ARCHENA/ De paraguas voladores, poetas muertos y el rarito de la clase

(HOMENAJE DE UN ALUMNO A LA MAESTRA DOÑA CARMEN GUERRERO ALFARO)
A un mes de su fallecimiento
Por Israel Box
«El legado de Doña Carmen Guerrero es el gran triunfo de los niños marginados, los que nos comíamos el Bollycao solos en un rincón del patio».
Nunca me gustaron los teléfonos. Son como una pareja de Testigas de Jehová, las vecinas que piden perejil o esos señores que intentan timarte cambiando la goma del butano. Un timbre suena y de repente estás charlando con un extraño que se ha colado en tu casa. Aquella tediosa tarde estival de sábado mi móvil no cejaba en su machacona vibración. La alarma de notificaciones de WhatsApp golpeaba mis oídos con su impertinente canto. Si algo tenía de bueno aquel sonsonete es que enmudecía las palabras del absurdo guion que, carentes de cualquier atisbo de sentimiento, recitaban los personajes del mediocre telefilm alemán «Basado en Hechos Reales» al otro lado de la pantalla del televisor. Tenía dos opciones. Atender el móvil antes de que su pantalla besara el suelo en una de esas bruscas vibraciones o dejar que la actriz alemana del telefilm descubriese que en realidad era la niñera la que estaba envenenando la comida a fin de robarle a su marido y a sus hijos ¡Que la alemana espabilara! Yo había tardado solo diez minutos en descubrir que la niñera era culpable, si ella iba a necesitar hora y media era su problema. Cogí el móvil de la mesita y pulsé la opción «abrir mensajes».
 «Doña Carmen Guerrero nos ha dejado»
El genio azul que vive en una lámpara mágica dentro de mi cabeza se atavío con peluca rubia y uniforme de azafata de vuelo y con una voz mecánica comenzó a recitar:
– ¡Dín, Don, Dín! Gracias por elegir aerolíneas «Alfombra Mágica» para viajar hasta sus recuerdos de infancia. El Capitán le informa de que está a punto de producirse un choque frontal entre sus sentimientos y la fría realidad. Su chaleco salvavidas está ubicado debajo de su asiento y las máscaras de oxígeno caerán del compartimento situado sobre su cabeza.
Lágrimas sobre una pantalla táctil de 5, 2 pulgadas. Supongo que es el precio que hay que pagar por vivir la vida 2.0.
Antes de que los dos ticks azules aparecieran sobre el globo blanco que envolvía aquella triste noticia, mi lengua se elevó hacia el velo del paladar sin llegar a tocarlo. Mis labios avanzaron formando una pequeña abertura circular entre la separación de los dientes, haciendo que de mi boca emanase una sola palabra. Una palabra que se mezclaba, no agitaba, con el agua salada que emanaba de mis ojos. Una palabra que puede sonar rara, extravagante y espantosa. Quizá, si la hubiera pronunciado con soltura hubiera sonado armoniosa….
¡SUPERCALIFRAGILISTICOESPIALIDOSO!
Espera un momento, Israel. A ver si nos aclaramos: Acaban de comunicarte que Doña Carmen Guerrero, una de las personas a la que más has querido y que más ha influido en tu vida, se ha marchado y… ¿solo esa absurda palabra viene a tu mente?
Si. Y vuelvo a repetirla:
¡SUPERCALIFRAGILISTICOESPIALIDOSO!
Y otra vez:
¡SUPERCALIFRAGILISTICOESPIALIDOSO!
Y otra vez, porque ni una palabra asoma a mis labios sin que haya estado primero en mi corazón:
¡SUPERCALIFRAGILISTICOESPIALIDOSO!
Incluso puedo pronunciarla al revés, es un poco más difícil, pero…
¡SODOLIPIAESCOTILISGIFRALICAPERSU!
Un momento, un momento… ¿es todo lo que tienes que decir? ¿Acaso tu cerebro se ha reblandecimiento por las extremas temperaturas veraniegas? ¿Las interminables maratones de series en Netflix han nublado tu razón?
¡Jamás pronuncié palabra más coherente en tal estado de lucidez!
SUPERCALIFRAGILISTICOESPIALIDOSO porque esa palabra es tan mágica como la propia Doña Carmen. Porque la magia existe, fue ella quien hizo que lo creyera, y si el querido lector me concede el tiempo que dura el «Volvemos en 7 minutos» que interrumpe el telefilm alemán de Antena 3, podré ofrecer respuestas a tal dislate.
Si la vida fuese un episodio de «Expediente X’, en el tándem formado por sus protagonistas, entre Mulder (eterno creyente) y Scully (sempiterna escéptica) yo sería Scully. Si alguien afirmase que existe la magia probablemente le pediría evidencias empíricas ante tal aseveración.
Pero los años de discipulado que pasé bajo la tutela de Doña Carmen en el viejo colegio Miguel Medina de Archena me hacen discrepar de tal negación.
La magia siempre estuvo ahí, rodeándonos. Era la inocencia que solo los ojos de un niño poseen lo que nos permitía verla, pero en algún momento, en algún tramo del camino entre la infancia y la madurez, hicimos el peor negocio del mundo: financiar nuestra madurez con un cheque en blanco cuya divisa a cobrar era nuestra candidez. Un truculento trueque sacado de la mente del más malvado Rumpelstiltskin en el que cambiamos nuestras virtudes por defectos y canjeamos risas por rictus más serios que el del Papa de Roma visitando la franja de Gaza
¿En qué momento dejamos de prestar atención a los pequeños detalles de la vida?
