CEUTÍ/ Los casones o casas-cuevas en los Torraos

JOSÉ ANTONIO MARÍN MATEOS / La Opinión
Si nos damos un paseo por Los Torraos (Ceutí) todavía podemos contemplar algunas casas-cuevas o casones, como aquí se les denomina, esparcidos por el término. Según el nomenclátor de 1950, había en Los Torraos 76 casones, y en la actualidad, aproximadamente la mitad, estando muy deteriorados, ya que desde esa década no hay constancia de que se hayan construido más, aunque sí que se han reformado, ampliado, demolido o abandonado.
La construcción de un casón se solía hacer contratando a los que se dedicaban a ello (cuando podían pagarlo), como el Tío José ‘de la Matea’, que parece que hizo varios, o los propios interesados, a base de esfuerzo, con pico, pala, azada y capazo, en lo que se denominaba ‘a peonada vuelta’, es decir entre dos o tres amigos hacían un casón para cada uno. El procedimiento consistía en ir extrayendo capazo a capazo tierra de un cabezo o loma, aprovechando los desniveles del terreno y su naturaleza caliza margosa que abunda en esta zona.
El diseño de la vivienda era simple: una entrada, la cocina con chimenea, lejas para el candil, chineros para los tazones y otros enseres, y dos habitaciones, todo ello en dimensiones reducidas. Solo la puerta principal era de madera; el resto de las dependencias se aislaban unas de otras con cortinas si la economía lo permitía. En algunos se abría un hueco redondo o pequeña ventana cuadrada para que penetrara la luz natural y se ventilara algo el interior. No había cuarto de baño, ya que no había red de agua potable ni de saneamiento; el retrete, si lo había, estaba en una parte del corral con los animales.
Los casones tienen la particularidad de que, al estar bajo tierra, mantienen una temperatura bastante constante, en torno a los 20 o 22 grados todo el año. Esto significa que en verano, cuando en el exterior se registran altas temperaturas, al entrar a un casón encontramos un frescor como si estuviera conectado el aire acondicionado. En invierno, cuando hace frío por la escarcha, la helada o el viento frío, la sensación en el interior es bastante cálida. 
Sobre muchos de estos casones se hacia una ‘era’, que consistía en limpiar de matorrales y piedras un trozo de terreno, más o menos circular, donde se trillaba el trigo, se desperfollaba el panizo, se aventaban los ajos secos y las alubias, y también se ponían a secar los pimientos de bola abiertos.
Al igual que los casones, las casas o las barracas no tenían agua potable, a lo sumo un aljibe en la puerta y un horno moruno los más pudientes. Los que no disponían de aljibe, tenían que traer el agua de la acequia o de las fuentes (la de la Cebolla, del tío Pepe Colijo, etc…) en cántaros y cubos para llenar las tinajas y así disponer de agua para varios días, tarea que se hacía al amanecer aprovechando la limpieza de las aguas. 
No había red de alcantarillado y todos los restos orgánicos que producía la población se esparcían por la huerta como fertilizante, junto con el estiércol que producían los animales domésticos, ya que tampoco se empleaban abonos químicos. Era una agricultura que hoy llamaríamos ecológica.
En los años cincuenta varias familias de Los Torraos con todos sus miembros se marchan a Barcelona buscando trabajo y mayor bienestar. Venden todas sus posesiones y algunos casones quedan deshabitados y serán empleados por sus nuevos propietarios como almacén para guardar la cosecha por la bonanza de la temperatura en el interior, o simplemente como almacén de aperos. Pero otros muchos casones fueron ocupados por familias que, en una nueva etapa de su vida, se asentaron aquí en Los Torraos y se integraron plenamente.
A finales de los años sesenta y principios de los años setenta, cuando se observa cierta mejora en la economía y se ha superado la penuria de la posguerra, también a Los Torraos llega parte del progreso con el agua potable y el saneamiento. Muchos construyen en la parte frontal del casón «una casa de un cuerpo» que queda incrustada en el casón y que supone una gran mejora, ya que añade a la vivienda varias dependencias como una o dos habitaciones perfectamente ventiladas y con ventanas a la calle, una sala de estar y, sobre todo, un cuarto de baño, haciendo más cómoda la vida cotidiana.