La localidad cartagenera de La Azohía conserva un arte de pesca de túnidos, cuyos orígenes se remontan a hace más de 3.000 años, dado que fenicios, íberos, cartagineses, griegos y romanos ya lo practicaban

Vista aérea de la almadraba, con los peces dentro del laberinto de redes. / Áxel Álvarez
Miguel Villaplana LA OPINIÓN
Ha sido un arte habitual de pesca durante muchos siglos. Sus orígenes se remontan a hace más de 3.000 años, dado que fenicios, íberos, cartagineses, griegos y romanos ya lo practicaban. Pero la progresiva disminución de las poblaciones de túnidos ha ido provocando también una lenta regresión en esta técnica milenaria, hasta convertirla casi en una reliquia. Tanto es así, que para encontrar la única almadraba en activo que queda en el Mediterráneo español hay que viajar hasta La Azohía, donde 14 pescadores, entre febrero y julio, trabajan a diario para capturar bonitos, albacoretas, melvas, lechas y, en los días de suerte, atunes. Una rara avis, en definitiva, que le ha valido la declaración como Bien de Interés Cultural (BIC) de carácter inmaterial.
Es como un ritual. Con la llegada de la temporada de pesca, todas las mañanas, al amanecer, los 14 integrantes de la almadraba (tres buceadores, dos patrones, dos maquinistas y siete marineros) salen desde el puerto de La Azohía con tres embarcaciones en dirección al lugar en el que se encuentran dispuestas las redes. Un laberinto o cerco de gran tamaño de forma rectangular, con un trozo de red auxiliar que une el cuerpo con la costa, y que se dispone perpendicularmente a la misma con el nombre de rabera de tierra. Un complejo sistema, en el que conviven anclas, anclotes, flotadores, cadenas, cables y más de 2.000 boyas, cuyo objetivo es atrapar a los túnidos que nadan junto a la orilla.

Momento de la extracción de las capturas, una vez reducidos los espacios. / Axel Alvarez
Una vez en el interior del laberinto, y con la llegada de las embarcaciones, tanto éstas como los pescadores, con sus propias manos, van estrechando el cerco, concentrando cada vez más al pescado, que al contar con menos espacio y verse rodeado empieza a aletear de forma frenética, convirtiendo la superficie del mar en un espectacular hervidero de chapoteos. Es el paso previo al momento culminante, el instante en el que se izan las jarcias a pulso para depositar las capturas sobre los barcos, siempre con cuidando y evitando golpear a los peces.
Una vez culminada la operación, son depositados en cajas para su traslado a la lonja, la única en España propiedad de una almadraba. Es allí donde se cubren de hielo para asegurar su conservación, antes de procederse a su subasta para la comercialización, principalmente a pescaderías y restaurantes de las zonas más próximas, aunque también de otros puntos del Mediterráneo. Asimismo, de forma ocasional, han visitado la almadraba compradores japoneses, teniendo en cuenta que el atún es muy apreciado en la dieta nipona.
El máximo responsable de la almadraba, Juan Paredes, explica que fue fundada en 1947 por su abuelo, y que en estos momentos está en manos de la tercera generación, que continúa con la tradición. Según sus palabras, «efectivamente somos la única almadraba que queda en activo en el Mediterráneo español, y nos alimentamos de los túnidos que vienen de África a desovar, principalmente albacoretas, bonitos, melvas o lechas, aunque también atunes».
La temporada de pesca abarca desde febrero a julio, aunque, remarca Paredes, «realmente dedicamos los dos primeros meses al montaje de las redes, dado que es un trabajo muy laborioso que necesita de tiempo». Y subraya que la almadraba es una de las técnicas de pesca más sostenibles, dado que, explica, si se introduce en las redes alguna especie protegida o que no es objetivo se libera de forma inmediata sin sufrir daños.

La almadraba dispone de lonja propia para la subasta del pescado. / Axel Alvarez
El atún es la especie más codiciada, aunque también la más escasa. «Esta temporada solo hemos pescado tres días», indica Paredes, quien señala que, en cualquier caso, tienen una cuota muy escasa, de apenas 3.500 kilos, que solo pueden ampliar comprando a embarcaciones que no hacen uso de las suyas.
Y con relación al volumen de pesca total, contabilizando todas las especies, indica que es muy irregular, aunque suele rondar los 4.000 kilos diarios.
El trabajo en la almadraba, por otro lado, no es solo cosa de hombres. Miriam González está al frente de la administracion y la subasta, aunque en su momento también participó en las labores propias de pesca. «Tiraba redes y me ocupaba del triaje», recuerda, aunque reconoce que «soy más de tierra». Y destaca la importancia que la empresa tiene para la economía de la zona, empezando por el empleo. «Hay gente de aquí, de Cartagena y de Mazarrón», indica.
Dureza
Uno de los más veteranos es el patrón, Salvador Yúfera, que a sus 62 años lleva más de 30 trabajando en la almadraba. «Mi padre ya estuvo aquí, y después me quedé yo», recuerda. Y señala que se trata de un trabajo duro, aunque no tanto como el de otras técnicas de pesca, porque, según sus palabras, «nosotros al menos tenemos la ventaja de que dormimos todos los días en casa».
En parecidos términos se expresa Martín Soler, más conocido como El Puyo, quien señala que tanto su padre como tres tíos suyos ya fueron almadraberos. «Todos somos gente marinera. Para trabajar aquí te tiene que gustar, y aquí seguimos, conservando un arte de pesca que se encuentra en peligro de extinción», remarca.

Dos pescadores seleccionan las albacoretas capturadas / Axel Álvarez
Menos tiempo lleva en el trabajo Paco Martínez, concretamente tres años. Según explica, «a mí siempre me ha gustado el mar, aunque en su vertiente más de recreo. Ahora he cambiado de palo y la verdad es que estoy satisfecho».
Otra de las singularidades de la almadraba de La Azohía, como queda dicho, es que posee lonja propia, a donde acuden mayoristas a comprar. Este es el caso de Óscar Serrano, de Pescaderías Murcia, que se encarga de distribuir principalmente en pescaderías de la zona. En este sentido, no duda a la hora de señalar que «tener esto aquí es un auténtico lujo, porque más frescas es imposible obtener estas capturas y, además, a diario».
La singularidad de esta almadraba, la única que persiste en aguas mediterráneas, es lo que le ha valido desde hace un año ostentar la declaración de BIC.