Cuando Carl Sagan nos dijo que las estrellas fugaces son un fenómeno luminoso que se produce cuando un meteoroide atraviesa nuestra atmósfera y dejamos de mirar al cielo en busca de alguna para pedir un deseo.
Antes no necesitábamos nada, ahora llamamos a «Cofidis» para comprar cosas que no necesitamos.
¿En qué momento comenzamos a preocuparnos por el qué dirán?
Pusimos a la venta en Wallapop nuestro derecho a imaginar. Convertimos nuestro verdadero ser en un «Play D’oh» maleable que modelamos a voluntad de modas pasajeras, de las pautas de “normalidad” que la sociedad nos pide y de los caprichos de gente a la que importamos un comino. Cánones que nos han impuesto y que nos exigen infinitamente más de lo que deberían: A los dieciséis debes elegir rama de Bachillerato, salir con los amigos, fumar tu primer cigarrillo y organizar tu primer botellón. A los dieciocho debes ingresar en una buena universidad para estudiar la carrera con más salidas, sacarte el carné de conducir e ir por primera vez a una discoteca. A los diecinueve debes salir, ir de fiesta, vivir la vida antes de los veintidós que es cuando debes tener una pareja estable. A los veintitrés debes haber terminado la carrera y antes de los veinticinco debes haber encontrado un trabajo muy bien remunerado que te permita obtener una hipoteca a plazo fijo y un mono volumen. Por supuesto que a los treinta y cinco ya debes contar con un buen plan de pensiones y si eres mujer antes de los cuarenta ya debes tener al menos un hijo, que el arroz se pasa.
¿Cómo hemos llegado a perder toda aquella pureza innata con la que nos fabricaron de serie
La magia sigue ahí y voy a ofreceros las instrucciones para que vosotros también podáis encontrarla.
Dios me libre parecer uno de esos charlatanes de feria que inundan nuestras librerías con sus libros de autoayuda. Esos “Coelhos”, “Bucays” y “RondasByrnes” que viven en el país feliz, de la casa de gominola de la calle de la piruleta y que le ofrecen la fórmula infalible para vencer al duendecillo irlandés que custodia una olla llena de felicidad. Lo siento, pero leer unos versos mal ejecutados no lo alejará de una terrible depresión. Usted no va a ser más feliz porque un escritor portugués se haya levantado con ganas de incrementar su cuenta corriente en varios miles de ceros.
Esto es como flirtear con un disco de «La Oreja de Van Gogh»: escuchar toda la discografía puede suponer un importante empacho, pero ante determinadas circunstancias un comprimido en forma de canción cursi sienta taaaaaaan bien. Así que antes de consagrarles esas instrucciones, le ofrezco, querido lector, un chute de insulina virtual por si la sobredosis de azúcar pudiera provocarle alguna molestia. Supongo que al rubricar estas líneas hago mía aquella letra que cantaba el Doctor Maligno (Austin Powers) por obra y gracia del magistral doblaje de Florentino Fernández:
Lo siento, pero ahora lo que siento es lo siguiente…
Solo por unos instantes, cierra los ojos y deja de prestar atención al «tienes que ser». Céntrate en el «yo soy». Aléjate del murmullo incesante de todo nuestro mundo que avanza a la velocidad de un correcaminos perseguido por un coyote y que exige que nosotros también lo hagamos. Olvídate del reloj. Huye de la rutina. Deshazte de prejuicios y etiquetas. Envía los pensamientos infecundos a la papelera de reciclaje y baja las manos. Deja de golpear los dedos sobre las teclas.
Olvida los «emojis», los «me gusta» y los ciento cuarenta caracteres. Olvida horarios y agendas. Despídete del miedo al futuro y salúdalo con la mano mientras ves cómo se aleja. Pulsa el botón «Pause». Relájate. Sólo hay que dejarse llevar por las emociones y apreciar al máximo cada detalle. Hazle un hueco a la imaginación. Vuelve a jugar. Solo siente. Suelta el pasado. Perdona. Concédele la libertad al Genio azul que también vive en tu cabeza ¡Ríe! Eso es lo único verdaderamente importante.
Vuelve a descubrir la grandeza de las pequeñas cosas. La belleza está en los más minúsculos detalles a los que puedes otorgar tanta grandeza como quieras. Ahora, suma tu experiencia y sabiduría actuales a esa inocencia que renace en tu interior. Porque como diría Julio Iglesias en uno de sus memes «Lo sabes». Sabes que tus momentos más felices son aquellos en los vuelves a ser un niño, sin prejuicios sin tabúes. Esos pequeños descuidos diarios en los que juegas, ríes, cantas o bailas.
Ahora usa el poder de tu imaginación. Crea, solo por diversión. No te preocupes de los resultados o de cuándo llegarán. Ten por seguro que la sociedad va a perseguirte con su siempre implacable “Dymo” para ponerte muchas etiquetas. No dejes que te de alcance y siempre, siempre, siempre SÉ TÚ MISMO. No permitas que nadie ni nada robe tu verdadera esencia. Esto no es «Blade Runner». No tienes clones. Solo hay un tú y es único e irrepetible.
