúa como un político tradicional. Es, como expone Medeiros, «un personaje único«. «Ya sea como empresario o presidente, su mentalidad está centrada en negociar y, antes que eso, acumular influencia. Su idea es que impone aranceles disparatados y luego su retirada le da poder en las negociaciones», evidencia.
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El objetivo no es aislar o confrontar al gigante asiático en términos ideológicos, como intentó Biden u Obama. Se trata de alcanzar un acuerdo que beneficie a Estados Unidos. El contenido del trato es secundario: lo importante es que parezca una victoria, pese a que, como reitera Kurlantzick , por el camino «haya perdido a muchos países e inversores y haya hecho que EE.UU. parezca inestable».
«Lo que ocurrirá es que Trump negociará con Pekín y alcanzarán un gran paquete económico. China aceptará comprar muchos productos estadounidenses, y aprobará tratos clave, como la venta de TikTok. Trump se proclamará victorioso y, si bien el acuerdo se verá y sonará bien, no cambiará la relación comercial entre Estados Unidos y China», remarca Medeiros.
La diplomacia de Trump es el arte de la negociación empresarial convertido en política exterior. Su estilo errático y desordenado desconcierta a sus interlocutores y puede acabar con la paciencia de Pekín.
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Más allá de su discurso agresivo, Trump detesta los costes asociados con los conflictos militares. Es poco probable, por tanto, que amenace con reconocer a Taiwán como país para presionar a China. Pero eso no impide que la tensión diplomática y económica aumente. Sin un acuerdo a corto plazo, habrá más sanciones, más restricciones tecnológicas y, por extensión, más apoyo estadounidense a la isla.
«Tanto la Unión Europea como Estados Unidos dependen en gran medida de los microchips que fabrica Taiwán», ejemplifica Dong. «Si estas guerras comerciales continúan, aumenta la probabilidad de que China tome medidas audaces. Si miramos a la historia, esto mismo le ocurrió a Estados Unidos. En 1765, los británicos les impusieron aranceles [Ley del Timbre] ¿Qué hicieron los colonos estadounidenses? Se rebelaron«, sentencia.
El pensamiento chino en la guerra arancelaria
El pasado jueves, la oficina de información del Consejo de Estado de la República Popular China publicó su libro blanco sobre la guerra arancelaria de Trump. El documento, publicado íntegramente en inglés, apelaba directamente a la audiencia estadounidense.
El texto manifiesta que las medidas de Trump son resultado de su unilateralismo y proteccionismo económico. Una actitud que, subraya, ha socavado gravemente la cooperación entre China y EE.UU. Según Pekín, estas políticas son coercitivas, violan el multilateralismo y desestabilizan el comercio internacional.
China mantiene que la cooperación económica con EE.UU. es «mutuamente beneficiosa». A su juicio, las fricciones actuales responden más a problemas estructurales del país norteamericano —señalan su déficit comercial crónico y limitaciones productivas— que a un comportamiento desleal chino.
Asimismo, insisten en que no buscan un superávit deliberado en su balanza comercial, y que incluso los vaivenes internacionales han reducido sus exportaciones a EE.UU. desde 2007.
Pekín defiende una visión de cooperación estratégica y sostenible entre ambos gigantes, basada en «el respeto mutuo, el diálogo y la complementariedad económica». «Las guerras comerciales no producen ganadores y el proteccionismo conduce a un callejón sin salida. El éxito económico, tanto de China como de Estados Unidos, presenta oportunidades compartidas en lugar de amenazas mutuas,» concluye la nota.