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La «flota fantasma de Mallows Bay», en EE.UU., se ha convertido en un hábitat de enorme valor para muchas especies
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En el Báltico, los restos de misiles nazis albergan más biodiversidad que las zonas circundantes

En las aguas del río Potomac, al sur de Washington D.C., se halla un lugar único para la biodiversidad. No por sus características naturales, sino por la acción del ser humano. Allí yace la «flota fantasma de Mallows Bay», el mayor cementerio de barcos del hemisferio occidental.
Son más de un centenar de navíos usados por el Ejército estadounidense durante la I Guerra Mundial para trasladar tropas y material a sus aliados en Europa. Tras el fin del conflicto, fueron trasladados a este punto remoto del estado de Maryland, donde se quemaron y hundieron deliberadamente para extraer el material de valor. Allí llevan cerca de un siglo abandonados y metamorfoseándose con el paisaje.
La acumulación de sedimentos sobre los pecios ha llevado a la creación de llamativas islas con forma de barco, donde florece tanto la vegetación terrestre como acuática. Aves como el águila pescadora anidan entre esta vegetación y en las zonas expuestas de los barcos, mientras que, bajo del agua, especies en peligro de extinción como el esturión del Atlántico utilizan los restos submarinos como zonas de alimentación y cría.
Los barcos hundidos han logrado disminuir las tasas de erosión y aumentar las tasas de acreción —el efecto contrario—, lo que ha llevado a la creación de abundantes humedales, bosques y hábitats acuáticos. Más de cien años después del fin del conflicto, son un hogar para gran variedad de aves, peces, reptiles o anfibios, lo que llevó al país a declarar Mallows Bay como un Santuario Nacional Marino en 2019.
Ahora, científicos de la Universidad de Duke han elaborado, gracias a imágenes tomadas por drones, el mapeo más completo hasta el momento de este lugar único, tal y como publican este jueves en la revista Scientific Data, asociada a Nature. Se trata de un mapa clave para proteger un ecosistema vulnerable, según los autores. El aumento del nivel del mar, el relleno de sedimentos o el deterioro físico de los barcos están cambiando la naturaleza del paisaje, creado en un delicado equilibrio entre la naturaleza y la acción humana. «Las imágenes de alta resolución son esenciales para documentar su ubicación y configuración [de los barcos], creando una línea de base para cualquier estudio cultural, arqueológico, geológico y ecológico futuro», apuntan.
Más organismos en los restos de misiles que alrededor
Su estudio aparece el mismo día que otro que da cuenta de la explosión de vida marina en restos de proyectiles de la Segunda Guerra Mundial hundida en el lecho del mar Báltico, frente a la costa del norte de Alemania. En los años posteriores al conflicto, y antes de la entrada en vigor de un tratado en 1972 que lo prohibía, era común deshacerse de los explosivos que no habían sido utilizados echándolos al fondo del mar. Solo en aguas alemanas se calcula que yacen 1,6 millones de toneladas de munición.
Al fondo de la bahía de Lübeck, al norte de Hamburgo, los restos de las ojivas de misiles V1 usados por los nazis se han convertido en un refugio para decenas de especies. Según el análisis publicado en la revista Communications Earth & Environment, estos restos acogen significativamente más especies que otros puntos del lecho marino cercanos: más de 43.000 organismos por metro cuadrado frente a 8.200 organismos.
Los resultados llaman más si cabe la atención dado que esta munición contiene elementos explosivos tóxicos para la vida marina, como TNT o ciclonita. Sin embargo, los científicos hallan que «las ventajas de vivir sobre las superficies duras de las municiones superan las desventajas de la exposición química», según el estudio, llevado a cabo por investigadores de varias universidades alemanas.
Los organismos observados, eso sí, se encuentran principalmente en las carcasas, más que en el material explosivo sin cubrir. Esto podría indicar que estas especies «intentan limitar su exposición química», especulan los autores.
Para analizar el fondo del mar, han recurrido a cámaras submarinas y análisis de muestras. Las imágenes obtenidas permiten observar cómo la vida se agolpa en el metal oxidado de las antiguas bombas. Entre las especies más comunes se pueden ver anémonas, estrellas de mar o cangrejos.
En todo caso, y aunque tantas especies hayan encontrado en este peligroso material un refugio, los científicos que han llevado a cabo la investigación piden que se sustituyan los misiles hundidos por «superficies artificiales» que cumplan la misma función.