MURCIA/ Perdón entre aromas de azahar

La cofradía más castiza llena desde San Antolín de fervor y devoción la ciudad

Padre Nuestro del Perdón, que estás en un cielo magenta y el Lunes Santo en la huerta, el azahar aletea y se asoma expectante, rendido a tus pies, Señor. Que Tú eres Cristo huertano, Cristo de gentes obreras, Cristo de un barrio castizo que, al llegar la primavera, olor de cirios y cera acompañan tú Pasión. ¡Dejadme que vea su salida, dejad que me acerque a la cuesta, dejad que los carros bocina zarandeen mi corazón! Porque no existe en el mundo honor que en nazarenía se iguale: presenciar al gran Perdón, rosal trepador de espinas, carita de magdalena, San Juan que muere de pena y la Virgen, un primor. Así que dejadme quieto, que si mañana muriera, a la misma Gloria eterna me llevaría este amor.

Padre Nuestro que estás en un cielo magenta, santificados sean tu nombre y tus pasos, que en la parroquial de San Antolín hacen presente que Murcia sabe narrar tu Pasión. En Getsemaní, ya victoriosos tus ángeles, ya sospechas la agonía que luego, en El Prendimiento, recrujiendo su tarima, anuncia por Trapería que van a prender al Señor. Ni ante Caifás ni aún flagelado, pasos que Sánchez Lozano labrara con gran primor, pronunciará este Perdón un reproche a los malvados. Y retumba en la ciudad el tercio de las bocinas, burla huertana y dañina pero hecha con dolor, que me parte el corazón ver que de Cristo se burlan.

Las túnicas magenta, el olor a cirios y el retumbar del tercio de bocinas cautiva a su paso a murcianos y visitantes

El terrible de la tarde, el paso que reciben los estantes magenta, en la puerta de chiqueros nazarenos de San Antolín, con una media verónica que arrebata el sentido tiene el nombre mal puesto. Y que se enfade el que quiera. Porque lo llaman Encuentro en la calle de la Amargura; pero debería conocerse como Encuentro en la calle del Arenal, un segundo antes de virar a estribor el velamen de lirios que adorna el trono, para encontrarse de proa y punta tarima con la Catedral. O Encuentro en la Calle Santa Catalina, a punto de enfilar el oleaje de murcianos cuyos corazones se baten en las rocas de sus sillas, a un paso de la plaza de Las Flores, sultana, cristiana y hebrea, como la Verónica de Toledo, el séptimo trono.

¡Qué suerte tiene esta generación de poder estrechar la mano del maestro, la misma diestra poderosa que imaginó el paso de la Ascensión! Hernández Navarro, honor de los escultores murcianos, al que encuentras casi escondido por las esquinas nazarenas para disfrutar en silencio, en la soledad que engendra obras maestras, de sus hijos de bella madera, como un murciano más.

Geráneos como guirnaldas

Padre Nuestro del Perdón, venga a nosotros tú Reino, tu universo magenta de aromas a bergamota, a la menta y el café de las pastillas, al perfume de los rosales que se empinan en los parterres de Santa Isabel para contemplar el corto cruce de la Gran Vía, la esencia de los geráneos que cuelgan como guirnaldas en la plaza de Las Flores, el bálsamo humeante y crujiente de los pasteles de Bonache y Barba, la frescura de la marinera y el matrimonio, que alientan pláticas de barra y Semana Santa estos medios días pasionarios, y hasta cierto soplo húmedo de hierbabuena y alábega que un vientecillo acerca desde la huerta…

En Murcia también se llora la Semana Santa por lo rápido que pasan estos días

Padre Nuestro del Perdón, hágase tú voluntad en la tierra y en el cielo, y en San Antolín primero, epicentro nazareno del Lunes Santo magenta. Y que se haga también la voluntad, aunque jubilados anden, de Los Rojos, de Pepe y Andrés, los cabos de andas del Perdón sanantolinero, que no es otra pasión que velar, serios porque te quieren, serios por los reveses traicioneros de la vida, porque el trono ande como andan los pasos en Murcia. ¡Qué bonito por Belluga! Y en el instante en que el titular desciende la cuesta improvisada de la parroquia, un terremoto sacude la plaza, colgadas miles banderas en los balcones, caída la tarde y rendida a los pies vigorosos de los estantes.

Un bullicio de aplausos y lágrimas, un revoloteo de gorriones que se asoman curiosos por las azoteas, los suspiros que empedran la carrera nazarena, algún tenebrario nuevo y, un año más, el llanto hondo y sereno, el desconsuelo nazareno y quebrado de algún murciano.

Un bullicio de aplausos y lágrimas rodea al Cristo cuando sale desde la parroquia

Porque en Murcia también se llora la Semana Santa. Y se llora porque muchos recuerdan la brevedad de la vida y lo rápido que pasan estos días, y la pena que atenaza el alma al recordar otros años, otras lágrimas en otros ojos que ya cubre la tierra.

Padre Nuestro del Perdón, líbranos del mal que supone no regresar otro año a encontrarte de nuevo, a vibrar otra vez con esta Murcia que, aunque permanece todo el año escondida, aunque apenas se contenga en las sacristías, regresa en Semana Santa, nazarena, huertana y victoriosa. Amén.