El viaje del niño Prince a Canarias: 15 días subido en el timón de un barco

Desde agosto, una veintena de polizones han sido rescatados ocultos en el hueco del timón de enormes cargueros

El País

Era de madrugada cuando el pequeño Prince, nombre ficticio de un chico nigeriano de 14 años, escuchó a tres hombres planear en el puerto de Lagos cómo se subirían a un carguero para llegar a España. Escondido, siguió sus pasos hasta el buque y vio cómo ocupaban una canoa para alcanzar la nave y con una escalerilla trepaban hasta el pequeño espacio de la popa donde se encuentra la pala del timón. No lo pensó dos veces: imitó a los polizones, se metió en el agua y escaló al agujero. El chaval se embarcó así en una travesía a bordo del Ocean Princess I, un monstruo de 183 metros de eslora, que surca los mares cargado con hasta 50.000 toneladas de combustible. Pensó que su viaje duraría apenas algunas horas, quizá una jornada, pero le llevó 15 días, con escala en el puerto de Lomé, la capital de Togo. Llegó a Las Palmas de Gran Canaria el pasado 23 de noviembre.

La travesía, en ese hueco de unos dos metros cuadrados sobre la pala que dirige el rumbo del barco, fue terrible. Sus compañeros pasaron buena parte del tiempo peleándose: tenían espacio para sentarse, pero solo podían tumbarse y dormir por turnos. Un golpe de mar o un descuido los podía llevar a una muerte segura en el océano. “Tenía mucho frío, estaba muy asustado, pensé que me iba morir. No teníamos comida y usaba la escalera para coger agua del mar con las manos y poder beber”, relata el adolescente por una videollamada desde el centro de menores donde ahora guarda cuarentena. En los últimos cuatro meses, una veintena de personas ha sido rescatada al tratar de llegar por esa vía a Canarias. Es imposible saber cuántas han muerto en el camino.

A los diez días de viaje, debilitados y sin tierra a la vista, la situación era insostenible. Prince cuenta que los adultos se plantearon seriamente lanzarse al mar y nadar a ninguna parte. “Teníamos un martillo y estuvimos golpeando el casco del barco para que la tripulación nos sacase de allí. Seguro que nos oyeron, pero nadie nos respondió”, recuerda. “Lo del martillo es como un seguro de vida. Un buque de esos tiene miles de ruidos, si gritas nadie te oye y golpear la chapa es la única forma de alertar a la tripulación. En uno de los rescates fue el propio capitán quien dio el aviso en puerto tras oír los golpes”, explica el inspector jefe de la policía del puerto de Las Palmas de Gran Canaria, Manuel Rodríguez.

Un hombre durante su travesía subido a la pala del timón de un carguero.
Un hombre durante su travesía subido a la pala del timón de un carguero.SALVAMENTO MARÍTIMO

Dormir por turnos

Este puerto, escala de los grandes cargueros que parten de la costa africana hacia el norte de Europa, siempre ha recibido polizones, pero esta forma extrema de emigrar al archipiélago, normalmente anecdótica, se ha disparado en 2020. No se trata de grandes números —sobre todo en comparación con el flujo migratorio de 20.000 personas que han llegado este año a las islas en pateras— pero su frecuencia ha sorprendido a las autoridades que alertan del enorme riesgo de esta vía. En solo cuatro meses Salvamento Marítimo ha tenido que intervenir cinco veces para sacar del hueco del timón de enormes cargueros a 20 personas. El año pasado, a ninguna.

“Suelen subirse cuando las naves están vacías porque el casco está menos sumergido. Normalmente, los buques tanque suben en lastre [sin carga] hacia Europa y bajan cargados con el combustible refinado. Es una aventura peligrosa que muchas veces acaba mal”, dice el jefe del Centro de Coordinación de Salvamento de Las Palmas, Roberto Bastarreche.

Los rescatados son, en su mayoría, nigerianos muy jóvenes que se esconden sobre todo en buques-tanque de combustible con banderas de Liberia, Grecia o hasta de las Islas Marshall. Prince ha sido el único menor. El viaje obliga a ir sentado y algunos han tejido con cuerdas una especie de hamaca que puedan atar y descansar. Sin esa hamaca, hay que acordar tiempos para dormir y agarrarse unos a otros para no caerse. “Es muy peligroso, si te duermes o hay un golpe de mar te caes o te chocas contra la hélice”, explica el inspector Rodríguez. Según sus registros, además de los rescatados en las cajas del timón, este año han llegado en bodegas, contenedores o en el interior de los buques otros 13 polizones.

Desesperación y más vigilancia

La razón para asumir un viaje tan arriesgado es la misma que empuja a cientos de emigrantes a atravesar rutas tan peligrosas como la de Canarias en cayucos sobrecargados: la desesperación y la vigilancia de otras vías. “Los capitanes y armadores de los barcos han reforzado la seguridad para evitar que se suban polizones a sus barcos. Y al llegar a determinados puertos como Lagos o Conakri, estas criaturas se ven abocadas a buscar otros sistemas. Suelen subirse en el momento en el que el barco zarpa, gracias a una pequeña embarcación que se coloca detrás y que les ayuda a trepar”, detalla Rodríguez. Las navieras, según el agente, ya están tomando medidas y colocando chapas en esta oquedad.

La normativa a la que se somete a los polizones es distinta a la que se aplica a los inmigrantes irregulares que llegan en patera. Tras el rescate, si es necesario, y la atención médica, los ocupantes son responsabilidad del capitán del barco y este debe comunicar a cada puerto al que se dirija que viaja con polizones a bordo. En estos casos es la consignataria del buque la que financia todos los gastos de alimentación, alojamiento, intérprete o asistencia y la que tiene que asumir la repatriación del pasajero clandestino al país de origen. La policía, como ocurrió con Prince, puede ordenar su desembarco y permitir que se queden en tierra, si cree que el polizón puede ser sometido a tratos inhumanos o degradantes a bordo o si son perfiles vulnerables como solicitantes de asilo, menores de edad o sufren una enfermedad grave.

Prince, que tiene encantados a sus cuidadores del centro, parece más maduro que los chicos de su edad y es generoso y serio durante la entrevista. Cuenta que acabó la secundaria en Lagos y que su familia no podía permitirse sus estudios. “Quería una vida mejor”, afirma. Marchó sin avisar a su madre ni a su hermana mayor, sus referentes, y tampoco se despidió de sus dos hermanos pequeños. “Si les hubiese avisado nunca me habrían dejado venir”, sostiene. El primer día que durmió y comió en condiciones tras su rescate se sintió “victorioso” tras tantos días de penurias. Ya tiene planes. Quiere ser abogado