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«No es un mero procedimiento cosmético, sino que puede tener implicaciones serias para la salud», concluyen los autores
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Desde la Sociedad Española de Inmunología lanzan un mensaje tranquilizador a las personas tatuadas
El tatuaje no es únicamente un procedimiento cosmético, sino que puede tener implicaciones para la salud. Esta es la principal conclusión a la que ha llegado un estudio de la Universidad de la Suiza Italiana, liderado por el científico español Santiago Fernández González y publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences. La tinta suele persistir en los ganglios linfáticos en la mayoría de las personas tatuadas, a menudo de por vida, y a la larga puede traducirse en una mayor susceptibilidad a enfermedades infecciosas o a determinados tipos de cáncer.
El trabajo, desarrollado por el Instituto de Investigación Biomédica ligado a la citada universidad, evalúa la toxicidad de la tinta de los tatuajes centrándose en los tres colores más utilizados: negro, rojo y verde. Uno de los hallazgos más importantes es que la tinta, además de en la dermis —la capa intermedia de la piel—, se acumula en los ganglios, donde permanece asociada a células del sistema inmune durante años. La tinta también induce la muerte de estas células, y provoca una reacción inflamatoria crónica que afecta al funcionamiento correcto del sistema inmunitario.
«La inflamación es un mecanismo de nuestras defensas para combatir infecciones. Si bien no es problemática en sí misma, puede estar asociada con problemas importantes», describe a RTVE Noticias el investigador Santiago Fernández González. «El primero es la magnitud de la respuesta inflamatoria, que puede ser especialmente problemática en aquellas personas sensibles, por ejemplo, quienes padecen una enfermedad autoinmune o tienen algún tipo de alergia a los pigmentos utilizados. El otro problema es la duración de la respuesta inflamatoria. Al mantenerse en el tiempo, la inflamación se vuelve crónica, lo que se asocia con el agotamiento de las defensas del cuerpo, y el aumento de la posibilidad de padecer infecciones o incluso cáncer».
Según detalla el estudio, la captura de la tinta por parte de estas células del sistema inmune desencadena una respuesta inflamatoria que se expresa en dos mecanismos diferenciados: por un lado, tras la llegada de la tinta al nódulo comienza una fase aguda que persiste aproximadamente durante los dos días posteriores a la realización del tatuaje, seguida de una fase crónica que puede durar años. Esta fase crónica es la más preocupante. El trabajo científico ha descubierto que los macrófagos —células esenciales del sistema inmunitario cuya principal función es fagocitar patógenos y células dañadas— no pueden digerir la tinta capturada , por lo que entran en una fase de muerte celular que es más pronunciada en los tatuajes realizados con tinta roja y negra, sugiriendo una mayor toxicidad de estos colores.
Localización de los tatuajes y superficie tatuada
Tal y como explica Fernández González, el ser humano tiene alrededor de 600 ganglios linfáticos distribuidos por todo el cuerpo, situados estratégicamente para controlar la presencia de infecciones o la eliminación de células tumorales. Por ejemplo, los ganglios situados en la zona de la ingle se encargan de detectar infecciones y tumores en la linfa proveniente de las piernas, mientras que los ganglios situados en las axilas drenan infecciones y células tumorales provenientes de los brazos y del pecho. Por lo tanto, la localización de los tatuajes en el cuerpo podría influir también en el tipo de enfermedades a las que se tiene mayor propensión. «Es posible que tener determinados ganglios afectados por la tinta puedan aumentar el riesgo de alguna patología especifica en la zona que drenen, pero debe estudiarse con más detalle», sugiere el investigador gallego.
Lo mismo sucede con la cantidad y el tamaño de los tatuajes, ya que, «cuanto mayor sea la superficie tatuada, mayor será la cantidad de tinta inyectada en el cuerpo y por tanto las consecuencias podrían ser potencialmente peores».
En todo caso, no hay datos epidemiológicos robustos que permitan cuantificar ese posible riesgo, de modo que las conclusiones deben interpretarse con cautela. «En los próximos años la realización de estudios clínicos ofrecerá una perspectiva más clara sobre el riesgo real de esta práctica, pero mientras tanto, es importante trasladar a la población la idea de que el tatuaje no es un mero procedimiento cosmético, sino que puede tener implicaciones más serias para la salud», asegura.
Mensaje tranquilizador de los inmunólogos
En este sentido, desde la Sociedad Española de Inmunología (SEI) lanzan un mensaje tranquilizador a las personas tatuadas, que en España se cuentan por millones, especialmente entre los más jóvenes —según la Academia Española de Dermatología y Venereología, alrededor del 30% de la población de entre 20 y 40 años tiene al menos un tatuaje—. «La gente tatuada debería tener una tranquilidad absoluta», opina Óscar de la Calle, inmunólogo y secretario de la SEI. «La tinta que tú metes en el cuerpo se queda en el espacio intercelular, donde los macrófagos, los fagocitos, se la van comiendo, pero a un cierto nivel se saturan y mueren, lo que produce inflamación, que puede convertirse en crónica. Pero no pasa tan a menudo, porque la gente que tiene tatuajes tendría enfermedades, y no es algo que se haya observado, por lo menos epidemiológicamente», mantiene. «Hay mucha gente tatuada y no se han descrito efectos adversos, aunque también hay que tener en cuenta que los tatuajes se han popularizado sobre todo en los últimos 20 años».
De la Calle califica al estudio desarrollado en Suiza como «un trabajo muy sólido», aunque reconoce a RTVE Noticias que «está acotado a un modelo muy específico y los ratones no tienen ninguna enfermedad como consecuencia de ello». «Personalmente, creo que no hay que ser alarmista», considera, y apunta a que la superficie de piel tatuada puede ser un factor decisivo: «Si una persona tiene el 50% de su cuerpo tatuado, que es algo que antes no se veía y ahora se puede ver sin ningún problema cuando vas a la playa, es lógico que eso pueda tener implicaciones… Pero si alguien se tatúa un nombre o una figurita, o tres o cuatro, que son relativamente pequeñas, pues probablemente no las tenga».
«Una de las limitaciones es que no hay suficientes estudios epidemiológicos que estudien la asociación entre tatuajes y enfermedades infecciosas o el cáncer», asegura por su parte el autor principal del estudio, Santiago Fernández González. «La existencia de tatuajes de tamaño grande es una tendencia relativamente nueva que requiere un seguimiento de los participantes en el estudio durante años. Sin embargo, existen trabajos recientes que han encontrado un aumento significativo en el riesgo de sufrir algunos tipos de cáncer como son el linfoma y melanoma en individuos tatuados», añade, aunque admite que, «en cualquier caso, son necesarios muchos más estudios para confirmar la asociación entre tatuajes y cáncer».