Inocencia, candidez, la simplicidad elevada a su máxima expresión: ese es el estado natural del ser humano. Al igual que los niños, somos inocentes y por eso, lo habitual es manifestar y ofrecer el amor más puro.
Si has seguido mis pasos, ahora vuelves a ver con tus verdaderos ojos, vuelves a escuchar con tus primigenios oídos, los que te pusieron de fábrica, los que están conectados al corazón. Ahora, pues, presta atención a la voz de ese ese niño en forma de Genio Azul que todos llevamos dentro y que a gritos que pide ser escuchado.
¿Lo oís, verdad? ¿verdad? El locuaz Genio Azul es el portador de toda esa magia y nos está indicando que reside en el corazón de cada uno y nace de una serie de sentimientos provocados por un «click» que prende una «chispa» cuyo mecanismo no sabría explicar ni el más erudito de los científicos.
Fue la misma chispa que prendió entre Doña Carmen y yo, entre maestra y alumno, y que a día de hoy ni esa figura desdentada con su túnica negra y su guadaña ha conseguido apagar.
Y es que, recibir la triste noticia de la marcha de Doña Carmen, echar la vista atrás y recordar los años que pase junto a ella solo me hacía confirmar que existen “Mary Poppins” en el mundo real. Doña Carmen era una de ellas. Ahora lo sé y puedo afirmar fehaciente que ella era magia en estado puro. Y puedo afirmarlo con tal rotundidad porque yo estuve dentro de su aula.
Y yo…
…He rozado su paraguas.
…La he visto volar.
…La he visto sacar mil y un artilugios de su bolso mágico sin fondo.
…La he visto añadir un poco de azúcar a esa medicina que nos daban para que pasara mejor.
Y vaya si pasó…
Estoy en total desacuerdo con quienes afirman que la de la luz es la velocidad más rápida. La de los recuerdos lo es aún más, pues solo así entiendo la celeridad con la que han recorrido la distancia entre el antiguo colegio Miguel Medina y el lugar donde actualmente me encuentro. Un pasado tan lejano y aun así lo siento como si fuera ayer. Con la nitidez «4K» que solo otorga lo que fue fabulosamente real. Hay etapas de nuestra vida que quedan para siempre en nuestro recuerdo. Al evocarlas, una sonrisa cruza nuestro rostro como un miércoles cruza la semana más aburrida porque junto a ellas, aquellas personas que nos hicieron desmesuradamente felices vuelven en forma de nostálgico suspiro.
Hoy, ese alocado genio azul que reside en mi cabeza y que vive en esa lámpara dorada que le concede «los poderes cósmicos del universo y un espacio chiquitín para vivir» por fin ha recuperado su libertad. Ahora presta su voz a todos esos seres que quedaron en nuestro recuerdo. El siempre acertado cabroncete se ha encargado de que el tiempo no se lleve sus palabras. Con sus pegadizas canciones y su incontrolable verborrea me ha hecho comprender que ahora soy la suma de todos aquellos seres que me inculcaron buenos valores, los que me ilustraron, los que me abrazaron, los que me hicieron reír… Pero también soy aquellos que me hicieron llorar, los que me marginaron, los que se burlaron de mí, los que me pusieron la mano encima…
Unas líneas más abajo ya llegará el turno de ajustar cuentas y aplicar pomada a esas cicatrices que también modelan nuestro ser, porque fue la mismísima Doña Carmen la que preparó dicho ungüento. Ese fue su gran legado. La guerra que la persona que he perdido me hizo ganar.
Ella me enseñó que nunca debía renunciar al afán de crear un mundo mejor. No necesitaba la gran panacea, solo unas cuantas ideas que probablemente sigan esperándome donde Serrat las ubicó: en un rincón, en un papel o en un cajón. Con total seguridad que no fui el alumno más valiente, más tenaz o más inteligente, pero hoy soy lo que soy gracias a personas como Doña Carmen.
Parafraseando al matemático Ian Malcolm durante su paseo por aquel parque: «La vida se abre camino» y te sitúa donde tienes que estar, con las personas que debes hacerlo y las circunstancias en que llegaron sin pedir explicación, ni motivos.
De momento, he frotado la lámpara dorada y de su interior se filtran recuerdos de humo azul en forma de pizarra y tiza. Tatuajes cerebrales sin tinta que ni el láser puede borrar. Pero son tan auténticos que me hacen temblar de emoción, llorar sin control y reír sin límite. Me paro a contemplarlos y entiendo la importancia que tuvieron las personas que compartieron conmigo todos aquellos momentos. Vosotros fuisteis todo. Aún sois todo. Porque el colegio lo forman personas, no ladrillos. Y Aunque el impresionante decorado pueda obnubilarnos, son los actores los que importan.
Recordar es poner arena sobre una pasarela de cristal invisible que nos llevará hasta el paradero del Santo Grial. Solo hay que beber de él para que los que ya no están alcancen la eternidad de un sorbo.
Ahora les invito a entrar conmigo en el Delorean, ponerlo a ciento cuarenta kilómetros por hora en línea recta y viajar en el tiempo rumbo a un pasado donde contábamos con sueños de más y años de menos.
Y ahí en esa época, es donde puedo volver a sentir la ternura que desprendía Doña Carmen, una maestra que a lo largo de sus treinta años de docencia en el antiguo colegio Miguel Medina de Archena, nos entregó parte de sus vivencias y su amor por la cultura y el conocimiento. Sin lugar a dudas, siempre la recordaremos porque a diferencia de otros, se entregaba a su profesión, a su más arraigada vocación, a lo que sabía hacer y a lo que amaba. Algo tan simple y a la vez tan complejo como:»enseñar”. Y ahí es donde Doña Carmen al igual que la niñera británica era «prácticamente perfecta».
