Diamantes de laboratorio: más éticos, baratos… e imposibles de distinguir a simple vista

Se fabrican en laboratorios, son idénticos a los naturales… pero cuestan infinitamente menos. El gigante De Beers los venderá a sólo 800 dólares el quilate para conquistar un mercado en el que ya invierten famosos como Leonardo DiCaprio

Transparente y brillante, símbolo de estatus y poder desde tiempos inmemoriales, el diamante es el mineral más duro del planeta y el mejor conductor térmico. Más allá de sus cualidades físicas, pocos objetos tienen el poder de fascinación que ejerce en el ser humano esta piedra preciosa generada hace millones de años en el interior de la Tierra. Pero lo que convirtió a la madre de todas las joyas en el símbolo que es ahora fue una campaña de marketing de 1947 con un inolvidable eslogan: Un diamante es para siempre, elegido el mejor del siglo XX por la revista Ad Age.

Con la inestimable ayuda de Marilyn Monroe, Audrey Hepburn y otras estrellas del celuloide, DeBeers, la compañía que desde finales del siglo XIX poseía el monopolio mundial y controlaba artificialmente los altísimos precios, logró identificar en el imaginario colectivo el definitivo regalo de compromiso: el anillo de diamantes. Desde entonces, el gran desafío al que se habían enfrentado las corporaciones del sector fue desligar la procedencia de sus piedras de los países en conflicto, los llamados diamantes de sangre.

Después de la tormenta, los dilemas éticos y una enorme inversión en publicidad positiva, llegó la calma. El diamante recuperó su tendencia alcista tras la firma del Proceso de Kimberley en 2000, un sistema de certificación que pretende garantizar al consumidor que los diamantes que adquiere en su joyería no proceden de países en conflicto.

DeBeers, Alrosa, Rio Tinto y las demás compañías que dominan el mercado se las prometían muy felices. Pero ahora este negocio se enfrenta a un desafío aún mayor: el boom de los diamantes fabricados en laboratorio. Con las mismas propiedades ópticas, físicas y químicas que los naturales, su despegue pone en riesgo un negocio que mueve 75.000 millones de euros al año.

Ante semejante panorama, DeBeers acaba de lanzar su propia empresa de diamantes sintéticos (Lightbox). Para muchos analistas, se antoja como una medida casi desesperada: tirar los precios hasta los 800 dólares el quilate para romper el mercado.

El gemólogo Egor Gavrilenko recibe a PAPEL en el laboratorio de Análisis y Certificación de Gemas del IGE (Instituto Gemológico Español), que él mismo dirige, para tratar las claves de un asunto que trae al sector de cabeza. «Ha sido un producto tan importante para las joyerías durante tantas décadas que la gente empieza a temer que se hunda el precio del natural«, afirma quien recibe cada día a particulares y joyeros preocupados por la autenticidad y procedencia de sus piedras.

Gavrilenko y su equipo se encargan de analizar las piezas que les traen, graduar su calidad y certificar su procedencia. Desde hace unos meses, el trabajo se ha intensificado. «Ambos tipos son indistinguibles a la vista y con los métodos convencionales que se han usado durante décadas», dice. «Pero hay aparatos más sofisticados que sí permiten diferenciarlos y que se deberán ir introduciendo cada vez más en el sector de la joyería».

Espectómetros, escáneres en 3D, lápices con diodos que emiten luces fluorescentes, nitrógeno líquido… El gemólogo muestra las herramientas de su día a día (varias de ellas fabricadas por la propia DeBeers) con la misma precisión con la que usa las pinzas para sacar y guardar piedras, algunas de ellas diminutas.

Pese a que la alarma es más o menos reciente, el boom del diamante sintético no es precisamente nuevo. «Es algo que lleva haciéndose desde 1954, pero su uso ha sido sobre todo industrial, ya que el polvo de diamante es un perfecto abrasivo», señala Gavrilenko. «Pero el proceso se ha hecho mejor, más rápido y más barato. En 2012 empezó a rivalizar en el precio con el natural. Y a partir de esa irrupción ha sido algo imparable. Hay cada vez más y sus precios han ido cayendo en picado».

Ahora mismo el diamante sintético representa menos de un 1% del mercado global. Sin embargo, un estudio de Morgan Stanley cifra ese porcentaje en un 7,5% para 2020.

Según DeBeers, la intención de su filial Lightbox es venderlos sueltos o ya engastados en joyas muy asequibles a personas que nunca han podido permitirse un capricho semejante. Para Gavrilenko, la estrategia del conglomerado empresarial con sede en Sudáfrica tiene otro objetivo añadido: «En vez de un disparo en el pie, como podría parecer, es una jugada maestra para diferenciar los dos productos. Para ellos este nuevo negocio va a representar un porcentaje muy pequeño, de risa comparado con el del natural. Si ellos, con todo su poderío de marketing y producción, venden el producto a 800 dólares el quilate, ¿cómo van a colocarlo otras empresas por 8.000?».

