El caso Cifuentes agrava las tensiones y muestra las corrientes internas en el PP

El pulso entre Génova y el partido de Madrid deja en evidencia las batallas de poder y los errores de diseño del poder institucional y el orgánico.

EL CONFIDENCIAL

El caso Cifuentes mantiene en vilo al PP, con la duda de si la presidenta madrileña dimitirá en los próximos días o si es desalojada del cargo en una moción de censura del socialista Ángel Gabilondo y los votos de PSOE, Podemos y Ciudadanos. En ese periodo de espera se han puesto de manifiesto y hasta agravado las tensiones internas en el PP y un pulso notable entre la dirección del partido de Madrid y la sede de Génova. Mariano Rajoy dejó caer que quería conservar la comunidad y así lo hizo saber su círculo de confianza y Cifuentes le desafió: si quiere que me vaya que me lo diga él directamente o que Ciudadanos asuma el coste de la moción de censura. Ahora se abre el periodo de espera previo a toda decisión de Rajoy, con las aguas del partido enturbiadas por el caso, con el desconcierto de ministros y dirigentes populares.

En todo caso, se perciben dos estrategias hasta ahora paralelas entre el PP nacional y el PP de Madrid. La organización de Madrid siempre ha sido fuente de conflictos para casi todos los partidos políticos. Felipe González solía contar que pese a su poder casi absoluto en el Gobierno y en el PSOE nunca había conseguido controlar el partido en Madrid. A José Luis Rodríguez Zapatero le ocurrió algo parecido. Pablo Iglesias dirige estos días la frase «ni media tontería» a quienes se mueven en Podemos de Madrid. José María Aznar logró la paz en el PP de Madrid con un difícil equilibrio entre diferentes dirigentes, con Pío García Escudero a la cabeza. Y Mariano Rajoy, el presidente del Gobierno con más poder institucional y orgánico de la democracia, ha tenido en el PP de Madrid una fuente permanente de conflictos y dolores de cabeza.

BORJA RODRIGO

Así fue desde el intento de rebelión de Esperanza Aguirre en el congreso de Valencia de 2008 a las discrepancias sobre la forma de abordar los casos de corrupción en la Comunidad de Madrid. «¡Vaya tropa!», exclamó un día Rajoy citando al conde de Romanones cuando se le preguntó por uno de esos episodios de tensión en el PP de Madrid que entonces dirigía Esperanza Aguirre. Por cierto, que en esos momentos el brazo de Rajoy en el partido en Madrid contra Aguirre era Francisco Granados.

Estos días, con motivo del escándalo por el máster falso de Cristina Cifuentes, la pantalla se ha actualizado y el PP de Madrid ha vuelto a ser la organización indomable que echa pulsos a la dirección nacional. En este caso, esa situación se agrava por las luchas intestinas en el PP que, desde hace tiempo, se manifiestan en episodios concretos. Se suma la incertidumbre por la previsible sucesión de Mariano Rajoy y la disputa con otro partido por primera vez para el PP de la hegemonía en el centroderecha.

También agrava la situación los defectos de diseño de la estructura del partido y del Gobierno porque, por ejemplo, la número dos del partido, Dolores de Cospedal, es a la vez candidata en Castilla-La Mancha y líder del partido en esa comunidad y ministra de Defensa. Ocupa un ministerio de los llamados de Estado, bajo el mando de una vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, que controla el poder real y la información y con la que tiene relaciones manifiestamente mejorables y en el partido tiene el mando teórico de la organización de la que dependen todos los miembros del Gobierno. El cargo institucional le impide ejercer el cargo orgánico y, por ejemplo, ser la voz del partido para hacer política, carencia fundamental del PP y el Gobierno en estos años.

