El ‘muro de la vergüenza’: 2.700 kilómetros de minas y exilio

 

Cae el sol y el horizonte dibuja una estampa que podría ser de postal si las siluetas que se recortan en el cielo anaranjado no portaran armas ni vistieran uniforme militar. Son los soldados marroquíes que custodian el conocido como ‘muro de la vergüenza’: 2.700 kilómetros sembrados por más de siete millones de minas.

Esta barrera de arena, construida entre 1980 y 1987, separa el Sáhara Occidental ocupado por Marruecos de los territorios liberados por el Frente Polisario. Es la frontera entre la tierra fértil y el desierto; también la línea que a menudo separa la vida y la muerte. Se calcula que la protegen más de 100.000 soldados.

Yusef Mohamed acude cada mes hasta este paraje inhóspito en mitad del desierto junto a otros compañeros de la plataforma Gritos contra el Muro para protestar ante los guardias marroquíes de forma pacífica. A sus 25 años ya sabe lo que es mirar cara a cara a la muerte. Hace ocho años un amigo de la asociación quedó mutilado víctima de una mina muy cerca del lugar donde nos encontramos. “Acababa de cumplir 18 años, como yo. Veníamos a manifestarnos y, de repente algo estalló y… perdió una pierna”, relata a RTVE.es. “Ahora no sale de casa, no trabaja, no puede hacer nada. No se ha recuperado de lo que pasó”.

Más de 2.500 muertos

El Sáhara es una de las diez zonas más minadas del mundo. Más de 2.500 personas han resultado heridas, mutiladas o asesinadas por artefactos de fabricación italiana, portuguesa, china y soviética esparcidos por el territorio saharaui desde 1975, según el Servicio de las Naciones Unidas de Acción contra las Minas (UNMAS).

Tras más de dos décadas desde el fin de la guerra entre Marruecos y el Frente Polisario, la tierra sigue enterrando vidas. Sólo en lo que va de año la ONG Llamamiento de Ginebra ha registrado 34 víctimas de minas en la parte liberada. “La mayoría son nómadas, pastores o niños que confunden los explosivos con juguetes”, asegura Aziz Haidar, presidente de la Asociación Saharaui de Víctimas de Minas (ASAVIM).

Aziz Haidar, presidente de la Asociación Saharaui de Víctimas de Minas.

ASAVIM intenta desde hace años completar un censo de damnificados, sin mucho éxito por la falta de medios y fuentes fiables. “Tenemos 1.600 supervivientes registrados en las bases de datos pero hay muchas más víctimas que no lo reportan”, explica Haidar, que reconoce las dificultades para dar asistencia a los afectados. “Las prótesis son fundamentales porque sin ellas no podemos andar. Son básicas para reintegrarnos en la sociedad, pero son muy caras y no alcanzan para todos”, lamenta, mientras enseña sus extremidades artificiales. Él perdió las dos piernas y un brazo por una mina anticarro en 1979.

Una trampa mortal

Marruecos no ha firmado el Tratado de Ottawa, en vigor desde el 1 de marzo de 1999, que prohíbe la adquisición, la producción, el almacenamiento y la utilización de minas antipersonales, así como la destrucción de las mismas, lo que imposibilita cualquier plan internacional para la retirada de las minas en la zona.

La zona del muro de arena de 2.700 kilómetros que, en el Sáhara Occidental, separa a las fuerzas militares de Marruecos, al oeste, de las del independentista Frente Polisario, es donde se cree que están la mayoría de las minas aún sin explotar en est

El desminado del Sáhara Occidental ha recaído en la última década en la ONU y en el Frente Polisario, representante político del pueblo saharaui. Esta semana el Polisario ha destruido más de 2.500 minas ante observadores internacionales. Con esta acción, desde 2006 ha eliminado 15.508 minas y tiene previsto inutilizar otras 4.985 en 2018.

Para el director jurídico del Llamamiento de Ginebra, Pascal Bongar, ha sido una «muestra clara de la voluntad del Frente Polisario de colaborar en la destrucción y limpieza de las minas», mientras que la decisión de Rabat de no ratificar los tratadores internacionales indica «que no quiere colaborar en el proceso de paz».

