La matanza en El Paso de Patrick el ‘imbécil’

Fuente: El Mundo

Era el hazmerreír de sus compañeros de instituto, y el sábado 3 condujo nueve horas para sembrar el terror en un Walmart de la ciudad fronteriza. Vivía con sus abuelos. Y cuando se compró un rifle, su madre, enfermera, llamó a la Policía. Pero nadie sospechó

Si una persona es elegida presidente de EEUU, todos los que la conocen saben que estaba destinado a lograr algo grande. Si alguien se convierte en un asesino en serie, nadie se lo imaginó. Es una ley de hierro de los testimonios de las masacres. Y esa ley también se cumple para Patrick Crusius, el joven de 21 años que el sábado de la semana pasada, tras conducir durante nueve horas recorriendo 1.046 kilómetros desde su casa en Allen (Dallas, Texas), asesinó como a conejos a 22 personas en un centro comercial de El Paso.

En total, mató a 13 estadounidenses, ocho mexicanos y un alemán. Aunque su objetivo era sólo «matar al mayor número de mexicanos posibles». Así lo dejó escrito media hora antes de empezar a disparar, en un manifiesto que colgó en el foro online 8chan, en el que la ultraderecha de EEUU intercambia mensajes y que está inutilizado desde el lunes, cuando las empresas que le proveían el servicio técnico suspendieron su relación con él.

Eso es lo que diferencia a Crusius de la mayoría de los autores de actos similares en EEUU. La suya no fue una explosión de violencia ciega. Tenía una motivación ideológica y racial. Este joven que vive con sus abuelos y está matriculado en una pequeña universidad texana a la que aparentemente no va nunca, es el máximo exponente de una tendencia que hasta ahora se había dado casi exclusivamente con los terroristas musulmanes: la radicalización a través de internet.

Hasta el sábado, Crusius era un tipo, aparentemente, normal. Cierto: se pasaba ocho horas al día en internet. Cierto: tenía muy pocos amigos. Cierto: sufrió bullying en el instituto. Cierto: a su familia le preocupaba que fuera tan solitario.

«No se involucraba en las actividades escolares o extraescolares, y no entendía por qué otros chicos sí lo hacían», recordaba esta semana a la cadena CBS Jake Wilson, uno de sus compañeros de clase en el instituto de Plano, donde se graduó hace dos años. Wilson también recordaba el abuso de sus compañeros hacia Crusius. «Patrick, eres imbécil» y «Patrick, cállate» eran, de acuerdo con el relato de su ex compañero, frases comunes en las clases a las que asistía el futuro asesino, al que no se le conocen novias.

Imagen de la detención del asesino.

La relación con su familia no parece perfecta, pero tampoco conflictiva. Sus padres -él, psicólogo; ella, enfermera- se divorciaron cuando Crusius tenía 14 años. En los últimos dos años había vivido con sus abuelos. Pero, aparentemente, tenía una buena relación con su madre, Lori Lynn, que el 27 de junio, cuando se enteró de que su hijo había comprado un rifle AK-47, telefoneó a la policía.

«Fue una llamada puramente informativa», que no se debió a «ningún temor o ninguna preocupación», sino a la juventud y la falta de experiencia de Crusius en el manejo de esas armas, según ha declarado el abogado de la familia, Christopher Ayres. Las autoridades no guardaron información de la llamada. La transacción era legal.

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ADICCIÓN A INTERNET

En medio de todos esos casos comunes de los asesinos en serie estadounidenses, hay, sin embargo, un signo que apuntan a la nueva oleada de matanzas en ese país y en Occidente: la combinación de ideología y de internet, un sistema que no es neutral, sino que «se basa en crear servicios basados en la web que rozan lo adictivo», como explica un artículo en la revista Scientific American de Dipayan Ghosh y Vijeth Iyengar, doctores en Informática y Neurología, respectivamente.

Internet e ideología completan el puzzle de Crusius. Todo apunta a que éste es un caso de radicalización online de libro. Crusius empezó a mostrar interés en la política hace años, pero su perfil en Twitter es, simplemente, el de un seguidor de Donald Trump. Solía hablar con su abuelo de política pero, de nuevo, nunca despertó sospechas.

Sin embargo, su manifiesto es una amalgama feroz de argumentos raciales, políticos y económicos de los grupos racistas blancos más extremos. Es un texto que, como explica Manuel Muñiz, decano de la IE School of Public Affairs, «revela una persona con un profundo miedo al futuro». «De manera desordenada habla de la incertidumbre económica de la clase media americana, del impacto de la robotización en el empleo o de la influencia de las empresas sobre la política de inmigración de EEUU». Toda esa mezcla es, para Crusius, un peligro para el hombre blanco. Y, por tanto, la única solución «es atacando a los inmigrantes y generando pánico».

Patrick Crusius

La matanza de El Paso es diferente. Incluso por su desenlace. En las seis mayores masacres de la historia de EEUU, el atacante murió: en cuatro casos por suicidio, en un quinto abatido por la policía, y, en el sexto, por una persona que, literalmente, pasaba por allí y lo acosó hasta matarlo. En El Paso -el séptimo incidente por número de muertos- no ocurrió eso. Cuando acabó de disparar, Crusius tomó su coche y condujo hasta un cruce. Allí vio al sargento de Policía Enrique Carrillo, que circulaba en moto, salió del vehículo, se puso en la acera con los brazos en alto, y se entregó.