Cristina Cifuentes y María Dolores de Cospedal en la Convención Nacional del PP en Sevilla. (EFE)
Cristina Cifuentes y María Dolores de Cospedal en la Convención Nacional del PP en Sevilla. (EFE)

Por todo eso, en este episodio concreto, Rajoy ha vuelto a utilizar para poner orden al número tres del partido, Fernando Martínez Maíllo, y se ha encontrado un claro pulso por parte del PP de Madrid que encabeza Cifuentes, con apoyo de Cospedal que, a su vez, depende en el partido y en el Gobierno del presidente. Dicho de otra forma, el número uno utiliza al número tres para someter y forzar la dimisión de quien es apoyada por la número dos. Como diría Rajoy en una de sus expresiones preferidas: «Un lío». Y el presidente del Gobierno no estaba ya acostumbrado en los últimos años a que le ocurriera eso, a que nadie le desafiara.

En ese río revuelto, Cifuentes y los suyos han querido que quedara claro que no reconocen a Maíllo como interlocutor para forzar su dimisión y que tienen el apoyo de Cospedal. En la crisis de Murcia, Maíllo ya fue enviado como solucionador para dar el tiro (político) de gracia a Pedro Antonio Sánchez. Ahora Cifuentes se le resiste en un claro pulso a Rajoy por persona interpuesta. Mientras, ministros y dirigentes del PP se han quitado del foco para no tener que respaldar en público la versión de Cifuentes y en privado lamentaban la insostenible situación de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Algunos barones regionales, por contra, han presionado para demorar cualquier decisión. Y dirigentes significados de Génova alababan la actuación de Pablo Casado para contraponerle a Cifuentes. En la sede del PP el malestar se amplía por el destrozo al partido, manifestado claramente en el fiasco de la convención de Sevilla, de la que no ha quedado ni el más leve asomo del relanzamiento del que hablaban semanas antes.

Solo hay un pegamento que une a todos: el rechazo a Ciudadanos y el profundo malestar que les provoca que Albert Rivera se ponga medallas

Solo hay un pegamento que une a todos: el rechazo a Ciudadanos y el profundo malestar que les provoca que Albert Rivera se ponga medallas por decisiones del Gobierno y que aumente la galería de trofeos de miembros del PP caídos por su presión. Pero hasta en esa coincidencia hay matices, porque los hay que quieren la confrontación política directa con Ciudadanos y los que sostienen que no tiene sentido enfrentarse con quien les tiene que dar los votos para sostenerles en el Gobierno. Rajoy dejó traslucir el domingo en el cierre de la convención que pertenece al primer grupo y que, por tanto, el partido se volcará en la pelea directa con Ciudadanos por el centroderecha.

Discrepan estos días porque la mayoría de dirigentes, incluido Rajoy, creen inevitable la dimisión de Cifuentes y los que apoyan a la presidenta de Madrid sostienen que no se puede engordar a Ciudadanos y que deben pagar precio por votar junto a PSOE y Podemos para dar la comunidad a la izquierda. Se impone el ritmo de Rajoy que detiene el mundo para desesperación de todo los demás, pero nada parece indicar que esté dispuesto a perder la moción de censura y sacrificar el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Si lo hiciera, daría la impresión de que Cifuentes y el PP de Madrid le han doblado el pulso.

Cristina Cifuentes. (EFE)
Cristina Cifuentes. (EFE)

En ese ambiente llega ahora uno de los trámites que más tensan el ambiente de los partidos: la designación de candidatos y elaboración de listas para las municipales y autonómicas de 2019. El trámite suele ser menos pacífico cuando hay perspectivas de derrota electoral y nadie quiere ser el náufrago que se quede colgado en una lista. El poder o la perspectiva de poder une, pero la expectativa de perderlo favorece el nerviosismo y las guerras internas.

Y el PP ahora tiene que renovar candidaturas en casi todas las capitales de provincia y en casi todas las comunidades autónomas. «En este país dimitir es fatal; resistir es lo que se lleva»dijo Esperanza Aguirre en el Congreso el martes, tras utilizar la palabra «máster» para pasar factura aplazada a Cifuentes y Rajoy, con su característica ironía. Significamente, Aguirre estaba en el Congreso, precisamente, para ser interpelada en la comisión de investigación sobre la financiación ilegal del PP, para dar cuenta de sus responsabilidades en asuntos que Cifuentes se jacta de haber aireado y destapado.