Esas «Mary Poppins» de la vida real están ahí, rodeándonos por todas partes. Son aquellas que te obsequian con su paz y su alegría, aquellas que te prestan un poco de su resplandor para que aprendas a brillar por ti mismo. Aquellas que saben que llevas demasiadas piedras en tu mochila y te ayudan a descargar un poco de peso para prestarte su paraguas mágico y hacerte volar.
Ellas, personas con las que compartes sonrisas cómplices, las que nos brindan su apoyo, y en mitad de una tormenta cuando el agua nos llega al cuello nos tienden su mano para devolvernos a tierra y mostrarnos el camino de vuelta a casa. Llegan para brindarte su amistad, su mano. Llegan para abrazarte, para cuidarte, mimarte, y regalarte un poco de su magia. Y por muchos mensajes de despedida que lleguen a nuestros WhatsApps, esas personas nunca nos abandonarán porque llegaron para quedarse para siempre a nuestro lado. Porque Doña Carmen no se ha ido. Hay un poquito de ella en el corazón de cada vida que ella tocó.
Los circuitos del tiempo instalados en el salpicadero del Delorean indican que nos encontramos a jueves, 15 de septiembre de 1988. Primer día de colegio en Archena. Día de madrugones, ojeras y sábanas pegadas después de un verano de dormir a pierna suelta sin la dictadura que ejercía el radio despertador.
El viejo colegio Miguel Medina: un lugar donde de pequeños jugamos a ser mayores y de mayores nos enseñan a ser pequeños, donde se crece sin olvidar lo importante que es divertirse, y más importante todavía, donde nos hacen despertar sentimientos y emociones fundamentales para la persona que somos y seremos.
Los últimos calores de septiembre se colaban sin llamar, tiernos y tímidos, por el gran ventanal de la clase de «Tercero B». El vientecillo matinal sobre las hojas del viejo eucalipto del patio anunciaba la entrada de un tiempo algo más frío, si es que en Murcia eso es posible. Los largos pasillos del Medina eran un hervidero de vida. Saludos entre maestros y padres, reencuentros, llantos infantiles, conversaciones apresuradas, más y más risas, besos, abrazos…
Y ahí, en medio de ese ceremonial estaba yo. Un empollón flacucho, una rata de biblioteca con camiseta de Spiderman y la imaginación disparada, el pelo al cazo y más mundo interior que el Dalai Lama puesto de LSD. El pequeño Israel Box: El niño más tímido del mundo. Mi cuello giraba de un lado a otro en busca de una mano amiga, una sonrisa cómplice…buscaba un ancla, un «Si algo sale mal Desmond Hume será tu constante». Ese punto de seguridad que a esa edad nos es tan difícil de conseguir. En mi estómago más mariposas que en un maldito capítulo de la abeja maya. La ansiedad se apoderaba de mí. En mis ojos se reflejaba el miedo. Un miedo que no era irracional o infundado. Obedecía a hechos que ya había vivido con anterioridad entre las rejas del vetusto colegio.
Yo era el rarito de la clase. Carne de lo que antes llamaban sin importancia «cosas de críos» y que resultó ser una seria amenaza llamada «Bullying». Cambiarle el nombre solo fue envolver la misma mierda en diferente papel de regalo. Entre los niños estaban los que gustaban de ver y jugar fútbol y los que preferían los libros, los cómics, las películas y la televisión. Los que estábamos dentro de la segunda categoría éramos el tornillo de Ikea que sobraba en los muebles que los primeros construían. A la hora del recreo, el patio era un universo, una suerte de ONU a pequeña escala. Un microcosmos en el que se establecían tribus y relaciones, ya desde muy pequeños. Intentabas integrarte en un grupo e inmediatamente, como si estuvieses bajo los designios de un director de casting borracho, te otorgaban un papel. De aquel rol que no habías elegido, y que ibas a interpretar durante las temporadas 1 a 12 de la serie, dependía tu supervivencia durante tus próximos años en el colegio. Los protagonistas encarnaban el papel del líder, la popular, el guaperas, la deportista, el malote, el rebelde o el gamberro. Sin embargo, estábamos los eternos actores secundarios, meros figurantes. A nosotros nos daban los papeles que nadie quería, el de empollón, el cuatrojos, la marisabidilla, del que hay que pegar, del que hay que reírse, del loco, del raro…
¡MALDITAS ETIQUETAS!
Ellos llevaban sus carpetas forradas con fotos de sus deportistas y las ‘Samanthas Fox» de turno. En mi carpeta Robin Williams y Homer Simpson. Ellos vestían camisetas de las equipaciones de su equipo de fútbol favorito. Yo de mis superhéroes de ‘Marvel» y «DC». Y es que siempre preferí el negro del casco de Darth Vader («La Guerra de las Galaxias») al negro del traje de árbitro de fútbol. Llevaba todas las papeletas.
