Cómo controlar la ansiedad por la comida

Fuente: El Mundo

El placer por la comida es, para muchos, sinónimo de calidad de vida. Sin embargo, en su faceta más perniciosa, sirve para cubrir vacíos, acallar al cuerpo y soportar el estrés.

La psicóloga Debra Zellner propuso a un grupo de mujeres -sin dificultades de salud mental- resolver un problema. El primer grupo tenía entre manos una tarea al alcance de sus posibilidades; el segundo, una irresoluble, lo que provocaba mucha tensión. Todas disponían de una mesa con fruta y comida basura. El grupo estresado no sólo comió más cantidad, sino que optó en mayor medida por esta última (lo que no sucedió con el grupo sin estrés). Si bien este deseo irresistible de comer o de buscar un alimento dañino no es patológico, puede ser la antesala de un trastorno de alimentación.

COMER SIN SACIARSE

Elisa tiene un trabajo que le gusta, dos hijos y un marido que viaja. Durante el día tiene tantas cosas que hacer que come algo pegada a la pantalla de su ordenador. Cuando llega a casa apenas tiene hambre porque, curiosamente, se ha acostumbrado a vivir casi desnutrida. En lugar de sentarse y disfrutar de su cena, lo que siente es un impulso irresistible a engullir todo lo que encuentra en la despensa sin otro criterio que tenerlo al alcance de la mano «puedo comerme dos yogures, seguidos de una lata de mejillones y un sándwich de salchichón», dice. No llega al atracón, no vomita, no está deprimida, ni tiene un sentimiento de vacío, pero devora sin saborear y engulle de una manera desordenada (el desorden favorece a su vez el estrés).

Su vida está demasiado llena de preocupaciones y quehaceres. El descuido de la mañana le lleva al descontrol por la tarde. Cuando la veo pienso en un soldado en la batalla que no puede relajarse pues el enemigo acecha: comer significa tragar lo que encuentra para recobrar energía antes de volver a la guerra. Su adversario son las largas listas de tareas que nunca se acaban. No tiene un trastorno de la alimentación, todavía, pero tiene sobrepeso.

El estrés se activa de frente a lo que el sistema nervioso percibe como una amenaza o un desafío y nos prepara para luchar o huir. Es una respuesta frente a las amenazas graves como las que teníamos hace 10.000 años cuando vivíamos en la naturaleza. Ante un león, la respuesta estresante que facilita un chute de energía era un mecanismo útil e ingenioso. Ahora nuestros estresores no son agudos sino crónicos, vinculados a nuestra vida en sociedad: el jefe, los hijos o el paro son nuestros ataques de león. Esto supone que el cortisol, hormona del estrés, y la glucosa están permanentemente activadas y no puntualmente como estaban programadas.

También, la ghrelina, que se produce en el estómago y estimula el apetito, se eleva con el estrés. Al comer tranquilamente, la sensación de hambre ha de ser sustituida por la de saciedad, lo que disminuye la presencia de esta hormona (que requiere su tiempo para desactivarse).

Cuando hay estrés la mente se disocia y nos anestesia el cuerpo, por lo que comemos descontrola-damente hasta que se pone en marcha el mecanismo de la saciedad. Para colmo de males, esta situación altera la capacidad de atención y esto nos estresa el doble. ¡Somos hijos de un sistema inadaptado!

ALIMENTO EMOCIONAL

Otras funciones del comer van más allá de lo biológico y tienen que ver con los sistemas de recompensa del cerebro. Comemos también para llenar vacíos que no podemos rellenar de otra manera. Miriam ha sufrido un divorcio que no deseaba. Durante dos años luchó para mantenerse a flote y sacar adelante a su hijo. Tenía mucho trabajo y cansancio, pero podía sofocarlo con el deporte y los momentos alegres con sus amigos. Jamás comió por estrés, pero ahora las cosas son diferentes.

Con su sentencia de divorcio ha comenzado a sentir una gran melancolía, no por su marido, sino por la vida que había imaginado para sí misma y que ahora no es posible. Cuando tiene hambre come de forma saludable; cuando siente pena toma dulces, helado y chocolate para amortiguar su amargura. El amor sólo lo encuentra en el estómago, aunque, después de comerse dos palmeras de chocolate, no soporta el sentimiento de culpa.

La comida nace como un momento relacional, pero Miriam come sola frente a la televisión. Muchas personas engordan de esta manera -obesidad por dolor lo llamamos- donde el dulce es su consuelo. El azúcar calma el dolor porque «activa el sistema opiáceo que transmite emociones positivas», afirma el psicólogo Elliot Blass, de la Universidad de Massachusetts. Las golosinas tienen el mismo efecto, igual que el chocolate: nos afecta cuando estamos deprimidos, pero no nos altera si nos sentimos neutros o positivos. Para personas como Miriam, estos alimentos son como una droga; no pueden dejar de consumirla y cada vez necesitan más dosis para conseguir el mismo efecto.

¿QUÉ HACER?

Comer sin saciarse o alimentos que dañan es una forma de autoagresión a través de algo que es bueno -la comida-, justo cuando más necesitamos cuidarnos por estar cansados o tristes. Además de hacer ejercicio y dormir lo necesario, éstas son otras sugerencias:

Romper la rutina. Es crucial acabar con el bucle estrés/ansiedad/comida. Hay que aprender a parar cuando asaltan los deseos de comer lo que sea. Al llegar a casa, bebe un vaso de agua; la falta de líquidos puede interpretarse como hambre. Aprovecha para respirar tranquilamente y visualizarte en forma y sereno. Esto te llevará unos 15 minutos, tiempo necesario para frenar el impulso a comer.

Conectar con las sensaciones. Escanea tu respiración. ¿Respiro en el abdomen, el estómago, el pecho o la zona de las clavículas? Ahora concéntrate en tu abdomen mientras inhalas en cuatro tiempos y exhalas en ocho por la nariz (es el ritmo necesario para que tu cerebro entienda que ya no estás estresado).

La alimentación consciente. Saborea la comida despacio, al ritmo señalado en el apartado anterior. Repítete: «Estoy relajado mental y físicamente». No hay equilibrio cerebral y bioquímico que se resista al uso de las prácticas de autoconscien-cia. ¡Que aproveche!

Isabel Serrano-Rosa es psicóloga y directora de EnPositivoSí.