La alegría de la fiesta grande de Murcia se dejó sentir en miles de gestos en un desfile que fue más lento que otras ediciones

REPORTAJE FOTOGRÁFICO DEL BANDO 2018

La Opinión

Trajes tradicionales, oficios artesanos, música regional y, en definitiva, mucho de la huerta murciana recorriendo las calles de la capital de la Región.

Un viaje al pasado para los más mayores, la creación de los primeros recuerdos para los más pequeños; y, para todos, fiesta e ilusión. Así es el Bando de la Huerta de Murcia, una cita a la que cada año acuden miles de visitantes para empaparse de la historia y los emblemas más regionales. Si hay un día para sentirse más murciano es este. Y esta vez fue más especial que nunca. Y es que, con más de medio centenar de carrozas, ha pasado a la historia como el más largo que el pueblo murciano –y los vecinos que vienen de fuera a empaparse de la cultura regional– haya visto nunca.
El público aguardó con mucha expectación el comienzo del desfile, ocupando sobre todo las sillas ubicadas en las zonas de sombra, ya que el calor no brilló por su ausencia. Pero nada impidió a los asistentes agruparse para ver pasar su tradicional Bando de la Huerta.Ni siquiera aquellos que desfilaban pudieron resistir la emoción, y quizá por ello salieron incluso antes de la hora prevista. A las cinco menos diez de la tarde comenzaban la marcha los primeros que, aunque solo repartían propaganda, ya eran suficiente para animar a la gente a levantarse de sus sillas a coger aquello que se les regalaba. El camión de Estrella de Levante anunciaba con el claxon que el desfile estaba a punto de comenzar. Y, como era de esperar, la respuesta del público fue el aumento de su emoción.
A las cinco menos tres minutos comenzaba la fiesta desde la calle Mozart para recorrer las calles murcianas, arrancando el primer aplauso de los asistentes, tras el cual empezaron a escucharse los primeros ritmos musicales. También los caballos llevaban su propia música marcada por los cascabeles que sonaban a cada trote, pero lejos de ir descompensados con la música, parece que ayer todo iba a encajar a la perfección. Gente que bailaba, gente que se animaba, gente que saludaba a las personas sobre las carrozas porque en el Bando todos se conocen; todos son familia. Felicidad, en definitiva. Y mucha huerta.

No podían faltar a la cita los gigantes de Caravaca que, vestidos con sus trajes regionales, se giraban para mirar al público o bien para bailar al ritmo de la música. Les seguían su versión más pequeña, pues con solo la cabeza de cartón colocada sobre los hombros, varias personas se convirtieron en cabezudos y bailaron junto a sus hermanos mayores.
Y la primera carroza que se dejó ver, con un colorido magnífico gracias a sus miles de flores, anunciaba lo que ya saben todos los murcianos: que ha llegado la primavera, que han llegado las fiestas. Y qué mejor manera de seguir esa frase, que ver subidos en ella cantantes actuando en directo, interpretando la música regional. Y aunque se podía palpar su malestar a causa del calor, nada era capaz de borrar la sonrisa de sus rostros ni sus ganas de hacer palmas al ritmo de las notas regionales en un día como hoy.

Llegaba entonces la Guardia Civil, «con capa, bicicleta y escopeta, como toda la vida, como han ido siempre», recordaba un señor allí presente. Las siguientes eran bordadoras, también con bicicleta y huevos en la cesta, bromeaban: «¡Se van a cocer!» bajo el ardiente sol murciano. No eran los únicos montados a dos ruedas, pues les acompañaban maestros de escuela, esparteñas, aguadores… aunque el más aplaudido iba montado en una bicicleta antigua, un aplauso de consolación quizá, por «lo incómodo qué debe ser», como le decía una mujer a su hijo pequeño, que miraba esa antigua tecnología con los ojos bien abiertos.

Mujeres y hombres, con un disfraz para que luciera como si estuvieran montando a caballo, bailaban al ritmo de la música. «Esto es una novedad de este año, yo al menos no lo había visto antes», decía una señora que asiste habitualmente al Bando.

Y algo que nunca había presenciado una veterana en participar en este tradicional desfile, que esta vez estaba de espectadora, era una carroza con un flamenco rosa; para nada soso, y es que representando a las salinas de San Pedro del Pinatar, fue repartiendo ‘mucha gracia’ en forma de pequeños saleros con sal de la zona.

Llegaban los lecheros en bicicleta y las lecheras caminaban a su lado, pero no repartían leche, pues sus tinas iban repletas de caramelos. «Me acuerdo de que mi abuela me decía que iba en burro con lecheras a ambos lados a repartir leche por las casas, pero de eso hará por lo menos 140 años, yo no lo he vivido» rememoraba con nostalgia una espectadora.

Y es que si hay algo que el Bando puede lograr es ese traslado al pasado de los murcianos, como cuando el transporte era en carro tirado por caballos, «pero no solo para moverte; para llevar arena, agua, ladrillos… para todo eran estos carros», recordaba. «¡Y mira esos canastos!», gritaba, «¡como los de antes!». Llenos de frutas de la huerta murciana.

Continuaban los homenajes municipales con mujeres ataviadas con el traje regional de Yecla, «adornado con perlas, eso no es igual que aquí en Murcia» explicaba una mujer, «nosotros tenemos la cruz en una cinta negra a modo de gargantilla. Pero cada sitio tiene su propio sello». Y no podía faltar un guiño al vino yeclano, que también repartían entre el público, al que pocos metros después le seguiría el de Jumilla.

Llegaban las primeras motocicletas, o como una niña las llamó, «motos con bicicletas». Los pequeños no han convivido nunca con ese característico ruido de motor que era, como un hombre explicaba, a causa de que «petroleaban con una brocha, por eso tiraban mucho humo; me lo contó mi abuelo». Una vez más, el pasado se adueñaba de la mente y los corazones de los murcianos gracias al Bando de la Huerta.

La Murcia de antaño. Carrozas que recuerdan cómo se hacían las conservas de tomate y otra con las antiguas atobas hechas de barro y paja. «¡Esto también es nuevo!» gritaba una señora al ver un bastidor: «Era para bordar trajes regionales y cualquier cosa, de un modo mucho más cómodo».

Con olor a menta, gracias a una destiladora que cruzaba, continuaba el desfile con más música, caramelos, y la carroza de San Javier en homenaje a los antiguos balnearios de la playa.
Y qué mejor cante a Murcia que el trovo; una carroza especial, ya que subida en ella estaba el Tío Juan Rita quien, siempre acompañado de su puro o su copa de coñac, cumplió 106 años el pasado febrero y continúa cantándole a su Región a la que adora. «Si me pilla aquí una novia, mañana me voy al cementerio» improvisaba el veterano, acompañado de dos troveros que al grito de «¡Viva Murcia!» arrancaron el mayor aplauso de la tarde, el que iba dedicado a todos los murcianos.

Acababa así la cabeza del desfile, y las reinas de la huerta indicaban el comienzo de las carrozas, que fueron regalando algo más que cosas materiales. Regalaban alegría a los murcianos.