Y allí estábamos, esperando la llegada de nuestra nueva maestra alborotando por la clase (pajaricos sueltos que diría nuestro Vicente Medina) cuando el arcaico portón de madera gris azulada se abrió y entonces…apareció ella. Una señora de mediana edad, muy sencilla, pero de innata elegancia como esas entrañables actrices británicas a las que acaban nombrando Damas del Imperio. Doña Carmen era una suerte de fascinante aleación entre Judi Dench, Helen Mirren y Maggie Smith. Pelo a lo garçon (como aquella viajera que quiso enseñar a besar en la gare d’austerlitz) hermosa faz, facciones bien proporcionadas y mejillas levemente sonrosadas. Sus labios se contraían en una sonrisa que dirigía a unos y otros.
Célebres en todo el colegio eran las manualidades que Doña Carmen elaboraba con material de reciclaje. Un pedazo de cartón, una caja de cerillas, una vieja lata, un brick de leche…para ella cualquier objeto era susceptible de ser reconvertido en una maravilla plástica y visual que exponer en su clase para asombro de alumnos y maestros. Los que tuvimos la suerte de pasar por su clase, podemos dar fe de que a su lado los presentadores de «Bricomanía» y «Art Attack» son un par de mancos.
Con una pericia que rayaba en delicatesen, de su mesa surgían los más insólitos y primorosos objetos. En la más bella de las paradojas, sus devotas manos convertían la basura en arte, preservando así la belleza de lo vivido, de lo usado. Con tesón y constancia iba puliendo y dando forma a algo vulgar hasta convertirlo en un tesoro. Una magnifica analogía de lo que debería ser la enseñanza.
El nerviosismo ligado a mi habitual torpeza (al igual que el abuelo Simpson, siempre fui un chiste con piernas) hizo que cuando Doña Carmen pidió que nos sentásemos, mis santas posaderas fueran a reposar encima de una colorida careta de oso que había fabricado para los carnavales del año anterior. Sin dejar de esbozar esa sonrisa, dijo:
 «Cuidado, es un oso, teóricamente él debe comerte a ti, no tú a él».
La clase estalló en carcajadas. Como norma infalible en mi vida, ahí estaba el humor cumpliendo su función mitigadora.
Aquella voz dulce y musical, me recordó a la de la actriz de doblaje española de Ángela Lansbury. (La perspicaz Señora Fletcher en «Se ha escrito un crimen» y voz de la Sra. Pots, la afable tetera de «La Bella y la Bestia»)
La tranquilidad invadió mi ser como si un orfidal hertziano viajara a través de sus palabras y tuve la certeza de que, pasase lo que pasase, iba a estar bien.
«Tranquilo chico que en este viaje vienes de mi mano. No temas».
Bendita Doña Carmen.
De ella aprendí la importancia del humor. No tardó en percatarse de que mientras mis compañeros jugaban al fútbol en el patio durante la hora del recreo, yo me quedaba dentro de la clase leyendo algún libro o lo que era más habitual: creando miles de personajes o imitando a los ya existentes (por primera vez en mi vida y sin que sirva de precedente, confieso que también imitaba a los maestros, pero en su presencia lo negaré…)
Solía simular que la mesa del maestro era la mesa de la subasta del mítico «Un, Dos, Tres…Responda otra Vez». Jugaba a presentar el programa. Los enseres propios de la clase, una tiza, un borrador, un mapa se convertían en los regalos que los cómicos que bajaban por las escaleras del plató dejaban a los concursantes en la mesa de la subasta. Una hoja arrancada de mi libreta de dos líneas del Pato Lucas hacía las veces de tarjetita con una pista que pegaba con celo debajo de cada enser. Así pasaba los recreos diciendo aquello de «Hasta aquí puedo leer» o lanzándola hacia atrás mientras recitaba el «tarjetita de recuerdo». Imitaba a los personajes del célebre programa: Arévalo tartamudeando, Bigote Arrocet y su «piticlín, piticlín», aquel «veintidós, veintidós» del «Dúo Sacapuntas» e incluso el estúpido y hoy tremendamente sexista latiguillo de «La Bombi»: «y eso dueleeeeeeeee, ¿por qué seráaaaaaaaaa?».
Años después, supe que desde algún punto ciego de la clase y sin que yo me percatara de su presencia, ella fue la única espectadora de aquellos “shows». Y tras contemplar la insólita escena, debió trazar un plan para mí y así llegó el día en que, en plena clase de historia, Doña Carmen se dirigió a mí y me formuló una inusual petición:
– Israel, ¿Puede el Rey Juan Carlos decirme sus antepasados?
Y ahí estaba yo, el niño más tímido del mundo imitando la voz del Rey Juan Carlos haciendo un repaso al reinado de los Borbones en España:
– En estas fechas tan entrañables tanto a la Reina como a mí nos llena de orgullo y satisfacción afirmar que la rama española de mi Casa, la Casa de Borbón se inició con la llegada al Trono de España de Felipe, Duque de Anjou….
