La política es la mayor traba para el relevo generacional en la pesca de la Región

Dos pescadores jóvenes se ponen a los mandos de sendos barcos de arrastre en Águilas pese al temor de las decisiones de Europa

Daniel descarga de su barco la pesca de la jornada del miércoles pasado en las aguas de Águilas.

Daniel descarga de su barco la pesca de la jornada del miércoles pasado en las aguas de Águilas. / Jaime Zaragoza

Jose Antonio Sánchez  

Daniel cumplió 38 años la semana pasada. Un cumpleaños amargo porque, poco después de haber invertido 60.000 euros para comprar un barco de pesca de arrastre, le cayó como un jarro de agua fría la noticia de que la Unión Europea iba a reducir los días de pesca a 27 al año. Tanto él como su mujer lo han pasado mal porque la apuesta de vender los dos barcos pequeños que tenían y pedir un préstamo para apostar por el arrastre podría haber acabado en una situación realmente complicada para ellos y sus tres niñas.

Jose Antonio y dos de sus hijos posan dentro del barco con el que empezará a faenar en 2025. | JAIME ZARAGOZA

Jose Antonio y dos de sus hijos posan dentro del barco con el que empezará a faenar en 2025. / JAIME ZARAGOZA

«Di el salto por la calidad de vida que pensaba que iba a tener, pero mira los factores que nos encontramos ahora. Cuando el patrón mayor de la Cofradía me dio la noticia pensé en vender el barco e irme a trabajar a la piscifactoría. ¿Quién sobrevive pescando 27 días al año? Es imposible. Han sido unos días muy complicados», dice Daniel García.

Y, aunque la reducción finalmente pactada no es para cerrar el negocio, sí le obliga a hacer nuevas inversiones: «Nos explicaron que habían llegado a un acuerdo y que teníamos que cambiar cosas en los barcos. Si tengo que poner cinco copos nuevos a 800 euros cada uno, pues tengo que invertir otros 4.000 euros. Sí, por una parte estoy contento, pero por otra imagínate. Hay que modificarlo todo y es un problema muy grande».

Di el salto por la calidad de vida que pensaba que iba a tener, pero mira lo que nos encontramos

Le pueden hablar de subvenciones, pero tiene muchos callos en las manos. «Supuestamente nos la dan, pero primero tienes que pagar tú y lo mismo se tiran un año para pagártela», recela. Lleva pescando desde los 18 años. Empezó con otros dueños hasta que hace casi una década compró sus propios barcos de artes menores. Pero no le viene de ahí. Es lo que ha vivido desde niño. Sus dos abuelos pescaban. Lo hacían a vela desde Villaricos hasta Águilas. También pescaba su padre, que ha llegado a tener tres barcos. Artes menores, palagre o arrastre. Da igual el tipo de pesca. Siempre ha vivido entre sal.

La mar como forma de vida

«Me han ofrecido un montón de trabajos en tierra y he dicho que no por quedarme en la mar. Con doce años salía de la escuela a pescar y lo hacía todo el verano aunque no se podía», recuerda Daniel con nostalgia mezclada con un sentimiento de realización por trabajar en lo que él dice que es su vida. Profesión complicada y que cada año acaba con más barcos en los muelles que en los mares. Y para los trabajadores es similar, porque, relata, les dan 52 días de paro, pero el resto de tiempo que no trabajan tienen que ir gastando paro.

Me han ofrecido un montón de trabajos en tierra y he dicho que no por quedarme en la mar

José Antonio Escarbajal es otro pescador de 38 años que también se hará cargo en 2025 de su propio barco de pesca de arrastre. Es la cuarta generación de pescadores en su familia y tiene claro que es una actividad que pasa de manos entre padres e hijos. Desde los ocho años bajaba al muelle para tener las cajas y el hielo preparados para la descarga del pescado. Con doce empezó con su padre, aunque fue con 16 cuando lo hizo oficial. «Mi hermano ya lleva un barco y mi padre tenía la ilusión de que cada uno tuviese su propio barco. Como los barcos ahora están baratos, decidió comprar uno», explica José Antonio.

También tiene tres hijos y, aunque le gustaría que la saga continuase, no cree que vaya a suceder: «Me gustaría que llegase la quinta generación, pero con el futuro que se ve, mejor que sigan estudiando. Más ilusión que yo no tiene nadie, pero me parece que no». La ilusión, explica, se la quitan las distintas normativas y decisiones políticas que ponen cada vez más trabas a la supervivencia de un sector que, además, compite con una competencia desleal por parte de los barcos que faenan en el norte de África.

Me gustaría una quinta generación, pero con el futuro que se ve, mejor que sigan estudiando

Mismas normas

«Con la propuesta de reducir los días de pesca todas las ilusiones se fueron al suelo, pero es que con este acuerdo el mallaje es más grande, así que marisco ya no vamos a pillar. La gamba pequeña no la veremos y la mediana se romperá. El futuro de la gamba va a desaparecer. La gamba para Marruecos y Argelia, que ellos ni tienen leyes ni nada», se queja José Antonio. Un lamento que se hace todo el sector.

Daniel está en la misma línea. Las decisiones políticas están haciendo daño: «La gente mayor se jubila y no hay hijos ni nadie que siga la profesión. Aparte de que es duro, es todo lo que ponen. Antes se pescaban 200 días, luego 140 y nadie quiere meterse en la profesión por eso. Hay un montón de barcos de pesca de arrastre en venta. Y es por las trabas burocráticas. El arrastre va a peor y si lo pierdes, la Cofradía desaparece 100% seguro».

El futuro de la gamba va a desaparecer y será para Marruecos y Argelia, que ellos ni tienen leyes ni nada

Unas normas que en el mismo mar, el Mediterráneo, no se aplican por igual a todos los pescadores: «Allí pescan de lunes a lunes, sin hora y sin malla. No puede ser tampoco. Si ponen algún tipo de malla aquí, que la pongan allí también», se queja Daniel, a la vez que reflexiona sobre la caída de los precios de sus productos cuando el mismo pescado sin restricciones llega a las pescaderías murcianas.

Un asunto familiar

Daniel sale a pescar a las 6 de la mañana y entran a puerto a las 4 de la tarde. Hacen dos turnos: levantan redes sobre las 10 y luego vuelven a echar las redes hasta 3 de la tarde, cuando toman la dirección del puerto.

Mari Loli, mujer y socia de Daniel, por ahora no pesca: «Yo no lo descarto. A mí me gusta, pero con las tres crías no puedo acompañarlo. He ido alguna vez para que me enseñe y ver cómo son las cosas». «Yo no quería el cambio porque sabía que la vida en el barco de arrastre son muchas horas en el mar. Antes, cuando estaban en la época del pulpo, salían a las 5 y a las 9 estaba en casa y todo el día con sus hijas. Es un poco complicado», cuenta.

Eso sí, reconoce que esta situación no le pilla de sorpresa: «Mi abuelo también era pescador. Vengo de una familia de pescadores y me junto con otro. Lo llevan en la sangre, les gusta y quieren dedicarse a eso». La profesión de los pescadores requiere de vocación, pero también de mejores condiciones. Patrones, trabajadores y familias gritan un auxilio que, a diferencia de otros tantos sectores productivos, no está enfocado a las ayudas económicas. Solo quieren salir a la mar.