La causa saharaui, condenada al olvido

La eliminación de las minas antipersona forma parte del mandato original de la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental (MINURSO), creada en 1991, pero las negociaciones entre Marruecos y el Frente Polisario llevan estancadas un cuarto de siglo. La situación del Sáhara Occidental ha sido olvidada por la comunidad internacional, y ni el aniversario de la Marcha Verde sobre la excolonia española que se cumple esta semana la ha devuelto el foco mediático.

Cuarenta y dos años después de que España cediera a Marruecos y Mauritania la soberanía de lo que hasta entonces se conocía como Sáhara Español, el pueblo saharaui no ha podido ejercer su derecho de autodeterminación reconocido por Naciones Unidas.

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Se cumplen 40 años de la Marcha Verde sobre el Sáhara Occidental con un contencioso aún por resolver

El último rayo de sol ilumina la enorme hamada -como llaman los saharauis a esta meseta pegredosa- antes de desaparecer por completo. Salama mira al muro pero su vista no se detiene en la alambrada, si no que se extiende hasta Villacisneros, su ciudad natal. “Allí se quedaron mis padres, mis hermanos, mis sobrinos… No les veo desde 1976”, afirma. “Cada vez que vengo aquí siento una opresión en el pecho. La sensación de que es mi territorio, que al otro lado está mi familia y no puedo cruzarlo”, asegura a RTVE.es en un casi perfecto castellano.

En Dajla, la antigua Villacisneros, España levantó su primer fuerte en el Sáhara y arrió su última bandera. Salama recuerda bien las tardes de futbolín y balonmano de su juventud. Una diversión que acabó de golpe con la Marcha Verde. “Tenía 17 años cuando Marruecos invadió el Sáhara. No lo dudé. Me marché al frente a defender la patria”, asegura. Y ya nunca volvió a reencontrarse con los suyos. Después de la guerra se refugió en los campamentos de Tinduf (Argelia) donde formó una familia y pudo estudiar Higiene y Epidemiología en Cuba. A sus 60 años trabaja en el Ministerio de Salud de la República Árabe Saharaui Democrática y hace de chófer para completar su exiguo salario. Condenado a vivir en esta tierra yerma, sueña con volver a bañarse en el océano de su infancia.

«Otros muros han caído; gritaremos hasta tirar este»

El muro no sólo separa familias también divide el Sáhara Occidental en dos mundos: el oeste, ocupado por Marruecos, se apodera de casi dos tercios del territorio, las principales ciudades, la costa, con sus recursos pesqueros, y las rentables minas de fosfatos; y el este, los territorios liberados por el Polisario, un desierto de 40 kilómetros de ancho limítrofe con Mauritania y Argelia, sin apenas poblaciones, infraestructuras, ni recursos de ningún tipo.

“Es un éxito de Marruecos que nadie hable de este muro de la vergüenza, que apenas se conozca. Y hará todo lo posible para que siga siendo así. Sabe que el tiempo juega a su favor”, afirma Salama.

Ellos intentan evitar esta condena al olvido con acciones pacíficas, aunque muchos saharauis reconocen que el debate sobre tomar las armas está cada vez más presente en los campamentos de refugiados.

Ya es noche cerrada y los manifestantes reanudan la marcha ante el muro hasta que los guardias marroquíes nos enfocan con grandes radares invitándonos a marcharnos.“Otros muros han caído. No vamos a dejar de gritar hasta que tiremos este”, sentencia, afónico, Yousef Mohamed.

Los saharauis reclaman su derecho de autodeterminación 42 años después de que España cediera la soberania de la excolonia a Marruecos y Mauritania.

*RTVE.es ha escrito este reportaje gracias a la invitación de «Un micro para el Sahara», una iniciativa de un grupo de jóvenes periodistas de radio que pretende dar visibilidad al pueblo saharaui y ayudarles a volver a estar en la agenda mediática.