O a la hora del repaso de Ciencias Naturales cuando Doña Carmen decía:
– Israel, ya que conoces la programación televisiva como la palma de tu mano, seguro que alguna vez has visto el programa «Su Media Naranja». Su presentador, Jesús Puente, sabe mucho de asuntos del corazón, ¿Tendría la amabilidad de nombrar las partes del corazón
Entonces yo ponía esa etílica voz de Puente:
– Bueno, bueno, bueno…bienvenidos a «Su Media Naranja». Nuestras parejas concursantes saben que el idioma del corazón es universal: sólo se necesita sensibilidad para entenderlo y hablarlo. ¡Ah, el corazón! El corazón compuesto por la aurículas derechas e izquierda, el ventrículo derecho y el ventrículo izquierdo, derechas e izquierdas como González y Aznar, por consiguiente….mire usted…las válvulas tricúspide, pulmonar, aórtica y mitral como la actriz y cantante Nati, Nati «Mitral»…
Y así, estas insólitas estampas pasaron a ser algo habitual. A día de hoy, en el colegio todavía se recuerda cuando en pleno festival navideño, irrumpí en medio del Belén viviente recitando un poema de Gloria Fuertes caracterizado del Señor Barragán («La Casa por la Ventana», «No te rías que es peor»)
Como buen hada madrina, Doña Carmen había cumplido mi deseo, involucrando todos esos chistes e imitaciones a la rutina de la clase y a mi formación.
Ella consiguió crear la más distendida de las clases. Aprendíamos entre sonrisas, nos provocaba curiosidad, se respiraba buen rollo y todo era gracias al humor que en sus clases se convertía en la estrategia mediadora en el proceso de aprender.
Porque os aseguro que la letra con risa entra.
Doña Carmen descubrió que mi don era el humor y fue la primera en darme una oportunidad. Supo involucrarme. Hacerme partícipe.
He perdido la cuenta de las veces en que el humor ha salvado mi vida. El humor es la espada que empuña nuestra alma para luchar contra el desaliento. Ante circunstancias de tragedia, ansiedad o crisis, el humor emerge como un escudo protector fabricado con el mejor vibranium. Tiene una dimensión trascendental y liberadora que puede hacernos volar por encima de cualquier situación por terrible que esta sea. El humor es hacer un ejercicio de sincera modestia, alejarse de las circunstancias que nos rodean y de uno mismo. No tomarse a la tremenda nuestros propios pensamientos. El humor nos libra de lacras como la estupidez, la pedantería, la monotonía, los fanatismos extremos y lo anodino. En definitiva, de lo que es la vida en sí. Porque, seamos realistas, siempre habrá algo que nos impida ser felices, pero nadie puede robarnos nuestro derecho a estar más alegres.
Y así, con humor se forjaron las eternas cadenas que nos unieron a Doña Carmen y a mí.
Pero no solo se preocupó por involucrarme a mí. Para Doña Carmen cada uno de sus alumnos era especial. Ella creía en el potencial de cada uno. Sabía que, aunque todavía no éramos conscientes de ello, teníamos un don. Muchos de nuestros maestros hasta aquel entonces, nos habían educado haciendo hincapié en nuestras carencias sin permitirnos descubrir nuestras habilidades. En una clase de treinta alumnos, Doña Carmen se tomaba su tiempo para ayudar a descubrir a casa alumno cuál era su don. Porque en un sistema educativo que tiende a creer que cada persona piensa y sienten de la misma manera, ella tenía la plena convicción de que no existen dos personas que sientan y piensen igual, ni siquiera los hermanos gemelos.
Lamentablemente, la relación maestro-alumno suele consistir en una jerarquía en el que por lo general el maestro es superior al alumno, convirtiéndose así en un pequeño dios cuyo reino es su aula en la cual encuentra un lugar donde ser escuchado, obedecido, respetado, admirado e incluso temido. Docentes que olvidan que el centro de atención en el proceso de enseñanza no es ellos, sino los alumnos. Se instituyen pues formas vacías de relación entre maestro y alumnos, que barnizan la enseñanza con una pátina de caspa propia de épocas de Yugos y flechas. Estamos plagados de inquebrantables y solemnes ceremoniales. Todo viene marcado por actas y programaciones preestablecidas en cuanto a qué es importante aprender y en qué orden hacerlo. El ritual de la primera clase, el ritual de la excursión cultural y el viaje de estudios, el ritual de los trabajos, los exámenes parciales, los exámenes orales, los exámenes finales, la graduación…son solo algunos ejemplos de los heterogéneos procedimientos que adopta la enseñanza ritual.
En lugar de insertamos en la represiva trama que todo eso implica, ella derribaba la hegemonía de clase y se constituía como nuestra igual. Consideraba a todos los actores del proceso educativo como idénticos en su dignidad y derechos. Por supuesto que existen roles diferenciales entre maestros y alumnos, pero ella utilizaba el diálogo abierto, la cooperación y tolerancia para que nadie se considerase más ni menos que el otro, primando el respeto por cada uno como persona diferente y valiosa.
Una maestra que nos legó algo más que datos impresos en libros y pruebas memorísticas propias de un sistema educativo obsoleto que convierte a los alumnos en loros repetidores en lugar de en seres pensantes. Se hizo con un buen puñado de TNT creado con la mejor de las didácticas y dinamitó las reglas. Ella se convertiría en receptora en lugar de evaluadora. Ejercía la creatividad como único antídoto contra las reiterativas y machaconas cantinelas del “dos por uno, dos, dos por dos son cuatro…”. Su función era la de servir de guía y amiga a sus alumnos, ya que ella también era humana y por lo tanto falible. Esa era Doña Carmen Guerrero.
Localiza tu don. Lanza tu «Pokeball» y atrápalo. Ahora que lo tienes bien amarrado piensa en la manera en la que podrías contribuir. Aprovéchalo, porque siempre hay una manera de hacerlo. Ella nos enseñó a pensar que lo que hacíamos era importante, porque estás cambiando un día de tu vida y posiblemente la vida entera de una persona. Ten fe y esperanza en ti mismo, y encontrarás la manera de acertar con tu don. Sonríe, y llena tu vida de alegría porque, ¿sabéis lo que siempre llega después de la sonrisa? La risa.