También es llamativo el hecho de que utilicen el mismo precio por quilate para piedras pequeñas y grandes. Tampoco gradúan la calidad de los diamantes sintéticos. Se trata de una estrategia muy diferente a la que siguen con el diamante natural, donde los precios por quilate van en aumento exponencial para gemas más grandes y limpias.

Asociando el sintético a la bisutería, pretenden hundir los precios para dejar intacto el nicho de lujo del natural. «Se puede imaginar muy fácilmente que, dentro de unos años, el sintético valga lo mismo que la circonita, la imitación más extendida del diamante», afirma Egor. «Y el natural, como es un producto escaso y finito, seguirá su tren de precios de siempre. Es algo que ya sucedió con rubíes, zafiros y esmeraldas, que cuentan con sus análogos sintéticos».

¿La maniobra definitiva para acabar con la competencia? No está tan claro. Detrás de las guerras de Sierra Leona, Angola, Liberia, Costa de Marfil, Guinea o Zimbabue se encuentran, tan brillantes y perfectos, los diamantes. Detrás de los niños soldado, las condiciones de semiesclavitud, las mutilaciones y violaciones, han participado empresas, gobiernos corruptos y grupos rebeldes que cambiaban directamente gemas en bruto por armas. «El horror, el horror…» que diría Marlow en El corazón de las tinieblas.

Tras la entrada en vigor del Proceso de Kimberley, firmado por 49 países bajo el amparo de Naciones Unidas y la ONG Global Witness, menos del 1% de los diamantes que llegan al consumidor final pueden clasificarse como de sangre. Pero la realidad es terca y la codicia, ilimitada. ¿Existen los suficientes controles para que la compraventa no se produzca en terceros países y, tras pasar por los talleres de tallado de India, llegue a la bolsa de Amberes con el certificado correspondiente? La propia Global Witness se retiró del tratado en 2012, acusando de complicidad a las empresas en el lavado de gemas y su uso para financiar regímenes autoritarios como el de Botsuana, el país con mayores depósitos.

Y aquí, en este avispero moral y económico, es donde entran en juego otras compañías como Diamond Foundry, una empresa incubada en Silicon Valley que pretende plantar cara a gigantes como DeBeers apostando por el origen limpio del diamante sintético. Y lo hace en un doble sentido: provienen del laboratorio y en su cultivo, a través de una tecnología patentada de reactor de plasma, como una gigantesca impresora 3D, que superpone capa a capa los átomos de carbono partiendo de una lámina de diamante o semilla. Y sólo se utilizan energías renovables.

Como el Jordan Belfort que interpretó en El lobo de Wall Street, Leonardo DiCaprio también tiene ojo para los negocios, siempre con coartada sostenible. De ahí sus inversiones en empresas de moda ecológica, carne sintética… y diamantes de laboratorio. Él es uno de los principales accionistas de una compañía que confirma el crecimiento de la demanda en el último año: «Nuestra producción y ventas casi se han doblado en cada cuatrimestre«.

La competencia es feroz y la relaciones públicas de la empresa, Ye-Hui Goldenson, no se anda por las ramas. «DeBeers está posicionando Lightbox para competir en el segmento de mercado de menor valor, ya que las piedras pequeñas son más fáciles de crear. Están tratando de distinguirlas de sus diamantes naturales para no molestar a sus proveedores actuales. Es cuestión de tiempo que el diamante procedente de la minería quede obsoleto».

Otras compañías como Swarovski apuestan por la coexistencia del natural y el sintético, con líneas bien diferenciadas pero bajo la misma marca. Entrevistas imaginarias aparte, Penélope Cruz fue la encargada de diseñar una colección para Atelier Swarovski «de lujo consciente» que le permitió crear «productos que generan un impacto positivo», como afirmaba en la nota de prensa de su lanzamiento el pasado julio.

Se trata de una carrera de fondo de incierto resultado, en la que se busca aumentar el tamaño de las gemas y abaratar el proceso, y en la que también asoma en el horizonte su uso en los procesadores de los ordenadores como sustituto del silicio.Mientras empresas chinas se lanzan a competir con precios irrisorios (50 dólares el quilate en bruto), el sector contiene la respiración.

Porque lo que de verdad está en juego es el aura casi mágica que rodea a una piedra antaño sólo al alcance de la realeza y la alta burguesía. Anillos, collares y pendientes de diamantes seguirán brillando igual en la alfombra roja y en las fiestas de la jet set. Pero siempre quedará la duda: ¿es natural o sintético?