Claro que es importante tener éxito en la vida: títulos, masters, prostgrados, brillantes carreras profesionales, pero para Doña Carmen primaba que antes de todo eso, fuésemos buenos personas.
La bondad puede hacerte marcar la diferencia. Trata a los demás de manera cortés, dales tu comprensión y tu honra. La amabilidad y el respeto son un boomerang imantado y si lo lanzas contra alguien volverá a ti cargado de similares características. Es un hecho que ser amable con los demás acabará aumentando tu propia felicidad y con suerte llegar a convertirte en una inspiración para que otros hagan lo mismo.
Bondad, esa era la clave de Doña Carmen.
Ella lo sabía y nos animaba celebrar la diversidad y del comportamiento respetuoso y la bondad. Todos somos diferentes: ni mejor, ni peor, ni igual. Y eso hay que celebrarlo. Tanto como nación, comunidad, familia, e individuo. La diversidad hace que nuestro mundo sea rico y valioso.
“Un gesto amable puede alcanzar una herida que sólo la compasión puede sanar.”
Así que ahora me emociono porque nos ha costado años, pero los raritos de la clase hemos acabado ganando. Los niños a los que escupíais en el baño, a los que pegabais e insultabais en el patio, esos niños marginados y temerosos ahora diseñan vuestros teléfonos móviles, crean vuestras redes sociales, componen las canciones que escucháis en vuestros ipods cuándo salís a correr, escriben los «best-sellers» que leéis, los poemas que os llegan al corazón y los guiones de las películas y series que veis con vuestras novias. Esos niños están detrás de cada línea de diálogo que declama vuestro humorista favorito y son los que ahora entrevistan a vuestros idolatrados futbolistas, están detrás de cada una de las palabras que pronuncian en sus campañas de marketing, son los que programan vuestros videojuegos y los que crean los memes virales y chistes que compartís en vuestros WhatsApp.
Es el gran triunfo de los que nos comíamos el bollycao solos en un rincón del patio, los raritos de la clase, los inadaptados, los tontos, los flojos, los maricones y las marimachos, los frikis… Seguimos aquí y somos aquella pieza discordante que no lograsteis chafar para que encajasen en vuestros análogos puzles.
Y aquí viene lo más importante, el «La Victoria es mía» pronunciado por Stewie de «Padre de Familia», el maravilloso legado de Doña Carmen: Algunos de esos niños que sufrían vuestro Bullying y a los que Doña Carmen dio clase, ahora son maestros y dan clase a vuestros hijos. En sus manos está el poder para hacer germinar en sus corazoncitos la magia que Doña Carmen nos otorgó. Creedme, podéis estar tranquilos porque ellos van a velar para que la historia no se repita y se sientan felices y aceptados en el entorno escolar.
Parafraseando al Doctor Sheldon Cooper en «The Big Bang Theory»:
¡BAZINGA! ¡ZAS, EN TODA LA BOCA!
Ganasteis la batalla, pero no la guerra. Sobrevivimos al colegio, sobrevivimos al instituto, seguimos aquí y ya no nos intimidáis, perdimos el miedo. Somos «La Resistance».
Porque como decía el cómico y actor Robin Williams:
“Creo que las personas que han experimentado las mayores tristezas son las que siempre se esfuerzan más en hacer felices a otros; porque ellos saben en carne propia lo que es sentirse desolados y abatidos, y no quieren que nadie más se sienta así”.
El pasado verano tenía muchos planes por delante, objetivos que se centraban en mí mismo, en mis estudios, en mi carrera y en mis relaciones. Pero una inesperada noticia cambió por completo mis prioridades: «Vas a ser tío. Y ahí no acaba la cosa. Vienen dos niños, así que vas a ser tío por partida doble». En ese momento pude creer me volvería algo importante para alguien a quien aún no conocía, pues por primera vez en mi vida alguien me diría ‘Tato’. Y en febrero sucedió y tras contemplar esas dos caritas, nada de lo que conocí volvió a ser igual en mi familia. Ahora todo mi mundo gira en torno a los dos.
Esos dos niños, no sólo traerían un puñado de felicidad para toda la familia, también llegarían con muchos retos y cosas por aprender. Como tío, supuestamente, me toca la parte más divertida de su educación: consentirles cuanto quieran, hacerlos sentir reyes jugando sin parar y reinventando su mundo. Pero ahora que al fin están aquí, los conozco y han logrado robar mi corazón a través de sus risas, son lo que más quiero en el mundo y eso me hacer ser consciente de que también debo educarles en valores más profundos. Ese es el quid de la cuestión: Educación.
Mis sobrinos comenzarán su andadura escolar dentro de poco y si la idea de que sufran «Bullying» me parece aterradora, la idea de que sean ellos quienes lo ejerzan que me resulta aún peor. Por eso, en estos días en que nuestros niños vuelven al colegio, incidamos en enseñarles que las diferencias no son malas. Es más, son un gran valor. Nadie es menos por ser diferente y nadie merece que le rechacen por ser distinto.
Ojalá, cuando Eliot y Bastian carguen con sus mochilas, tengan la inmensa fortuna de encontrar a su “Mary Popppins” de la vida real, una “Doña Carmen” propia que los guie en su periplo escolar y en sus vidas.
No soy amigo de los homenajes a título póstumo. Es en vida donde debemos demostrar lo que nos importan las personas. En vida saludar, abrazar, besar, dejar fluir las emociones que sentimos cuando estamos en compañía de las personas a las que queremos para que sean conscientes de lo importantes que son en nuestras vidas. Yo tuve la inmensa fortuna de confesar a Doña Carmen todo lo que significaba para mí en persona. Fue un año antes de su partida, en el marco que nos brindó la Comida Benéfica que la Asociación Española Contra El Cáncer celebra cada año en el Balneario de Archena. Doy gracias a Dios porque ese día me tocara compartir mesa con ella. Esa velada me tocaba ejercer como maestro de ceremonias de la gala ante más de quinientas personas.
La vida me dio la oportunidad de recordar y reír junto a ella ¡Vaya si reímos! Como número de apertura me tocó imitar a Donald Trump. Así que ahí estaba yo con toda la cara teñida de color naranja. Sobre mi cabeza ese pelo rubio de señora mayor característico del Presidente de Los Estados Unidos y anudada a mi cuello una gran corbata roja que sería objeto de envidia de José María Carrascal y Luis Aguilé.
Años después, de nuevo Doña Carmen volvía a verme en mi salsa, siendo testigo de otro de mis anodinos shows que mantenían la misma esencia que aquellos que interpretaba en clase durante el recreo.
A los postres, reuní el valor (porque si, puedo presentar una gala y grabar mi sección televisiva en mitad de la gran vía caracterizado de cualquier personaje sin que dos manchas rojas inunden mis mejillas, pero os aseguro que, a día de hoy, Israel Box sigue siendo el niño más tímido del mundo) y pude decirle de viva voz la enorme gratitud que sentía por todas las valiosas lecciones que me brindó en vida, pero más que todo por haberme dado su ejemplo y a través de él haberme hecho ver el mundo con una óptica diferente. El momento quedó sellado con el más cariñoso de los abrazos que a modo de fotografía he enmarcado y colgado en la parte más visible de la galería de mi memoria.
Si el querido lector es cinéfilo se habrá percatado de las múltiples referencias que en estas líneas he hecho a mi segundo gran maestro: El cómico y actor Robin Williams. Será en otra ocasión cuando les cuente la gran influencia que tuvo el genial cómico en mi vida y como incluso llegó a escribirme una motivadora misiva que a día de hoy guardo como oro en paño. Quisieron los dioses jugando a los dados, y en lo que interpreto como un bonito guiño de ojo que alguien ahí arriba ha querido hacerme, que Doña Carmen se fuese el mismo día que el gran cómico: Un once de agosto. Supongo que alguien ahí arriba está montado el mejor colegio del mundo y cada once de agosto otorga una cátedra celestial.
Robin Williams; ese niño que se negó a crecer y que también me dejó, cerrando de un portazo un importante rincón de mi memoria, de mi infancia. Ahora somos nosotros los que nos hemos hecho mayores, convirtiéndonos ese niño que ha crecido a la fuerza, y quizá deberíamos ser también nosotros mismos quienes recogiéramos el testigo de Robin Williams y sonreír y hacer sonreír y recordar que, pese a todo, este mundo sigue siendo una fiesta de la que no queremos marcharnos.  Descubrí al genial cómico en el cine de verano de Archena una noche de agosto de 1986. Precisamente, en esa cinta magistral titulada «El Club de los Poetas Muertos». En el film, el profesor John Keating (magistralmente encarnado por Williams) dinamita las estrictas reglas de la escuela tradicional para ayudar a sus tanto a sus alumnos como así mismo a descubrir sus propios caminos. Una búsqueda común entre maestro y alumno.
¡Encuentro tantas similitudes entre el Profesor Keating y Doña Carmen!
Ambos siempre optimistas, siempre alentadores inspiradores inconformistas libre pensadores. Ambos nos enseñaron que nada es imposible. Porque aun cuando no se tiene fuerza o poder siempre se podrá contar con las palabras y las ideas para cambiar el mundo, «Porque, a pesar de lo que les digan, la palabra y las ideas pueden cambiar el mundo».
Creo que todos recordamos la mítica escena final de la película. Robín Williams debe abandonar el colegio y todos sus alumnos se paran encima de sus pupitres y en un gesto de complicidad, exclaman: «¡OH CAPITÁN, MI CAPITÁN!».
Pues ahora me toca a mí. Me encuentro en la vieja aula de Tercero B de la primera planta del colegio Miguel Medina. Busco mi viejo pupitre. Sobre él mi nombre grabado. Indeleble. Y ahí, delante de la gran pizarra, veo la figura de Doña Carmen, como tantas otras veces. Me subo encima del pupitre, elevó mi brazo y llevo los dedos rectos y alineados a mi sien, mientras exclamo un:
“¡OH DOÑA CARMEN! ¡OH CAPITANA, MI CAPITANA!”
Israel Box
Archena, a 11 de agosto de 2018.

1 pensamiento en “ARCHENA/ De paraguas voladores, poetas muertos y el rarito de la clase”

  1. Ha sido una oportunidad para saber que existes, te expresas bien, pero para articulista, debes reducir un 95% lo expuesto. El total del contenido debes escribir novela, no desaproveches tu talento. 👏👏

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